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El reino del revés

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 “Aníbal es un border, border total, pero me encanta.”
(Ultimo discurso de la Presidenta, mención a Aníbal Fernández.)

Hace dos semanas este diario colocó como título principal de su tapa que el Gobierno avanzaba con una reforma constitucional. Al día siguiente, Aníbal Fernández lo desmintió enfáticamente: “Lo ha impuesto la oposición. Lo instalaron también el CEO de Clarín, Héctor Magnetto, y los alcahuetes que responden a sus designios cuando se les antoja”. Por entonces, ningún medio de Clarín ni el diario La Nación habían publicado nada, sólo PERFIL. Pero la paradoja es la forma preferida del kirchnerismo de atacar a este diario: esbirro de Clarín –cuando es el medio que más padeció el abuso de su posición dominante– o pro dictadura (habiendo sido Editorial Perfil la más castigada por la dictadura). Ahora la reforma constitucional fue confirmada por Boudou y La Cámpora.

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La insistente mención “al reino del revés” de la Presidenta en su último discurso debería aplicarse al propio Gobierno. Ella misma reconoció que la mentira es una herramienta al servicio de la política, cuando dijo en ese discurso: “Siempre se puede manipular, de un lado y del otro; ojo, yo no vengo aquí a vestirme de santa ni de angelita, pero en esas cosas en la que le va la vida... Además, ¿qué familia o qué persona no ha sido afectada por esas enfermedades tan crueles?”.

Doctor Nelson Castro. “La verdad es que estaban todos asombrados –continuó hablando la Presidenta sobre su operación–, desde la última enfermera hasta el primer residente por todas las cosas que se decían. Me contaban que otros colegas de otras instituciones también estaban todos asombrados por lo que se decía, sobre todo por un colega al que siempre le creían a pie juntillas todo lo que decía y se quedaron azorados sobre las cosas que había dicho y escrito”, en obvia alusión a lo que, en sus panoramas de los domingos en PERFIL, había escrito Nelson Castro, quien mañana le responderá a la Presidenta.

La perspectiva de Cristina Kirchner es religiosa: “Con esto me va a matar Saco, cuando vaya a revisarme me va a herir de nuevo; no, pobre, él es un tesoro. (...) Y él en un momento dado me dice: ‘Estoy conmocionado porque, la verdad, es increíble lo que pasó, parece un...’ y no se animaba a decirlo: ¿un milagro? ‘Yo no puedo decir eso porque soy un científico.’ Bueno, está bien, lo digo yo, no se haga problema. (...) Yo creo que también es un poco la fuerza, la fuerza de la gente, la fuerza del amor; yo siempre creo que el amor es mucho más fuerte que el odio, mucho”.

Y continuó con Clarín: “Si me saco un poquito el pelo así es para que vean. No, porque estoy segura que si... Pensé en venir con un pañuelo porque creo que no está muy estético, pero dije: si me pongo un pañuelo, Clarín mañana dice ‘ésta no se operó’, y dije no, no, no, no, dije; ustedes saben que la estética me puede pero, bueno, me dije: ‘La política antes que la estética, querida’. Así que nada, nada, hubo... hubo alguno que me sugirió ‘¿por qué no llevás la tiroides y la ponés ahí’, pero yo dije, no, no, me parece too much; ¿cómo voy a hacer eso?, se va a impresionar la gente”. “Yo estaba en condiciones de irme el viernes por la tarde, ¿no?, pero me pareció que me trataban tan bien ahí en el sana... no, no, fuera de broma, ¿eh?, una habitación divina que además daba como a un bosque como con pinos, era una habitación vidriada que daba como a un bosque y me trataban como a una reina”.

Señora de Barrio Norte. Cuando Cristina Kirchner se aparta del tono severo y se ablanda coloquialmente, le emerge un curioso parecido con Susana Giménez. Su discurso de reaparición tras la operación, el miércoles, es un collar de perlas textuales. Además de las referidas a su salud y a Aníbal Fernández, agregó: “Un príncipe, usted, Moreno, al lado de los italianos”, por el allanamiento a las calificadoras de riesgo en Italia. “Me encanta que defiendan a las ballenas pero también deberían defender a todos los calamares que se llevan de allí”, por las ONG ambientalistas, ante la falta de protestas por la explotación que Inglaterra realiza en las Malvinas. “¿Queda mal que digamos que rompimos el siete?, queda horrible pero está para que digamos eso”, sobre un índice de desempleo menor al 7%.

Más allá del contenido de su discurso, su voz se aflauta, intercala palabras en inglés, apela al “nada” tan de moda como nexo vacío. Probablemente sea un intento de humanizar sus presentaciones. Pero más útil para la información sería una clásica conferencia de prensa, ordenada con una pregunta por medio acreditado en Casa Rosada, como se realiza en la mayoría de las democracias del mundo, donde los asistentes al salón de conferencias, en lugar de ser los propios funcionarios y partidarios que aplauden cada mención como fans, fueran un grupo de periodistas.