El maniqueísmo es una religión que tomó su nombre de Mani, un profeta persa del siglo III que creía en la lucha entre el bien y el mal, principios irreconciliables que no admiten matices.
Para el cristianismo oficial, que declaró herético al maniqueísmo, existe un Dios creador de todo lo que existe, incluso del demonio que es solamente un ángel rebelde. Para Mani, el bien, que se asocia con espíritu, varón, castidad, penitencia, se enfrenta desde el principio de los tiempos con el mal, que se asocia con la materia, la mujer, la lujuria y el placer. Estas ideas influyeron en el cristianismo y la cultura occidental a través de san Agustín, que en su juventud fue maniqueo y se transformó después en Padre de la Iglesia.
En la Edad Media se organizó una sociedad penitente que temía lo lúdico. El sexo fue prohibido los jueves por la captura de Cristo, los viernes por su muerte, los sábados por la Virgen María, los domingos por la Resurrección, los lunes por los santos difuntos. Se permitía solamente los martes y los miércoles, cuando no era Pascua, Pentecostés, Navidad, y no se fuera a comulgar dentro de los siguientes siete días. Todo método anticonceptivo o actividad erótica que no buscara procrear fue catalogado como homicidio.
Hasta hace pocos lustros, la Iglesia aprobó una sola posición para las relaciones sexuales, llamada por los habitantes de las islas del Pacífico Sur “posición del misionero”.
La idea maniquea de que el demonio o fuerzas perversas manejan la historia y la política es uno de los pilares de las actitudes totalitarias. Los maniqueos suponen que ellos y sus líderes son perfectos, sus ideas correctas, sus adversarios seres inferiores que viven en la mentira. Creen ser víctimas de complots de organizaciones secretas de brujas, negros, judíos, jesuitas, templarios, nazis, masones, homosexuales, capitalistas, comunistas.
Ciegos por el fanatismo y la ignorancia, son incapaces de comprender los matices de la historia. Inventan demonios o héroes en donde hubo sólo seres humanos con méritos y defectos que vivieron circunstancias que normalmente no controlaban. Denostar a Colón, suponer que los argentinos son querandíes o que los mexicanos son aztecas, es tan falso como creer que los andinos con piel menos cobriza son nobles europeos. Son dos disparates que se dan en la realidad. Somos mezcla de aztecas, mayas, quechuas, guaraníes y diversos pueblos a los que los conquistadores fundieron en el apelativo “indio”; de gallegos, extremeños, castellanos, catalanes, italianos, afro americanos, croatas, miembros de una nación tan buena y mala como las otras de nuestra especie.
Atacan a Roca porque anexó la Argentina las provincias del Sur, unos porque no organizó un plebiscito, otros porque si no lo hacía, el presidente Kirchner habría sido mandatario chileno y no argentino.
Cuando los maniqueos analizan la política no pueden dialogar para buscar soluciones. Sus ojos están puestos en el pedestal que ocupará su ego en la historia, no en las tonterías de la gente real. Atacan a las personas que piensan distinto, no discuten sus ideas.
En el siglo XXI, los del siglo pasado suenan ridículos: pocos creen que existe un grupo humano, ya sea ario, japonés, chino, cósmico mexicano, o el homo sovieticus estalinista, cuya superioridad le permite matar a los demás en nombre de Dios, la historia o el proletariado. En las democracias avanzadas, los líderes de distintos partidos dialogan, discrepan, conversan, saben que ninguno de ellos es dueño de la verdad, no creen en líderes eternos que dan nombre a sus ideas.
No existe un “Obamismo”, “Lulismo”, Bacheletismo” o “Peñanietismo”. Murieron los personajes que pretendían ser inmortales como el mariscal de campo Idi Amín Dada, Conquistador del Imperio Británico; Jean-Bédel Bokassa, emperador de Centroáfrica; Francisco Franco, Caudillo de España por la Gracia de Dios; François Duvalier líder de vivos, zombies e insectos de Haití; el rais de Libia Muamar Kadafi, que sintetizó la sabiduría de la humanidad en el Libro verde; o Mao, que lo hizo en su pequeño Libro rojo. Murieron las personificaciones del bien.
El maniqueísmo florece en algunos países de América latina que involucionan hacia un populismo retrógrado y en otras culturas en las que resucita el oscurantismo del medioevo occidental gracias a la mezcla de la religión con la política. Aparece también en los textos de analistas y políticos que se asustan cuando dialogan líderes de partidos diversos, cuando lo hacen personajes de oposición con líderes del gobierno, cuando los buenos pecan dialogando con los malos.
Cuando niño buscaba en el campo Huaykasikes y otros diablos que desaparecieron cuando llegó la electricidad. Desgraciadamente, la tecnología no logró desterrarlos de la mente de algunos maniqueos que habitan entre nosotros.
*Profesor de la George Washington University.