En los reportajes, los presidentes suelen repetir consignas, repasar lo que consideran logros y cuestionar a sus adversarios. Es una conducta incorporada a la comunicación convencional de los primeros mandatarios. Si ellos son moderados y respetan los estándares elementales de educación, como ocurrió con Alfonsín, Menem, Macri, Fernández y los Kirchner, más allá de su belicosidad, las apariciones públicas pueden resultar discutibles, pero no despectivas e hirientes como ahora. El actual presidente quebró esa tradición, repitiendo la conducta de los líderes populistas de ultraderecha del siglo XXI. Nada novedoso, aunque sí degradante.
De ese repertorio, rescataremos la entrevista que Milei concedió el domingo pasado a uno de los principales canales de noticias de la televisión por cable, efectuada por un periodista que defiende en forma casi irrestricta al oficialismo. El formato del reportaje reiteró el de los anteriores: actitud complaciente hacia el entrevistado, ninguna repregunta punzante, incapacidad y nulo interés para refutar afirmaciones insostenibles, sonrisas cómplices. El periodista, entre otros papelones a los que conduce la obsecuencia, dijo que él “opina” que los diarios tienen derecho a escribir editoriales, omitiendo que esa materia no es opinable, sino una garantía constitucional.
En este marco propicio, un populista de extrema derecha, emulando a sus referentes, puede decir mentiras, ofender a quien le plazca y autoconsagrarse como uno de los más grandes líderes mundiales, poseedor de una doctrina infalible, ante la cual solo resta ser converso o réprobo. A propósito, recordaba el lunes el periodista Carlos Pagni una de las consignas del fascismo: “Il duce ha sempre ragione”. Un condensado y aleccionador libro, que leímos estos días, titulado Dictadores. El culto a la personalidad en el siglo XX, del historiador Frank Dikötter, muestra que ese eslogan estaba implícito en otros personajes de esta saga. Sus maquinarias de propaganda inducían, entre otras, también esta creencia: el líder es incorruptible y si en su gobierno existe corrupción, es porque él no lo sabe, si lo supiera, fulminaría a los corruptos.
El poder económico duda o aplaude, pero por ahora no pone los dólares que el Gobierno necesita
Cabe recordar algunos pasajes desopilantes –si no fueran trágicos– del reportaje que mencionamos. Delira el jefe libertario: “Soy uno de los dos políticos más relevantes del planeta Tierra”; “Soy el máximo exponente y defensor de las ideas de la libertad en el mundo”; “Dirigentes, ratas invisibles, en comparación conmigo, que me reúno con los empresarios más importantes del mundo”; “Qué visión puede tener una rata respecto a un gigante, nada”, “… en el área que usted me proponga estamos haciendo cosas maravillosas”; “Las jubilaciones están 5% arriba en términos reales desde que asumimos, quiere decir que le ganamos a la inflación”; “Lijo es el único que conoce perfectamente cómo funciona el sistema judicial, sería el primero que llega a la Corte Suprema con esa característica”.
Pero no elegimos esta entrevista por esos desvaríos, que el Presidente ya expuso. La razón es otra: el reportaje contiene una dura crítica, basada en argumentos falsos, a los principales accionistas del medio que lo entrevistaba –a los que mencionó por el apellido– y a sus periodistas. Que sepamos, nunca había ocurrido algo similar. Enojado por investigaciones sobre presuntas irregularidades, el libertario dijo que conoce la agenda de estos empresarios, quienes mandan “a sus cuatro esbirros, esos pseudoperiodistas”, a atacar. Pide que expliquen por qué tienen tanto encono con él y con Lijo. Descalifica a estos periodistas, empleando un mecanismo de defensa llamado “proyección”, que se enseña a los alumnos de primer año de Psicología: “No tienen problema en mentir, calumniar e injuriar”.
Interpretamos que los propietarios del medio aludido acaso se sientan como la rana que ayuda a cruzar el río al escorpión, quien, al llegar al otro lado, en lugar de agradecerle, la pica, según la fábula tan citada. El insecto, como sabemos, justifica su acción confesando que la agresividad está en su naturaleza. Los dos mayores conglomerados de medios del país tomaron una decisión comercial astuta: segmentar el público entre, por un lado, los lectores con capacidad de discernimiento, a los que les ofrecen diarios que analizan con equilibrio la realidad nacional; y, por el otro, los televidentes libertarios –que son muchos más–, quienes se excitan con las apologías y rechazos de conductores que trabajan para la industria del odio. Tal vez ahora estos medios enfrenten un dilema.
¿Qué harán en adelante? ¿Seguirán ayudando al escorpión a cruzar el río en los canales de cable o empezarán a tomar distancia de él? No es una pregunta retórica, porque los sondeos de opinión muestran que después de las redes, el ciudadano promedio, que no lee, obtiene de esos canales la información tosca y sesgada que maneja. Una hipótesis es que los diarios reconocerán lo que estimen logros del Gobierno, pero profundizarán las objeciones a sus excesos y seguirán investigando presuntas corruptelas. ¿Pero qué sucedería si le soltaran la mano en la televisión? “Ahí te quiero ver”, como dice el habla popular. El rating actual se basa en que Milei conserva aprobación, pero en caso de que la perdiera quizá no caería la rentabilidad, si los canales de noticias se tornaran tan incisivos como los diarios.
Los megalómanos desprecian la adversidad porque creen que no puede alcanzarlos. A Macbeth le bastaba con que las brujas le profetizaran que seguiría siendo un rey imbatible; confiado, no advirtió que sus adversarios habían formado una coalición a la que solo unía el hecho de estar integrada por familiares de los que el monarca había asesinado. En la democracia argentina, ahora conducida por un autoritario, hubo muy pocos homicidios, pero sí ofensas, aunque nunca con la agresividad psicopática que él emplea con los que consideran enemigos.
El “triángulo de hierro” que nos gobierna tiene pies de barro. Impone su agenda debido a un mero balance favorable, en las falibles encuestas, entre aprobación y desaprobación, que es muy estrecho y podría darse vuelta en cualquier momento. El poder económico duda o aplaude, pero por ahora no pone los dólares que el Gobierno necesita desesperadamente para sostenerse.
Es sabido que la labor periodística perdió influencia ante la difusión de las redes y las noticias falsas. Pero atención, si el periodismo herido se uniera a otros maltratados, como en la tragedia de Shakespeare, podría ocasionarle un daño severo al rey, que está más desnudo de lo que quiere hacernos creer.
*Sociólogo.