En 1956, el presidente Dwight Eisenhower nominó a William Brennan como juez de la Corte Suprema. El episodio mereció que el Chicago Tribune lo informara en la tercera sección, debajo de las historietas. Cuando George Bush padre propuso en 1990 a David Souter para suceder a Brennan, el proceso de selección (hearings) ocupó la tapa de todos los diarios. Ahora le llegó el turno de retirarse a Souter, uno de los cuatro jueces “liberales” en una Corte de nueve miembros. Como ya lo informara este diario, el período de la Corte Suprema que terminó en junio de 2008 fue excepcionalmente bueno para los negocios norteamericanos. Habida cuenta de lo que ha sucedido desde entonces, lo que fue bueno para la economía norteamericana no lo es más ni para ella ni para la planetaria, sumida en la crisis. Por el rol que jugó la Corte Suprema en el proceso y porque los norteamericanos se han interesado más y más en el papel de la Corte, la presentación de Barack Obama de su candidata a suceder a Souter, la jueza Sonia Sotomayor, desencadenó una secuencia que no ha abandonado las primeras planas.
Primera latina en recibir esta distinción en un país en el que de cada cinco niños uno es latino, Sotomayor afronta un puntilloso escrutinio. Dueña de un brillante historial académico (Princeton y Yale) y de una impecable foja de servicios como jueza (fue nominada a la Corte de Distrito por un presidente republicano, George Bush padre, y promovida a la Corte Federal de Apelaciones por un demócrata, Bill Clinton), nació en el sur del Bronx y se crió en un complejo de viviendas subsidiadas junto a su familia, que llegó a Nueva York procedente de Puerto Rico. Su padre trabajaba en una fábrica, tenía una educación de tercer grado y no hablaba inglés, lo que no le impidió –al igual que la madre de Sonia– tener un fuerte sentido de familia.
A Sonia Sotomayor le fue diagnosticada diabetes a los ocho años. Uno más tarde, murió su padre y la madre trabajó seis días a la semana como enfermera para mantenerla junto a su hermano, hoy médico. Mandó a sus hijos a una escuela católica, porque consideraba que todo era posible con una buena educación. Si bien la solidez de la formación de Sonia es compartida por muchos otros colegas, ninguno de ellos hizo su tesis sobre Luis Muñoz Marín, el fundador del Estado Libre Asociado de Puerto Rico.
Cuando Obama presentó a su candidata, manifestó que pocas responsabilidades presidenciales generan más consecuencias que elegir un miembro para la Corte Suprema de Justicia. Ello es así, toda vez que dicha dignidad se les otorga de por vida –mucho más tiempo que un mero período presidencial– con la inherente misión de “bajar los principios al papel”. Afirmó que de las muchas cualidades que admiraba en quienes integran el espectro de la filosofía judicial, quería resaltar especialmente su conocimiento de la ley y su convicción de que el juez es quien interpreta la norma pero no la crea. Citando a Oliver Holmes, quien decía que la vida de la ley no era consecuencia de la lógica sino de una experiencia probada por obstáculos, barreras e infortunios, señaló que Sotomayor podía dar testimonio de ello.
Desde que comenzaron las audiencias de confirmación ante el Senado, medios y público se han dado infatigable cita; las audiencias para evaluar a la candidata se prolongarán por varios días. En el maratónico proceso tendiente a consagrarla la primera jueza hispana del tribunal, Sotomayor contestó uno a uno los duros cuestionamientos de senadores republicanos que dudan abiertamente de su capacidad e imparcialidad a la hora de juzgar por considerar que no será capaz de distanciarse de sus creencias personales para decidir los casos basándose únicamente en aspectos legales. Es por este repetido argumento que la jueza puso especial énfasis en destacar que su filosofía judicial es muy simple: ser fiel a la ley. “La labor de un juez no es formular leyes sino aplicarlas”, manifestó.
La candidata ha respondido a las más variadas preguntas, y hasta tuvo que aclarar una polémica declaración de 2001, cuando afirmó que una mujer latina podía tomar mejores decisiones (como juez) que un hombre anglosajón. La magistrada insistió en que sus palabras habían sido mal interpretadas pero que por la atención que habían recibido y por la manera en que algunas personas las entendieron, fueron poco felices. Según varios expertos, jamás dejó traslucir su identidad a través de sus fallos.
En materia de derecho internacional, Sotomayor sostuvo que los magistrados podrían tener en cuenta las leyes de otros países para cuestiones en las que no haya o sean escasos los precedentes en Estados Unidos, pero rechazó la idea de que leyes extranjeras pudieran fundar la decisión de un magistrado estadounidense, salvo en el caso de tratados internacionales que el país pudiera haber firmado. El juez Anthony Kennedy, al fallar en 2005 a favor de prohibir las ejecuciones estatales de menores de edad, escribió que el tribunal debería “tener en cuenta el aplastante peso de la opinión internacional” en contra de ese proceder. Por el contrario, los jueces conservadores Antonin Scalia y Clarence Thomas consideran que la ley de otros países nunca debería ser citada en fallos estadounidenses.
Los demócratas tienen los 60 votos que hacen falta para impedir cualquier acción dilatoria de los republicanos y convertir a Sotomayor en la tercera mujer en llegar al máximo tribunal estadounidense; el senador republicano Jeff Sessions repite como un mantra: “Yo no votaré y ningún senador debería votar por una persona nominada que cree que es aceptable para un juez permitir que su historia personal, género, prejuicios o simpatías balancee su decisión en favor o en contra de una parte en la Corte”.
Lo que Sonia Sotomayor lleva a la Corte no es solamente el conocimiento de una brillante vida jurídica sino la sabiduría adquirida en su propio e inspirador camino de vida: ningún propósito está nunca más allá de lo posible. Tal vez termine por ser cierto que, como ha dicho el periodista Jorge Ramos, uno de los 25 hispanos más influyentes de Norteamérica: “Ella es una mezcla y se autodefine como nuyorican (mestiza de Nueva York). El rostro de Sotomayor es el rostro del futuro de los Estados Unidos”.