Un viejo cuento en torno al sistema financiero. El dueño de un pequeño banco estadounidense enfrenta una corrida de depósitos surgida por un rumor infundado. Desesperado, lo va a ver a J.P. Morgan, amigo suyo, para pedirle un préstamo y así devolver los fondos que le están reclamando los depositantes. Morgan, lo toma del brazo y lo invita a recorrer caminando el centro de la ciudad. Pasan por la puerta del pequeño banco y los depositantes observan que Morgan y el banquero conversan animadamente y sin preocupaciones. Obviamente, al final del paseo, el banco recuperaba los depósitos, y la corrida había pasado.
La Argentina tiene superávit fiscal para pagar los intereses de la deuda renegociada que vence todos los años. Pero necesita renovar gran parte del capital. Esta es la situación de todos los países en el mundo con su deuda. Se pagan los intereses y se renueva una parte importante del capital, tratando de mantener la relación deuda/PBI más o menos constante. Y es lógico que así sea. Para un país cuya vida es “eterna”, en la medida en que tenga proyectos cuya rentabilidad social y económica supere la tasa de interés de mercado, siempre resultará más conveniente pagar los intereses y renovar capital. En especial si dichos proyectos se vinculan con obras públicas de larga duración. Si se construye un subterráneo, cuya vida útil será de 50 años, tiene mucho más sentido enfrentar el proyecto con deuda, para que cada generación se haga cargo, con los impuestos, de su parte de la amortización del proyecto, que hacerle pagar el total de la obra a una sola generación, cuando se van a beneficiar generaciones futuras.
Pero para renovar la deuda en forma constante, no alcanza con pagar los intereses puntualmente. Hay que demostrar que, eventualmente, se puede devolver el capital, si fuera necesario o, como alternativa, hay que “caminar junto a algún banquero prestigioso”.
La situación fiscal de la Argentina es buena, pero ha estado empeorando. Los ingresos dependen, cada vez más, de que los precios de los commodities sigan en alza, por los impuestos a la exportación, mientras los gastos han crecido a un ritmo exuberante, impulsados principalmente por la maraña de subsidios al sector privado, en especial para mantener artificialmente bajos los precios de la energía. A la vez, los anuncios de los últimos días (mínimo no imponible, transferencias a provincias, jubilaciones) indican, por más justos que sean, mayores gastos para los próximos años.
Encima, en 2009, vencen, por el nuevo perfil de vencimientos de la deuda, unos US$ 5 mil millones más que este año. Por lo tanto, en materia de deuda, la Argentina, lejos de mostrar mayor solvencia hacia adelante, muestra menos y, en lugar de “caminar junto a J.P. Morgan”, sale a pasear con Chávez. A eso se le suma que ha presentado, en estos años, escasa voluntad de arreglar la deuda con el Club de París –los países más grandes– y con los tenedores de bonos que no entraron al canje. Tampoco cumplió con los pagos de los fallos en los juicios con los accionistas de empresas privatizadas en el CIADI –violando acuerdos bilaterales de inversión–. Y ha reconocido, por boca del ex presidente Kirchner y la presidenta Cristina, que, deliberadamente, modificó el índice de inflación, para pagarles menos a los tenedores de esos bonos, entre ellos los argentinos que aportan a las AFJP.
En otras palabras, la Argentina necesita renovar fuertes vencimientos de deuda y presenta perspectivas de menor superávit fiscal. Muestra peligrosos antecedentes respecto de su voluntad de pago, y sólo tiene como “amigo banquero” a alguien de peor reputación. No es de extrañar, entonces, que el “mercado” castigue la colocación de deuda argentina, con tasas altas y vendiendo, los que pueden, sus tenencias de bonos.
A la vez, la festejada desaparición del FMI como prestamista y auditor confiable tiene sus costos en la economía global. En el mundo moderno, el FMI hacía las veces de “banquero amigo” y, dentro de ciertas condiciones, prestaba “barato” a los países que tenían el mercado de capitales cerrado, en la medida en que dichos países cumplieran con ciertas condiciones, que eran, francamente, bastante livianas. La Argentina tuvo 14 programas con el FMI y sólo cumplió, muy parcialmente, con dos. Excepto hacia finales de 2001, el FMI, que en el fondo es un organismo político, siempre le prestó plata a la Argentina y perdonó incumplimientos. Y ahora, en lugar de la “condicionalidad del Fondo”, tenemos la “condicionalidad del mercado” que, como no es un organismo político y defiende su plata, es mucho peor que la del FMI.
La Argentina no está al borde del default, ni mucho menos. Pero si no recupera solvencia fiscal y no muestra “buen comportamiento como deudor” se tendrá que seguir recurriendo al amigo Chávez, a las AFJP, a los bancos locales, a la ANSES y al BCRA. Con costos crecientes para el financiamiento. Con menos crédito disponible para el sector privado y con riesgos elevados de entrar en la peligrosa “dinámica de la deuda” que ya vivimos en los 90.