Todas las mañanas, al entrar a la redacción de PERFIL paso delante de la exposición de cuadros de Pablo Temes que integraron la muestra 30 años de democracia expuesta en el Centro Cultural Recoleta en 2013. El séptimo cuadro es un collage de tapas de todos los diarios nacionales titulado Libertad de imprenta, tema sobre el que se volvió a discutir esta semana a partir del ruidoso despido de Víctor Hugo Morales de radio Continental, del cual escribiré en extenso en la edición de mañana.
Hoy quiero dedicarles estas líneas a quienes hacen comentarios sobre los contenidos de los medios en redes sociales y al final de las notas de las versiones web de los medios. Algunos de ellos suponen entender lo que nosotros hacemos mejor que nosotros mismos. Vale como pequeña muestra una selección de la última semana sólo de Twitter sobre PERFIL. Quienes están a favor de Macri escribieron: “Van a seguir con su campaña de revolver mierda hasta que consigan las licencias de TDT”; “ni que les pagaran los K”; “la típica estrategia anti-pro”; “si quieren entender el síndrome de Estocolmo lean Perfil”; “operan a favor del narcoterrorismo y en contra de Macri”; “es obvio que Perfil tiene algún problema personal con Macri”; “están recontra calientes porque ganó Macri y les cagó el negocio de los canales de TV digitales con Scioli”; “se volvieron K”. Y quienes están en contra de Macri: “¿Cuánto les paga Macri para que le tiren flores? Dan asco Perfil.com como Magnetto y Clarín”; “cómplices, seguirán ensuciando a los K y escondiendo la depredación macrista”; “se quejaban del relato: ¿qué simbolizan Clarín, La Nación y Perfil? El relato de Macri”; “tratan de contarle a la gilada que Macri es un rico bueno y que va a ser buena onda”; “la policía del relato de Macri es amplia: Clarín, La Nación, Perfil”; “Macri parece ser el nuevo Alfonsín y Frondizi del siglo XXI para algunos columnistas de Perfil”.
Respondiendo a la lógica de un cambio de gobierno llaman más la atención los macristas enojados con PERFIL cuando hasta hace unos meses de ese sector venían sólo aplausos y todos los insultos los hacían los kirchneristas. Pero recibir palos de ambos lados es la consecuencia de una forma de entender el periodismo que cada tanto es bueno explicitar para los más nuevos que nos siguen.
Hay dos libros excelentes del filósofo francés Jacques Rancière: El maestro ignorante y El espectador emancipado, que inspiran el título de esta columna, “El periodista ignorante y el lector emancipado”, y nuestra forma de relacionarnos con la verdad. En la apasionada búsqueda de la verdad se descubre cómo ella siempre es incompleta (tiene una falta, decía Lacan) y el mayor conocimiento que el maestro puede transmitir es su ignorancia, entendiéndola como la relativa ignorancia humana sobre lo indubitable (Lacan sostenía que la verdad absoluta llevaba al fundamentalismo). Macri no puede hacer todo bien ni el kirchnerismo haber hecho todo mal, o viceversa para los K. El buen periodismo debe ayudar a los lectores a emanciparse del propio medio que leen, a construir su propia opinión con aquello que leen sabiendo que la verdad es siempre deslizante, porque los hechos nuevos resignifican los anteriores en un viaje sin línea de llegada.
El verdadero servicio pedagógico que el periodismo puede hacer al lector es sacarlo de la pasividad del espectador y provocarle la formación de su propia capacidad de juicio sobre lo actual al no proveerle una cómoda y tranquilizadora verdad unívoca de buenos y malos. Ayudándolo a tomar conciencia de su propia implicación con una posición y de que todo análisis será siempre situado.
En El maestro ignorante Rancière cuenta la historia de un extravagante pedagogo francoparlante, Joseph Jacotot, que en 1818 a causa de un exilio tuvo que enseñar francés a estudiantes flamencos sin poder comunicarse de manera tradicional con ellos porque no sabía flamenco. Y los alumnos aprendieron de la misma manera que habían aprendido su lengua materna: “Observando y reteniendo, repitiendo y verificando, relacionando aquello que buscaban con lo ya conocido”. Así Jacotot, además de revolucionar los claustros de la época, pasó de ser el maestro ignorante al maestro emancipador.
El maestro que todo lo sabe embrutece, porque en algo (se) miente y deja a su audiencia estancada en el nivel del aprender (repetir) pero sin pasar al próximo, que es el del comprender. Enseñar lo que se ignora es tan importante como enseñar lo que se sabe. No hay libertad sin comprensión.
En El espectador emancipado Rancière apela a la relación entre la metáfora de la caverna de Platón y nuestras sociedades actuales del parecer apelando a la frase “Aquel que ve no sabe ver” (mirar es lo contrario a conocer), para ponernos en guardia frente a nuestras propias ilusiones de lo que queremos ver y damos por visto y la alienación que nos produce el exceso de imágenes (los videos de la triple fuga, por ejemplo).
El lector emancipado es aquel que puede ver algo independiente de lo que en cada momento ve la mayoría –fascinada– y es un intérprete activo desenganchado de la máquina de la ignorancia que es la repetición. Para el filósofo alemán Peter Sloterdijk vivimos en un proceso de antigravitación, el título de uno de sus libros es precisamente Espumas. El buen periodismo tiene que ayudar a correr la espuma y buscar (aunque no lo encuentre) lo sólido.