En su columna del domingo pasado, Gustavo González sintetizó en una frase lo que el macrismo cree que se votará en octubre: “No es la economía sino la memoria”. Resumiendo también la estrategia de polarizar con el kirchnerismo de Duran Barba, quien, si lograra que Macri volviera a ganar otra elección después de una caída del producto bruto y del consumo, “merecería el Premio Nobel a la consultoría política”, como a él mismo le gusta presumir por haber hecho a Macri presidente.
A la subestimación de la importancia del presente en las elecciones de octubre de Duran Barba se sumó la del presidente del Banco Central, Federico Sturzenegger, a quien le aceptaron que subiera la tasa de interés para atacar más decididamente a la inflación, aunque hoy enfríe el consumo, apostando a que una caída de la inflación más drástica en 2018 les permitirá ganar las elecciones de 2019.
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Paradójicamente, el más transgresor en materia política del Gobierno y el más ortodoxo en materia económica se transformaron en absolutamente complementarios tras la idea fuerza que se podría sintetizar en “el presente no existe”.
En sus célebres Ensayos, Montaigne sostenía que el presente es nada, porque si fuera algo sería duración, y si durara se uniría al pasado. Peor aún, si pudiera reunirse con el pasado no sería tiempo sino eternidad, por lo que el presente es apenas lo que separa y une al pasado con el futuro. Pero quizás aquello que ya no es (el pasado) y lo que todavía no es (el futuro) sean lo único que nos permite sentir el tiempo, ese gran fugitivo que se escapa, se revela escurriéndose y sólo es dejando de ser.
Probablemente, Duran Barba leyó los Ensayos de Montaigne y, aunque se trate de tres tomos, quizá también Sturzenegger en su época de profesor en Harvard, pero más allá de ellos el tiempo es central para Cambiemos porque sólo puede existir en relación con el cambio: “No hay tiempo sin movimiento ni cambio”, escribió Aristóteles en su Física IV.
Duran Barba podría sostener que hay un “presente del pasado” por el que se votará en octubre de 2017, y Sturzenegger apostar a la existencia de un “presente del futuro” con el que se construirá la victoria electoral de octubre de 2019. San Agustín decía que “el presente del pasado” es la intuición y “el presente del futuro” es la espera.
Porque es la conciencia la que constituye y despliega la existencia del tiempo, Sartre decía que el tiempo “sólo viene al mundo en la medida en que estemos (nosotros) aquí”. O sea: el tiempo es la memoria por la que Duran Barba apuesta a que el Gobierno gane las próximas elecciones de octubre, aun sin tener un ministro de Economía. En la época en que existían las fotos en soportes físicos, Kodak decía que su producto no era la película de los rollos sino que ellos vendían memoria.
Tiempo y populismo. Desde una perspectiva opuesta, el verdadero tiempo que existe es el presente, que es el único disponible. El pasado y el futuro sólo subsisten en nuestra mente mientras que el presente se sucede a sí mismo en nuevos presentes, uno tras otro. Si “siempre es hoy”, la obligación del político consiste en procurar los mejores presentes a los votantes. La priorización del consumo sobre el ahorro, característica del populismo en sus distintas expresiones, es también resultado de esa diferente percepción del tiempo en la cual sólo hay ahoras.
Es que, de la misma forma en que el tiempo varía con la velocidad para el astronauta que envejece más lentamente en una nave espacial, también varía con la posibilidad económica del sujeto, porque a menor cantidad de recursos el tiempo parecería pasar más rápidamente y resultaría más lógico “consumirse” futuro.
Conociendo esa diferente percepción del paso del tiempo en las personas, el populismo propuso siempre “ya” para los más humildes. Las cuotas, por ejemplo, son mucho más valoradas que un precio menor en quien no podría comprar sino a crédito, algo que, después de su Waterloo con las cuotas de los comercios en enero, Cambiemos remonta con las cuotas a treinta años para comprar propiedades.
El plan del macrismo es promover la inversión en el presente para que haya prosperidad en el futuro. Pero simultáneamente toma deuda que se deberá pagar en el futuro para morigerar el ajuste que sufre la población en el presente.
Consumo versus ahorro, populismo versus conservadurismo, con la variante ecléctica de desarrollismo, también tienen su relación con dos creencias acerca de la dirección de la “flecha del tiempo”. Unos suponen que el tiempo viene del futuro, donde todo comienza, llegando al presente, para pasar a acumularse en el pasado como un depósito. Y la inversa, la que cree que es el pasado lo que produjo el presente y el presente producirá el futuro.
Venga de adelante o de atrás, lo que a la mayoría de las personas les preocupa es “lo que pasa”, aunque pase. El tiempo no existe por sí mismo sino por los acontecimientos, y hoy pasa que el miedo al pasado tiene consecuencias electorales. Las imágenes de lo que pasa en Venezuela alimentan esa memoria en quienes temen el regreso del pasado hecho kirchnerismo.
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La mente es la memoria, decir que se vota con la memoria es decir que se vota con la mente, la única que permite salirse del presente, una apuesta del Gobierno omnipotente y riesgosa. También Néstor Kirchner, en 2005 y 2007, ganó las elecciones con la memoria de la enorme mayoría que no quería volver a los 90.
El Gobierno merecería reconocimiento si pretendiera ganar las elecciones por el presente y el futuro más que por el pasado. Vivir el presente no tiene que implicar renunciar al futuro, porque no se trata de pensar en el futuro porque exista sino precisamente porque, al no existir, es lo que podemos construir y depende de nuestras decisiones, en cambio el pasado es insuprimible e irreversible.
Vivir un presente que no sea un instante sino un presente que transite su propia mejora, donde la evolución constante de la economía sea la protagonista y el paso del tiempo, sinónimo de progreso.