Además de las que los viejos libros cuentan en sus páginas, los libros viejos tienen sus propias historias. Simon Brown es un fotógrafo londinense que retrata esos libros. Uno de sus trabajos se titula The Weight of Knowledge (El peso del conocimiento); la serie se está exponiendo por ahí desde hace años, pero recién ahora di con algunas fotografías en la web. Al parecer el hijo adolescente del fotógrafo se encontraba sumergido en el estudio por un examen para el General Certificate of Secondary Education (GCSE), una serie de pruebas que los estudiantes británicos tienen que rendir a los 16 años. Brown tuvo una idea para levantarle el ánimo: apiló algunos libros sobre un banco y sacó una foto. “Llamé a la foto El peso imposible del conocimiento, aludiendo a lo difícil que puede resultar aprender”, explicó Brown; “mi hijo tiene un carácter complicado y dijo que la ocurrencia había sido buena”.
Después de ese episodio, Brown se puso a fotografiar otros libros que fuesen especiales, que tuvieran alguna carga histórica, y cuyo aspecto exterior lo diera a entender. Algunos de estos libros provienen de su biblioteca, otros los encontró mientras viajaba por Gran Bretaña, Irlanda y Francia, ocupado en otros proyectos. La foto Libros salvados del fuego, por ejemplo, la sacó mientras estaba haciendo fotografías en un castillo francés para el libro Romantic French Homes. “Otra fotografía la saqué en una gran casa de campo inglesa. Estaba en la biblioteca y tomé un montón de libros sin prestar mucha atención, los acomodé, saqué la foto y los volví a acomodar como estaban”, dijo. “Lo que no había entendido era que algunos de esos libros eran del siglo XVI y XVII y tenían un valor inestimable. Hubiese podido meterme en problemas de haber roto uno”.
En los casos en que lo que rodea a los libros es tan bello como los libros mismos, Brown lo fotografía, capturando estantes de bibliotecas antiquísimas y salones fantásticos. Otras veces hace primeros o primerísimos planos, concentrándose en las texturas y los colores. Las fotografías de Brown están sacadas siempre con luz natural, porque con esa luz, como pasa con los libros mismos, siempre “hay alguna cosita que no va”. Apila los libros unos sobre otros, en equilibrio, lo que a fin de cuentas pone un poco nervioso al espectador –a mí, al menos. Para ser precisos: vi todas las fotos disponibles muchas veces y nunca dejo de tener la impresión de que de un momento a otro todo puede caerse –y no tengo dudas de que esta impresión es aplicable a cualquier otro observador. Derrumbe inminente que lleva a preguntarse sobre el futuro de los libros en general en el mundo digital. Muchos otros, yo y hasta el mismo Brown se hicieron la misma pregunta, pero después de haber pasado tanto tiempo con objetos tan viejos y tan resistentes lo que uno llega a concluir es que es imposible que los libros desaparezcan. Dice Brown: “Con el desarrollo de la era digital se esperaba que los libros desaparecieran, pero no lo harán. De algún modo se reinventaron. Tienen una belleza propia, una persistencia propia en el tiempo. Están aquí para permanecer”.
Nada me aburre más que la gente que se pone a enumerar los placeres del papel: subrayar con lápiz, las dedicatorias escritas a mano, el gesto de pasar las páginas, el olor, etc. Me suena como si alguien dijera que es mejor hablar con un teléfono fijo para poder enrollarse el cable en forma de resorte entre los dedos. Los libros no desaparecerán porque sencillamente son bellos. Y los libros electrónicos son feos. Muy feos. Lo que salva a los libros es el peso imposible de la belleza.