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El lenguaje no es un virus

Lectura
Lectura | José Antonio Alba / Pixabay

Se abrieron las puertas de la Feria y las palabras de Saccomanno se propagaron con la rabia de una historia imposible de cambiar y la alegría de decirlo con la ilusión de modificar lo que vendrá. Estar para decirlo no significa verlo, pero al menos es un asomo, empujar la puertita del devenir, pateando un pasado nefasto y un presente de pobreza remediable. Lo escuchaba hablar así, sonriendo a medias, con el gusto de los que me vuelven viviente. Vale decirlo: como lenguaje, no siempre estoy vivo. Suelen abusar de las reglas que me condicionan, conectores innecesarios, superlativos melifluos, lo indecible o correcto, preposiciones superpuestas, en fin, agradezco a Saccomanno haberme librado de cadenas significantes, significando su amor a la literatura y repudio a la realidad, todo en un mismo discurso. Sus frases me hicieron vibrar, sobre todo las referidas al bosque, la sangre o Dostoievski.

Con la Feria del Libro comenzó simultáneamente la guerra de las lenguas y el placer del texto. Lecturas diversas, no siempre aptas a la transversalidad; estilos disímiles que a veces ponen de manifiesto posiciones irreconciliables. Después de mi despertar, tras las palabras de Saccomanno, en las sucesivas conferencias, mesas, stands, bares, pasillos, escucho hablar sobre mi comportamiento de los últimos tiempos como si pudieran determinar mis contornos, invenciones, exabruptos, neologismos… El lenguaje está cambiando, aseveran algunos. Lo están destruyendo, despotrican otros. Así, desactivan imperativos, imponiendo variaciones, verificando reglas, desreglando géneros; generosos con el inclusivo, incursionan en nuevas subjetividades, sujetos del lenguaje, se sirven de mi evolución para reinventarse. 

Como lenguaje en movimiento estoy dispuesto a identidades cambiantes (el diccionario no es mi cementerio, como dicen algunos, tan solo reposo por un rato). Sírvanse de mí entonces, renueven sus maneras de pronunciarse. Me ofrezco a la novedad, a la historia. El lenguaje no es un virus que viene del espacio, como decía Burroughs, es magma humano, más parecido a las tierras de Tlön: “Un laberinto urdido por hombres, un laberinto destinado a que lo descifren los hombres”. Hoy dirían “personas” en lugar de “hombres”. Estoy al servicio de las nuevas perspectivas. 

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Como lenguaje prolifero en los libros con la felicidad de la transmisión escrita, tan nutrida de la oral, su reverberación. Por eso festejo esta edición 46ª de la Feria, que viene con las urgencias de lo postergado, y las ganas de comprarse libros. Sí, comprarlos.