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la vida sin dolares

El programa ‘garrote + expectativas’

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Cada semana que pasa confirma la idea de que el Gobierno ha decidido reemplazar la política económica por una ampliación del control de los mercados. Sin embargo, la semana pasada se agregaron dos ingredientes a la receta. El primero, el anuncio de emisión de deuda interna del Tesoro, atada a la evolución del precio del dólar oficial, para darle algún instrumento vinculado al dólar a la parte del mercado a la que los controladores, en un intento de fijar precios artificiales para el dólar “libre”, han obligado a desprenderse de sus activos dolarizados. Una especie de PNT (pesificamos pero no tanto).

El segundo ingrediente fue la insistencia de algunos voceros cercanos al Gobierno en que “en enero se arregla el problema de la deuda con aquellos que no entraron al canje, sean buitres o no”. Una mezcla, entonces, de “garrote y expectativas” ante la ausencia de medidas concretas que pudieran revertir la tendencia de caída de la actividad y la alta inflación que caracteriza el escenario argentino de estos meses.

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¿Alcanza? Para revertir la tendencia, seguramente no; para frenar su profundización, sólo por un ratito, en la medida en que el escenario internacional no se deteriore mucho más.

Y esto es algo que no hay que olvidar.

Los elementos centrales del mundo que permitieron financiar estos años de populismo exacerbado –altos precios para la soja, un dólar débil y una región (en particular Brasil) demandante– han desaparecido de la escena, con una intensidad aún no determinada.

Sin el conflicto por la deuda en default, esto sólo hubiera obligado a ajustes importantes en la política económica. Dichos ajustes se tradujeron en la devaluación sin programa de enero, y en medidas financieras (colocación de deuda del Banco Central para contrarrestar la fenomenal emisión de pesos para financiar al Tesoro, emisión que creció unas ocho veces en cuatro años), en aumentos de gasto público en pesos, con escaso poder reactivador, dado que lo que falta son dólares para producir, y precisamente, racionar e incrementar la deuda con importadores, y otras medidas cambiarias para administrar la caída de las reservas sin tener que devaluar.

El ajuste fue inevitable, aunque de una profundidad exagerada por las propias medidas, o su ausencia.

Ahora se intenta frenar el deterioro creciente, como se dijo, con más intervención y controles, y diseminando la idea de que, pese a todo lo que se dijo e hizo para no solucionar el conflicto con los tenedores de bonos que no entraron al canje, en enero, en cuanto venza la famosa cláusula RUFO, se arregla todo y nos endeudamos para reactivar la economía y tener el final de fiesta que la década ganada merece.

Pero para enero falta muy poco, o una eternidad. Trabar cada vez más los mercados para que no reflejen los verdaderos precios de nada, y a la vez emitir pesos para financiar el déficit y retirarlos luego colocando deuda es un juego cada vez más peligroso y desafiará la estabilidad macro de los próximos meses.

Pero, economista al fin, supongamos que el escenario internacional no se deteriora todavía más. Supongamos que el programa “garrote + expectativas” tira hasta enero, sin empeorar demasiado lo que ya está muy mal. Supongamos que el reendeudamiento contra el desendeudamiento existe. Y supongamos, finalmente, que la Presidenta está dispuesta a aprobar su instrumentación. Nuevamente, ¿alcanza?

Temo que la cantidad de dólares que hacen falta –con este escenario internacional, aunque no empeore– para normalizar la economía argentina, definiendo como normalizar a una economía creciendo al 2% o 3% anual, no está disponible en el mercado voluntario de crédito al Gobierno. Y ésta es la clave. Porque la economía argentina funcionó sin crédito al Gobierno en estos años por una combinación del mencionado escenario internacional favorable y la oferta de crédito al sector privado, que financió junto al capital propio su actividad. Para restablecer esa franja de ingreso de capitales privados, necesaria para crecer, la porción garrote del programa debe ser reemplazada por la porción mercado. Los precios en los mercados tienen que ser verdaderos y no artificiales, y las restricciones cuantitativas, desaparecer.

Sin este programa, el endeudamiento público que se promete puede frenar la caída o evitar la implosión del modelo K. Difícilmente se pueda aspirar a mucho más.