U n conocido axioma, pero también una obviedad de la gestión empresarial, es reconocer la diferencia entre el objetivo que se quiere lograr (el qué) y el modo como se pretende alcanzarlo (el cómo). Aun así, no es infrecuente que por urgencias, ansiedades u otros motivos, se empiecen a implementar acciones sin que la meta a alcanzar esté definida con la precisión necesaria. Lamentablemente, tampoco es extraño comprobar casos donde un mal cómo termina complicando innecesariamente –o aun estropeando– un buen qué.
Independientemente de estas reflexiones propias del management de las empresas; hoy el escenario político de nuestro país nos muestra otro tipo de discusión, también relacionada con objetivos y acciones. En este otro debate se afirma que: A) el qué que persigue el Gobierno no es el públicamente anunciado y comprometido de reducir la pobreza y la desigualdad, y B) que los cómo que se han implementado no son un costo inevitable, sino el modo necesario e indispensable para alcanzar otro objetivo. Un objetivo perverso y –por eso mismo– ocultado a la opinión pública.
Soy de los que creen que una de las metas del Gobierno es, en efecto, reducir la pobreza y la desigualdad, que el gradualismo es el único camino solidario posible y que se están dando pasos correctos para alcanzarlo. Pero también soy de los que reconocen que, en términos de bienestar económico, hay muchos compatriotas viviendo en peores condiciones que las que tenían en los últimos años del gobierno anterior.
No hay que ser sociólogo, ni economista ni especialista en nada, para reconocer esta cruda realidad. Pero… ¿qué otro efecto podría provocar un aumento de la desocupación sobre todo en la economía informal (los más vulnerables)? O ¿qué tipo de consecuencia podían producir los aumentos significativos en servicios públicos básicos como luz, agua y gas, afectando a las capas medias de la población? Son impactos dolorosos, pero también obvios: si se hace esto, el efecto –directo o indirecto– será esto otro.
Un manejo periodístico sesgado, contribuye a aumentar la confusión sobre el daño provocado por medidas, ya de por sí duras. Y entonces se escucha, según el emisor: “eran todos ñoquis” o “clara persecución política”. O si no, también dependiendo de quién opine: “para terminar con los cortes” o “para enriquecer a las empresas”.
Pero –más allá de lo opinable– es evidente que muchas de las medidas tomadas provocaron un impacto negativo (inmediato o mediato), en términos de pobreza y desigualdad. Por lo que es inevitable plantear esa contradicción: ¿por qué el Gobierno hace lo que hace, si los resultados son contrarios a lo que dice que pretende? Salvo que se piense que quienes nos gobiernan son personas irracionales, se debería concluir que: lo hacen porque creen que el cómo elegido es el modo menos traumático para alcanzar la meta (el qué) que se han propuesto.
Esta conclusión, genera la reacción airada de quienes afirman que el Gobierno hace lo que hace porque su objetivo no es la meta altruista comprometida públicamente; sino que lo que se propone es enriquecer a unos pocos empobreciendo a la mayoría de la población. Se confirmaría entonces –desde esta perspectiva– que no sólo estamos ante un gobierno para ricos sino que además es hipócrita. Y claro, no habría entonces ninguna contradicción: el cómo es adecuado... ¡Porque el qué es este otro, perverso y oculto!
La no ocurrencia de la tan “amenazadoramente” anunciada eliminación masiva de los Planes Sociales, el mantenimiento de la Tarifa Social, la reparación histórica a los jubilados y la fuerte concentración de obras públicas críticas (cloacas, viviendas, pavimentos) en zonas largamente postergadas, son muestras evidentes de que el objetivo del Gobierno es –efectivamente– reducir la pobreza y la desigualdad. Y que esos cómo aparentemente contradictorios son el camino gradual, aunque no por ello menos doloroso, para alcanzar el qué declarado.
* Aliado estratégico /Lic. en Administración de Empresas.