La ceguera reina entre nosotros. La muletilla de moda es "A ver". No hay funcionario o político o parlanchín que no inicie su parrafada sin previo socorro del comodín “A ver…”. Sea para responder, explicar o informar, el tic verbal que usan de salvavidas es “A ver”. Esto pasa por algo. O aquí se hizo la noche, o estamos en un túnel o pasa que el pez por la boca muere. Y los charlatanes también.
La gramática llama anacoluto a la figura oral que usamos cuando yendo de un pensar a otro nos detiene una pausa, un bloqueo, un bache y entramos a patinar, a farfullar. Escombros de lenguaje que en el diálogo popular se expresa con el “este”, el “cómo decirte” y en la jerga política con esos ladrillos de nada como “Lo estamos pensando”, “Se evaluará”, “Ya se dará”, etc.
El recordman es Chirolita Massa: pronuncia un “A ver” cada tres palabras. Scioli prefiere aplicar el futurible, una impronta de pastor brasileño, pero laico, que a falta de ideas asperja a su fieles con cursi “buena onda”. En tanto que Macri y De Narváez no hablan: mezclan letras.
Quien ensordece no diciendo nada es el flamante gurú de “Poder vacante” en TV, Jorge Asís. Quien currara en todos los 90 como hombre de Menem en París ahora pontifica como carmelita descalza de la ética. Su ego intenta la sutileza pero las neuronas se lo impiden y acude a los “A ver” sin asco. Es el antimimo. El anacoluto absoluto. Asís es hijo del “Siganmé” de Menem y del “¿Me siguen?” de Carrió.
Reutemann en cambio los usa por omisión. Advirtió que en país blableta el parco es senador, y se le dió. Kirchner es una enciclopedia de anacolutos pues la sintaxis no le entra en la sesera. Su oratoria es un colgajo de sílabas perdidas, jitanjáforas y ásperos sonidos.
Cristina anacoluta con la palma de la mano. Así dirige el tránsito de su comunicación con la prensa. Sortea preguntas y dispone de qué se hablará y quien y cuánto.
Cobos es un caso aparte. Primero se hizo el oso y ahora se atreve a ironizar: “Sí, Reuteman ganó, pero ahí nomás, “justiniani”…” El anacoluto es bien argentino. Tambien uno, al escribir un artículo, por ahí pierde aire y se aferra de lo que venga. Me pasó ésta semana al tener que responder como entendía que el K. dijera haber perdido y la K. haber ganado. Me ví obligado a refugiarme y opté por surfear con un “A ver…,como decirle…supongo que…espero me entienda”.
Es que (y retomo la columna) tras el campanazo de las urnas el país entró en paradoja profunda. K. reencarnó en pastor de intelectuales en el parque Lezama y Cristina se tomó el Tango para sacar a Honduras de su idem. Sus 40 millones de súbditos quedaron en clausura por el embate de la tripleta humana/aviar/porcina, pero más por la noticia de que antes de la elección había 1.500 infectados y después, de un saque, más de 50.000 (por favor, un juez por aquí).
Aquí pasan cosas raras porque somos raros. Por eso no se ve siquiera un metro del futuro que se nos viene. Poder y oposición semejan dos luchadores de sumo untados de arrope. La victoria por dos puntos de Reutemann y Narváez indica que…(a ver, como decirlo…) ganaron por un pelo (pero asumen como si hubieran triunfado en Waterloo. Ridículo total. Tampoco se nota un real cambio de clima.
Los radicales comen asados. Los peronistas empanadas. El único signo alentador es que la justicia pareciera dejar su siesta. Ha empezado a citar a peces gordos. Lo de Jaime por un lado. Por el otro habrá juicio oral a Pedro Pou, ex jefe del Banco Central bajo Menem y 20 “pesados” más. Es buena hora para indagar ratones. Y no aflojar (esto es…a ver.. que pa´trás, ni bailando)
* Especial para Perfil.com