La debacle que afronta el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner exhibe la verdadera naturaleza política e ideológica del kirchnerismo. Ya no puede sostener su épico relato seudoizquierdista ni cobijarse bajo la laxa e insustancial categoría política de “progresista”.
Ha quedado demostrado que el peronismo, aún en su versión kirchnerista, ha continuado cumpliendo su tradicional rol político que consiste en erigirse en el gran dique de contención de las masas dentro de los límites del sistema capitalista en Argentina.
Desde su surgimiento, los distintos posicionamientos que ha enarbolado el peronismo se convirtieron en el mejor indicador para conocer cuál es el techo político tolerable por el sistema capitalista en cada momento histórico, y todas las grandes transformaciones estructurales que necesitó realizar el capitalismo, en Argentina se instrumentaron a través del peronismo.
La oscilación entre los más diversos modelos económicos adoptados por el peronismo en cada etapa histórica reflejan, simplemente, las cambiantes necesidades del sistema capitalista. Porque el modo de producción siguió siendo capitalista. Y todas las relaciones de producción siguieron siendo típicamente capitalistas.
El peronismo ha logrado disociar los intereses históricos de la clase trabajadora (una sociedad sin clases) de sus intereses inmediatos (reivindicativos) exhibiendo a estos últimos como el único horizonte posible para los trabajadores y, con ello, ha debilitado sistemáticamente la posibilidad que surja una verdadera herramienta política de la clase trabajadora que pueda sintetizar ambos intereses para avanzar en una edificación revolucionaria.
Lejos de constituir una gradual transición al socialismo, el peronismo siempre ha sido el principal obstáculo político para que la clase trabajadora pudiese avanzar en alguna forma de construcción política transicional hacia una revolución socialista o, al menos, para que pudiese concebir algún modelo político anticapitalista.
Y cuando el movimiento de masas desbordó los límites políticos del peronismo, el último reaseguro del sistema capitalista fueron las dictaduras, especialmente la última (1976-1983).
La actual situación política argentina es un período de transición. La clase trabajadora y las masas ya no se sienten representadas por el peronismo, pero, todavía, carecen de otra representación política que las exprese. Las genuinas fuerzas políticas marxistas tienen por delante un renovado desafío.
Este período de transición no tiene, ni puede tener, plazos ni formas predeterminadas. Pero la edificación de herramientas políticas transicionales (con toda la flexibilidad táctica que resulte necesaria) se torna imprescindible para que la izquierda argentina pueda convertirse en la nueva representación política de una clase trabajadora que ha comenzado a recorrer el camino que implica, según la expresión de Marx, pasar de ser “clase obrera en sí” a ser “clase obrera para sí”.
Esta transformación en la conciencia política y social de la clase trabajadora es indispensable para transponer, con éxito y de manera duradera, los límites del sistema capitalista.
La necesidad de contar con un Partido marxista revolucionario, cuyo funcionamiento esté basado en el centralismo democrático, tal como fue concebido por Lenin, sigue siendo prerrequisito insustituible para una construcción revolucionaria. Porque la tarea de vencer a un capitalismo más centralizado que nunca requiere instrumentos organizativos a la altura del perfeccionamiento alcanzado por el Estado capitalista.
El resurgimiento del pensamiento político marxista y la ostensible resistencia anticapitalista que se registra en todo el planeta, exigen una rápida recomposición de las genuinas fuerzas marxistas de nuestro país para que la izquierda argentina acuda, con éxito, a esta impostergable cita con la historia.
*Abogado.