Esta semana se conoció la nueva hoja de ruta que tomará el país, luego de la intensificación de las tensiones en los mercados cambiarios y financieros en las últimas semanas. El aumento de incertidumbre producto de las dudas sobre la capacidad de las autoridades de sostener el sendero de corrección macroeconómica trazada llevaron a que desde el primer desembolso del FMI de US$ 15.000 millones, el riesgo país aumentara 195 puntos básicos, el tipo de cambio aumentara más de 30% y en el Merval acumulara un retroceso de 4% en pesos.
La raíz de la desconfianza se encuentra en el plano fiscal-político. Sin un acuerdo político nítido que garantizara el cumplimiento de una meta exigente de déficit primario de 1,3% basada en un esfuerzo por el lado del gasto público y con un programa financiero 2019 que no estaba totalmente cerrado (aunque faltaba poco) y sobre el cual se cernía el “fantasma” del riesgo Letes (dificultad de roll-over sustancial), los agentes económicos optaron por “cubrirse” frente al riesgo argentino e intensificar el atesoramiento de moneda extranjera, con la consecuente depreciación nominal de la moneda.
Frente a ello, las autoridades redoblaron la apuesta con miras a restablecer la confianza: apuraron la llegada al equilibrio fiscal primario en 2019 (en lugar del 1,3% previsto en el acuerdo inicial con el FMI), y anunciaron el objetivo de lograr para 2020 un superávit fiscal primario de 1% del PBI. Con esto se buscará vender el mayor esfuerzo a cambio de un adelanto de los fondos por parte del FMI y despejar cualquier duda sobre la capacidad del Gobierno de honrar sus compromisos de deuda.
La medida central para acelerar la convergencia al equilibrio fiscal fue el restablecimiento generalizado de los derechos de exportación. Si bien desde el punto de vista de los incentivos es una mala medida que el Gobierno jamás hubiera deseado tomar, lo cierto es que considerando lo delicado de la coyuntura resulta razonable. Es que con más de la mitad del gasto público indexado y/o sensible (jubilaciones y gasto social) no había margen para aumentar el esfuerzo por el lado del gasto por sobre los recortes que ya se preveía hacer. De ahí que ir por más recursos, pidiendo un esfuerzo de carácter transitorio a los sectores que vieron apuntalada sustancialmente su rentabilidad a partir de la devaluación es una manera de balancear objetivos en tensión en materia de política económica. Y sobre todas las cosas de viabilizar la construcción de consensos políticos de cara a la negociación con gobernadores y la oposición en torno al Presupuesto 2019.
Si bien aún faltan definiciones importantes que se irán conociendo con el correr de los días respecto de la recalibración del acuerdo con el FMI, lo cierto es que los mercados han empezado a digerir los anuncios con resultados favorables. El apoyo por el momento de tinte político que dio el presidente Donald Trump a la Argentina, el anticipo de que el FMI flexibilizaría los límites de reservas permitiendo mayor intervención cambiaria de ser necesario han tenido impacto favorable por lo que el tipo de cambio cedió un poco y el riesgo país descendió. De todos modos, habrá que esperar un poco para una evaluación definitiva y seguir monitoreando de cerca los acontecimientos y eventos que se avecinan.
De lo que no hay dudas es de que lo sucedido hasta aquí ha llevado a un considerable cambio en las proyecciones de las principales variables macroeconómicas para lo que resta de 2018 y 2019. Con ajuste fiscal más acelerado, política monetaria más restrictiva y caída del salario real se prevé una mayor caída de la demanda agregada (consumo + inversión) y una profundización de la recesión. Nuestras previsiones apuntan ahora a una retracción del PBI de 2,2% promedio en 2018 y un escenario de producto estancado en 2019 aún con un aporte positivo del agro producto de la reversión del efecto sequía. En cuanto a la inflación, la depreciación nominal de la moneda elevó las previsiones a algo más de 40% para fin de 2018 y a 25% para diciembre de 2019.
En definitiva, el “partido está en marcha”. No hay duda de que las metas trazadas son desafiantes. Un mundo que se ha tornado más complejo para los emergentes no ayuda (lo sucedido en Turquía y Brasil es una muestra de ello). Pero las autoridades han reaccionado en la dirección correcta, con realismo, admitiendo errores y compactando el gabinete para mejorar la coordinación. Anclar las expectativas y restaurar niveles mínimos de confianza era imprescindible. Un programa de estabilización es exitoso cuando es creíble. Y las autoridades están tratando de reconstruir esta credibilidad que se había debilitado apuntalando la integralidad, la consistencia y la viabilidad del programa. Los pasos están dados. Falta la última palabra.