"Basta de perseguir al que piensa distinto”, prometía Mauricio Macri en julio de 2015, en su discurso después del triunfo de Cambiemos en la Ciudad de Buenos Aires. "Hoy se termina la guerra del Estado contra el periodismo", proclamaba el ya jefe de Gabinete Marcos Peña el 30 de diciembre, cuando un decreto presidencial ordenó fusionar AFSCA con AFTIC y suspendía a sus autoridades por 180 días.
A un mes del inicio del nuevo gobierno, podemos afirmar que ninguna de las dos promesas se cumplió. La primera quedó desarticulada con los más de 10.000 despidos, disfrazados por el oficialismo de "ñoquis", en distintos ámbitos del sector público, en muchas ocasiones debidos a que los trabajadores eran peronistas o kirchneristas. Y hay demasiados ejemplos para ilustrar el incumplimiento de la segunda: modificación de la Ley de Medios por decreto; fin de 6,7,8 en la TV Pública y levantamiento de la programación de FM Nacional Rock. A estos tres últimos se suman los casos de "privados": la falta de pago de sueldos y los conflictos en Grupo 23; el posible regreso de Televisión Registrada y otros productos de Pensado Para Televisión (PPT) a Canal 13, probablemente con un sesgo neooficialista; y el último, el levantamiento desprolijo del programa de Víctor Hugo Morales en Radio Continental.
Cualquier lector podrá justificar todos estos casos con distintos argumentos. Incluso es probable que se enojen por la existencia misma de este texto, como señaló Jorge Fontevecchia en su propia columna del domingo. Después de 12 años de kirchnerismo, parte del público no concibe siquiera la crítica a Cambiemos -un vicio, la falta de crítica, que en su momento le achacaban al propio kirchnerismo-, llegando incluso a veces al insulto a la disidencia en las redes sociales.
Es fácil argumentar que los casos de "privados" no constituyen "censura" sino una simple no-renovación de contrato. Víctor Hugo no tendrá problemas en conseguir otro trabajo, como tampoco lo tuvieron en su momento otros "censurados" por el kirchnerismo, como Nelson Castro o Pepe Eliaschev. Pero, en un año de recesión y ajuste, probablemente no tengan la misma suerte los exempleados de FM Nacional Rock que, por otra parte, hacían "oficialismo con pluralidad de voces", sacando al aire a personajes disidentes y opositores críticos al gobierno anterior.
La pregunta inevitable es si el Estado (o el Gobierno, que no son lo mismo pero en Argentina suelen confundirse), debe sostener al periodismo independiente, u opositor, o al menos garantizar la pluralidad de voces. El artículo 14 de la Constitución Nacional dice que "todos los habitantes de la Nación" gozan del derecho de "publicar sus ideas por la prensa sin censura previa". Nada dice sobre garantizar su financiamiento.
Uno de los tantos parecidos de Mauricio Macri con Néstor Kirchner es que ambos asumieron con una legitimidad parcial: uno tuvo 51% en un balotaje y solo 34% de votos propios en primera vuelta; el otro apenas llegó a 22% antes de que Carlos Menem se bajara de la segunda ronda. Los dos necesitaban reconfigurar el rol presidencial: uno tuvo que reconstruirlo tras la tibieza de De la Rúa, otro moderarlo después del autoritarismo de Cristina. Los dos buscan anuncios de alto impacto que intentan sintonizar con la voluntad popular, o al menos con cierto zeitgeist y humor social. Y los dos buscan apoyo mediático para saldar la deficiencia política o legislativa. Kirchner al menos tuvo ciertos medios, como el diario La Nación, en contra. El blindaje mediático a favor de Macri, en cambio, es abrumador: casi todos los grandes grupos de medios están, en mayor o menor medida, a favor de Cambiemos. O matizan las críticas (Clarín cambió el "Papelón" por el falso anuncio de captura de los tres prófugos por un mucho más amigable "Marcha atrás"), o simplemente dejan de cubrir temas espinosos para el gobierno (despidos, represión en La Plata, movilizaciones en contra, etcétera). Y no es que los hayan "comprado". Hay, por un lado, mayor afecto hacia un partido que históricamente trató mejor a los periodistas que el kirchnerismo, cuyos funcionarios pocas veces atendían el teléfono. Hay, en otros casos, mayor afinidad ideológica con Cambiemos. Y también está la perspectiva favorable de los negocios que surgirían con la llegada del cuádruple play, es decir, que las telefónicas puedan invertir en medios y que los medios puedan proveer servicios de telefonía.
"En occidente y en el siglo 21 es imposible cualquier 'blindaje mediatico'. Y se paga el costo de intentarlo", escribió en Twitter el semiólogo justicialista Martín Rodríguez. Es cierto. Esta misma columna es prueba de ello: su costo marginal, como su distribución en la web, es cercano a cero. Pero hacer periodismo es caro, además de poco redituable. El paradigma del periodismo ciudadano (que es tan poco objetivo como el periodismo militante), es una trampa del capital para reducir costos e insostenible en el largo plazo. Hacer periodismo requiere de inversión.
El problema es que la masificación de internet de las últimas dos décadas revolucionó los modelos de negocios de todos los medios de comunicación. Al mismo tiempo, el público se balcanizó hacia publicaciones menos "mainstream" y más afines a sus intereses e identidades particulares. Así, medios que antes se sostenían en parte con ventas y servicios como los clasificados, y en parte con publicidad, pasaron a depender mucho más de la publicidad. En una Argentina donde la Economía gira siempre en torno al Estado (y el Estado toca a la mayoría de las empresas en algún punto), la pauta pasó a ser cada vez menos privada y cada vez más estatal. Editorial Perfil lo sabe mejor que nadie, después de la disputa judicial de años sobre la pauta oficial nacional.
El panorama se complica ahora que el mismo partido gobierna sobre las tres principales fuentes de pauta del país: Nación, Ciudad de Buenos Aires y Provincia de Buenos Aires. ¿Cómo puede sobrevivir un medio no alineado con el gobierno en ese escenario de privatización del discurso? Difícil saberlo. Los próximos meses darán una pista.
Por lo pronto, la historia comienza a repetirse solo como tragedia, y los periodistas otrora opositores pasan a ser del establishment, mientras que los exoficialistas se vuelven referentes de "resistencia" para los "empoderados" kirchneristas. Esa es la síntesis de Eameo, que fusionó a un Víctor Hugo Morales con un Jorge Lanata, recordando las épocas en las que el fundador de Página/12 estaba fuera del aire o marginado en Canal 26.
La luna de miel de parte del público con el gobierno de Macri no durará por siempre. En especial si llegara aumentar el desempleo, si no se lograra controlar la inflación, si las paritarias fuesen insuficientes o si surgieran los primeros casos de corrupción. Entonces le reclamarán al periodismo que realice la tarea que le corresponde: criticar al poder. Ahí estaremos.
(*) Editor de Perfil.com | Twitter: @elfaco.