Vamos a decirlo sin rodeos: acaba de aparecer uno de los libros del año, ese libro se llama Frutos extraños, y recoge los textos periodísticos escritos entre 2001 y 2008 por la periodista Leila Guerriero (junto a Josefina Licitra, las dos mujeres que mejor escriben no ficción en la Argentina). Las 400 páginas de Frutos extraños, lejos de conformar sólo una antología, se convierten con su aparición en un material bibliográfico indispensable para quienes gustan de leer crónicas o pretenden, alguna vez, dedicarse al extenuante y maravilloso oficio de cronista (a los no iniciados: la crónica periodística es el género que fusiona, cuando está bien trabajado, las historias de la realidad con las técnicas narrativas de la ficción; y que cuenta, entre sus practicantes más ilustres, a John Hersey, Truman Capote, Norman Mailer, Gabriel García Márquez, Rodolfo Walsh, Tomás Eloy Martínez y Martín Caparrós). Guerriero hizo, a esta altura, méritos suficientes para integrar esa lista, y ya había demostrado hasta dónde llegaba su oficio y sensibilidad con otro libro notable: Los suicidas del fin del mundo (Tusquets, 2005).
Frutos extraños está dividido en cuatro partes.La primera reúne las crónicas y perfiles publicados por su autora en revistas como Soho, Gatopardo, El Malpensante, EPS y Paula, y en los que Guerriero se convierte en silenciosa y privilegiada testigo de hechos y vidas ajenas como las del ex basquetbolista Jorge González, el escritor y crítico Homero Alsina Thevenet, la inefable Yiya de Murano, el ilusionista René Lavand. La segunda, “Discusiones”, contiene breves ensayos narrativos, en contra de imposiciones sociales como la de llevar una vida saludable, parir hijos, entregarse a circuitos turísticos prediseñados. Y la tercera y la cuarta son, en verdad, parte de lo mismo: textos en los que Guerriero elucida, siempre con dudas, humildad y cierto pudor, las claves de su oficio (y que valen, por su inteligencia y claridad, lo mismo que el mejor curso, seminario o taller periodístico).
“Encuentro cierta belleza en que las cosas sucedan –absurdas, contradictorias, a veces irreales– y me gusta entrar en la realidad como a un bazar repleto de cristales: tocando apenas y sin intervenir”, escribe Guerriero, en contra de tanto abuso de la primera persona: “Para poder ver no sólo hay que estar: sobre todo, hay que volverse invisible. Aplicar discreción hasta que duela, porque sólo cuando empezamos a ser superficies bruñidas en las que los otros ya no nos ven a nosotros, sino a su propia imagen reflejada, algunas cosas empiezan a pasar”. Para ella, la crónica abreva “del cine, de la música, del cómic o de la literatura todo lo que necesita para lograr su eficacia. El tono, el ritmo, la tensión argumental, el uso del lenguaje, y un etcétera largo que termina exactamente donde empieza la ficción. Porque la única cosa que una crónica no debe hacer es poner allí lo que allí no está”.
Lean la historia de Romina Tejerina. O el perfil de José Alberto Samid. Lean, sobre todo, el relato sobre la labor del Equipo Argentino de Antropología Forense, que restituye identidades a los cadáveres de fosas colectivas que dejó la última dictadura (y que también identificó, entre otros, los restos de Ernesto Che Guevara). Lean, reflexionen, disfruten, sufran, sientan incomodidad. Y vuelvan a leer.