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El muro del que no se habla

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Las murallas levantadas por imperios o países poderosos no son exclusivas del pasado de la humanidad. En el mundo contemporáneo, la separación de los pueblos se acelera a través de vallas militarizadas.
Existieron muros que contuvieron ejércitos enemigos, como la Gran Muralla China y el de Adriano, que protegió a la Britania Romana de las tribus escocesas.
También los hubo para controlar a la población local que vivía bajo un régimen férreo, como el Muro de Berlín.
Asimismo, están las sólidas vallas contra la inmigración, como la que avanza entre la frontera de México y Estados Unidos o la del norte de Marruecos, que evita que los desesperados del tercer mundo alcancen Europa.
Por último están las murallas que intentan legitimar la ocupación de una nación adyacente, como es el caso del muro de Cisjordania, con el que el gobierno israelí evita que se filtren terroristas y mediante el cual se anexa de facto territorios que la ONU determinó que no le corresponden.
La guerrilla extremista islámica ISIS, que fue utilizada para desestabilizar a Siria, se ha escapado del control de sus antiguos financistas y ahora los amenaza. Por eso Arabia Saudita comenzó la construcción de una muralla de mil kilómetros en la frontera con Irak para evitar el avance del yihadismo.
Por otro lado, Kenia, país que interviene militarmente en Somalia contra la guerrilla Al-Shabab –aliada de Al Qaeda– está construyendo un muro entre ambos países para detener el avance en su territorio de los combatientes, que ya masacraron civiles en un shopping en Nairobi y que además asesinaron a 148 estudiantes cristianos en la Universidad de Garissa la semana pasada.
Todas estas vallas tienen mucha prensa, pero hay un muro que permanece fuera de la cobertura de los medios internacionales, debido al silencio cómplice de los Estados que utilizan la legalidad internacional de manera arbitraria.
Se trata de la muralla que Marruecos construye en el Sahara Occidental, que pertenece a la misma categoría que el muro de Cisjordania. Este territorio fue abandonado por España en 1975 y ocupado de facto por Marruecos.
Tanto España como Francia avalan la ocupación marroquí y evitan año tras año, en las sesiones de la ONU, que el Sahara vote por su autodeterminación.
El motivo es muy simple: Marruecos como país ocupante otorga beneficiosas licitaciones para obtener recursos pesqueros, fosfatos y gas a compañías europeas y norteamericanas en el territorio del Sahara. A cambio, Marruecos se beneficia de enormes incentivos económicos superiores a los de los aspirantes a formar parte de la UE.
La Resolución 1871 del Consejo de Seguridad, por la cual la ONU insta a Marruecos a realizar una consulta por la independencia, no se ha cumplido aún.
La muralla no divide a Marruecos del Sahara, sino que separa al tercio más árido del territorio saharaui del resto, que controla militarmente Rabat y donde se han podido establecer las empresas pesqueras y energéticas, sin que el Sahara reciba el reparto de las regalías por sus propios recursos.
El muro tiene una longitud de 2.720 kilómetros. Lo más indignante es que alrededor de la fortaleza el territorio está minado, y en varios tramos no hay señales que indiquen este peligro.
Los saharauis que fueron desplazados por los invasores marroquíes sobreviven en míseros campos de refugiados al otro lado de la frontera, en Argelia.
Mientras tanto, el muro del que no se habla continúa creciendo. Contiene las peores características de las murallas de la historia: evita las incursiones de la guerrilla –por ahora– inactiva Frente Polisario, controla a la población local, hiere literalmente a los manifestantes, y además legitima la invasión y el saqueo de recursos de los desdichados habitantes del Sahara, que son el único pueblo africano que no pudo aprovechar la ola descolonizadora del siglo pasado.

*Periodista. Analista internacional.