COLUMNISTAS

El ordenador de la violencia

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De los hombres que regentearon el Proceso, J.R. Videla era un personaje débil. Los hombres fuertes del Proceso, sus jerarcas más notorios, fueron E.E. Massera y L.F. Galtieri. A su alrededor también hubo otros militares temibles que decidían la vida y la muerte de los argentinos. Videla despertaba confianza en las clases dominantes y en las capas medias. Era la contratara del descontrol del gobierno de Isabel y el ordenador de las violencias. Un hombre contenido. Estuvo cuatro años y se fue. Carecía de la voluntad de poder de Massera y Galtieri. El primero congregó a su alrededor sectores del peronismo, del montonerismo y grupos culturales variopintos. El segundo se propuso ser el jefe de la epopeya liberacionista más importante de nuestra historia. Videla no, un hombre banal, en el sentido dado por Hannah Arendt. Un hombre mediocre que no nació genocida, sólo quiso salvar a la patria de lo que definía como terrorismo marxista. Hacía eco a vastos sectores de la ciudadanía.

Hizo la carrera militar como podría haber sido dentista. En las clases medias la carrera militar era una de las que podía ser elegida, tenía que ver con una idea de la patria y de servicio. En sus filas había este tipo de hombre: creyente, honesto, austero, severo.

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Tuvo su momento de felicidad, fue durante el Mundial del 78. Así lo rememoraba la revista El Gráfico en junio de 1978 luego de la victoria en Rosario sobre la selección de Perú: “Llegamos a la final. No solamente los jugadores, sino todos. Se acabaron los yo refugiados atrás de aislados gritos.

Ahora somos nosotros, sin distinción de colores, como debimos ser siempre. Goleamos al destino y derrotamos a las sombras. El teniente general Jorge Rafael Videla, presidente de la nación, dio en su momento el respaldo necesario para que el Mundial fuera una realidad que mostrara –seriamente– la verdadera cara de nuestro país. Cuando el Campeonato se puso en marcha arrimó su aliento para que la Selección nacional superara momentos críticos. Aquí está en el palco de honor en Rosario, junto al brigadier Agosti, emocionándose con el juego y con los goles, acaso entonado con esa ovación que acompañó el anuncio de su presencia. Argentina ya está en la final de la Copa del Mundo. El teniente general Videla volverá el domingo a dar otra lección de humildad: ser otra vez nada más que un hincha de la selección”.

Me pregunto cómo fue posible que un hombre devoto de fe cristiana, alabado por su ascetismo, por su honestidad y rectitud, respetado por amplios sectores de la sociedad argentina en los años 70 y 80, apadrinara torturas, fuera cómplice del asesinato de miles de hombres y mujeres, ocultara pruebas, mintiera para proteger a culpables de crímenes aberrantes. Me pregunto cómo fue posible que en nuestro país un hombre común de carrera militar, educado de acuerdo a ideales sanmartinianos, llegara a comandar una organización que robaba bebés de padres asesinados.

Me pregunto sobre qué pasó en nuestro país para que se llegara a matar en las calles y en campos de concentración de millones de ciudadanos con la sospecha, cuando no con el conocimiento y la certeza, de que así ocurría.

Pregunto qué ha sucedido en casi cuarenta años para que no extrajéramos las consecuencias ni analizáramos las causas para que esos hechos sangrientos no ocurran nunca más. Me pregunto cómo y por qué militantes de la justicia social indignados por la situación de pobreza y la explotación del hombre por otros hombres, secuestraban gente y mataban a seres indefensos en nombre de la revolución. Me pregunto cómo es que hombres y mujeres ordinarios, como cualquiera de nosotros, pueden llegar a ser parte protagónica de un sistema de odios que lo permite todo. Pregunto en nombre de qué concepción de la historia y de la Justicia, matar por un ideal es un acto legítimo. Me pregunto cómo se llegó a perpetrar hechos de un sadismo abominable en nombre de la salvación de la patria y cómo se llegó a matar en nombre de la liberación de los pueblos. Me pregunto qué pasó en la Argentina para que mientras J.D. Perón y R. Balbín se abrazaban, otros asesinaban a J.I. Rucci.

Me pregunto qué pasó en la Argentina para que alguien como Videla haya sido posible y real.