COLUMNISTAS
LA MEJOR SEMANA DESPUES DEL PEOR MOMENTO

El rostro humano

El Gobierno sigue en terapia intensiva pero ya abrió los ojos, comenzó a mover las manos y demuestra sus ganas de recuperarse. Acaba de terminar su mejor semana después de su peor momento. Tocó fondo el día que Alberto Fernández abandonó el barco.

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El Gobierno sigue en terapia intensiva pero ya abrió los ojos, comenzó a mover las manos y demuestra sus ganas de recuperarse. Acaba de terminar su mejor semana después de su peor momento. Tocó fondo el día que Alberto Fernández abandonó el barco. El kirchnerismo era un paciente postrado que casi no mostraba signos vitales. Muchos se pusieron a redactar el certificado de defunción, porque el peronismo no soporta los vacíos ni los silencios. Olfatea la muerte política y se prepara para ocupar los lugares vacantes. La renuncia de quien era jefe de Gabinete, confidente del matrimonio gobernante e integrante de la línea fundadora operó como luz de alarma. El abismo estaba a un paso. Las versiones nunca desmentidas de un Néstor Kirchner incitando a la presidenta constitucional Cristina Fernández para que huyera de sus responsabilidades y de la Casa Rosada (­aunque sin helicóptero) fueron patéticas. Dieron la dimensión exacta del resentimiento con que puede envenenar a la democracia un bravucón autoritario en la lona.
Había que empezar de nuevo. Asimilar los golpes y suturar las heridas. Reconocer la paliza propinada por el campo en la calle, en el Congreso y en la opinión pública y actuar en consecuencia. La señal elegida por Cristina fue el ingreso al escenario de Sergio Massa, una cara nueva y fresca en contraste con la fatiga ojerosa que transmitía Alberto. Néstor pasó casi a la clandestinidad con su silencio absoluto y dejó de piantar votos. Se frenó la caída a pique y apareció algo así como el rostro humano del kirchnerismo. Cristina se adaptó y respaldó ese discurso naciente, pese a que Néstor sigue sin digerir el estilo del ex intendente de Tigre.
Aquí surge la gran incógnita que sólo la historia va a develar. ¿Cuál es la verdadera Cristina? ¿La que se mimetiza con los gritos autoritarios y los insultos intransigentes de Néstor? ¿O la que sonríe, dialoga y negocia con flexibilidad en el Congreso el proyecto de Aerolíneas? Probablemente ambas sean las dos caras de la moneda más auténtica de Cristina. La que se mueve por convicciones y por conveniencia. La que quiere mantener la iniciativa, pero que “no come vidrio”. La que acata las órdenes de su marido y se aferra con firmeza a un Guillermo Moreno que la hunde en las encuestas y la que descubre con satisfacción cómo puede recuperar terreno revalorizando su rol institucional al auxiliar a gobernadores como Juan Schiaretti o Hermes Binner, quienes durante la batalla agropecuaria habían sido archivados en el cajón de los enemigos.
Todo lo que pasó alrededor del senador Carlos Reutemann también debe leerse con atención. Nunca miró con simpatía la crispación ni el látigo kirchnerista. Si algo le molesta es el maltrato. Pero como buen pragmático se subordinó a sus mandos naturales y los acompañó hasta la puerta del cementerio. No entró, desde luego. Sus sensores de racionalidad y su conocimiento de la realidad agropecuaria lo llevaron a liderar el respaldo al campo con decisión y prudencia junto a Felipe Solá, Juan Schiaretti y Jorge Busti, entre otros. Eran tiempos en los que Lole desdramatizaba con ironía su posible condena a la Siberia. “Quise mediar y me echaron flit” fue su frase fetiche. Visitó con su moto las asambleas en las rutas, defendió un proyecto de retenciones contrario al del Gobierno y se dispuso a articular con otros dirigentes un peronismo sin la letra K. Con la misma naturalidad con la que se había cruzado de vereda negoció para evitar que la sangre llegara al río en las internas del peronismo santafesino y llegó a un acuerdo. Y esta semana no tuvo empacho en dejarse fotografiar en Olivos dialogando nuevamente con Néstor Kirchner. Hizo política en estado puro, porque intentó bajar los decibeles del enfrentamiento, buscar denominadores comunes y no amordazó sus disidencias. Apenas salió de la reunión ratificó sus críticas: “El campo está peor que antes de la 125”. Muchas cosas impensadas pasaron en esas horas. ¿Quién hubiera imaginado a Néstor Kirchner mansito y negociando con alguien que tuvo la osadía de sumarse a sus enemigos “golpistas” y “oligarcas”? ¿Quién hubiera imaginado que después de un encuentro tan amigable el senador por Santa Fe iba a ratificar su diagnóstico de la crisis sin temor a ser nuevamente castigado?
Está claro que empezó una etapa nueva en el país político. El terremoto del campo hizo temblar al Gobierno y lo obligó a bajarse del caballo de la soberbia. Ya no hay más espacio para muchas actitudes. Hoy quedan más claras todavía aquellas movidas irracionales casi suicidas, como la sucesión interminable de actos cada vez menos convocantes con Kirchner lanzando fuego por la boca en sus discursos. O el rosario insólito de cadenas nacionales de Cristina para intentar colonizar el mensaje televisivo. O el rol protagónico de personajes millonarios en desprestigio social, como Luis D’Elía. Todo eso se terminó. Siempre y cuando sea cierto que los Kirchner aprendieron la lección y que no se trate sólo de un repliegue táctico, ya nunca más se podrán imponer las leyes o aplicar la obediencia debida en un Parlamento que resucitó y que parece disfrutar de su rol de caja de resonancia de las demandas del pueblo y las provincias.
El matrimonio presidencial también está haciendo un aprendizaje. Su genética los acostumbró a ordenar y no a sugerir. A escuchar poco. A confundir acuerdo de mutua conveniencia con rendición incondicional. Eso no tiene nada que ver con la democracia. Es todo lo contrario. Parece mentira que estemos elogiando algo que debería ser absolutamente natural en cualquier república bien parida. Pero los debates parlamentarios, más allá del resultado, la capacidad de construir puentes y la obligación de asistir a los gobernadores en emergencia son datos de una realidad distinta que ojalá podamos bautizar “Renovación y Cambio”.
Falta muchísmo todavía. El Gobierno tiene que profundizar esta huella en los temas más estratégicos.

  • Refundar las estadísticas públicas y reconstruir el INDEC sobre la base de la excelencia profesional y la independencia política.
  • Proponer un plan económico a mediano y largo plazo que baje la pobreza y la desigualdad, y un ministro que lo encarne.
  • Seguir manteniendo el cuidado con la cuentas públicas y llamar a una epopeya nacional para combatir la inflación y sus expectativas, y seducir a la inversión privada.
Pudo abrir los ojos y mover las manos en terapia intensiva. Ahora debe lograr ponerse de pie, apuntalando la calidad institucional. Desterrando de su diccionario cotidiano la palabra traidor o Judas. Reemplazando enemigo por adversario. De Néstor no podríamos asegurarlo pero Cristina pudo digerir la figura de Juan Schiaretti. Hasta hace pocas horas era el diablo con tonada. Primero hubo una reunión con Florencio Randazzo, para ver de qué manera afrontaban en forma conjunta el drama previsional de Córdoba. Después un encuentro cara a cara con Cristina y una ayuda concreta, contante y sonante, en la emergencia frente a la sequía más terrible de las últimas décadas. Tal como corresponde, van a ser los gobernadores los que decidan de qué manera se distribuye ese dinero de acuerdo con las necesidades. Esos pequeños pasos tan obvios posibilitarán el regreso de Cristina a Córdoba. El próximo 2 de septiembre, Día de la Industria, Cristina compartirá con Schiaretti el acto de inauguración de la escuela industrial más grande de la Argentina, construida con fondos nacionales. Así se relativizarán los odios que obligaron a la Presidenta a suspender un par de actos en esa provincia en la que, electoralmente, siempre les fue tan mal a los Kirchner.
Los más audaces asesores de Cristina se atreven a sugerirle que tenga los mismos gestos de acercamiento cordial con el vicepresidente Julio Cobos. Es como meterle el dedo en la llaga a Néstor, que juró venganza eterna. Pero confían en que Cristina acepte después de ver las nuevas satisfacciones en los números que traerán las encuestas. Hay un par de argumentos muy convincentes:
  • La opinión pública va a tomar positivamente que se cicatrice semejante herida institucional.
  • No se puede seguir con las chicanas mutuas hasta el fin del mandato.
  • Eso le puede poner un techo al crecimiento de Cobos en las simpatías populares porque lo dejaría sin su mejor herramienta, que es diferenciarse del estilo pingüino.
Paso a paso, remedan a Mostaza Merlo los que confían en el milagro. Dicen que un repunte de Cristina puede ser la música que calme a las fieras más feroces, incluso al primer ciudadano agazapado en Olivos.
El clímax del “Operativo Simpatía” sería que Cristina se autolimite de los superpoderes, así como hizo con los decretos de necesidad y urgencia. De todos modos, el “Nuevo Congreso”, ex “Escribanía”, no va a permitir que pase esa delegación de facultades. Si Cristina se anticipa y anuncia que no pretende superpoderes, lograría una jugada sorpresiva que descolocaría a la oposición y mantendría muchos aliados a su lado, tal como ocurrió con los radicales cobistas durante la media sanción de la reestatización de Aerolíneas Argentinas. El camino para la victoria oficial en Diputados sólo se despejó cuando se comprometieron a tirar a la basura el acuerdo vergonzoso y sospechoso que Ricardo Jaime había firmado con la empresa española. Ayer mismo lo denunciaron ante la Justicia.
El camino de la recuperación de la iniciativa política por parte del Gobierno no está tan limpio. Los agujeros más negros hay que buscarlos en posibles hechos de corrupción que la Justicia está investigando:
El aporte de 200 mil pesos de Sebastián Forza a la campaña de Cristina abrió cuestionamientos de todo tipo. Hay situaciones demasiado casuales que no cierran. Vinculaciones con el PAMI de Rubén Romano y Luis Barrionuevo muy delicadas, y con el hospital Francés durante la intervención de José Salvatierra, hombre de Alberto Fernández y de Héctor Capaccioli que aparece de los dos lados del mostrador del mercado de salud: supervisando desde el Estado y recaudando las donaciones desde el partido.
Elisa Carrió fue la primera en decir a nivel nacional que los Kirchner no podían justificar su declaración patrimonial. El mecanismo de comprar tierras fiscales a precio vil en El Calafate y venderla a cifras siderales es algo sobre lo que (producto de su actual debilidad política) tendrán que rendir cuentas y dar explicaciones.
El escándalo de las coimas de Siemens golpea directamente a los gobiernos anteriores, sobre todo al de Carlos Menem. Pero hay un par de diputados que están siguiendo la ruta de Julio De Vido en el tema de las dos usinas generadoras que se compraron a la empresa alemana por 1.600 millones de euros.
Hay intentos de frenar la desconfianza financiera y de recuperar el respaldo político. Por ahora son muy tímidos, pero existen donde antes sólo había confusión y más de los mismo. Los rumores de relevos de funcionarios involucran a Héctor Capaccioli (más por sus declaraciones contra Guillermo Moreno realizadas a PERFIL que por haber juntado el dinero para las elecciones). Se sigue con lupa a Romina Picolotti (huérfana política desde la partida de Alberto Fernández) y a Pepe Nun (Sergio Massa quiere reemplazarlo por alguien de su confianza).
De todas maneras, nada está dicho en forma definitiva. Es un momento de transición. Hay cierta apertura hacia los medios de comunicación y algo menos de fundamentalismo para ver enemigos detrás de cada opinión distinta. Pero los castigos del régimen kirchnerista no terminan de irse del todo. Radio Continental y el grupo Prisa lo sufrieron en carne propia. Con ley de la dictadura y espíritu de la Doctrina de Seguridad Nacional, el Comfer se mostró tan implacable con el aire libre de Magdalena o Víctor Hugo como tolerante con los medios más obsecuentes. La ley no escrita sigue vivita y coleando: premios a los soldados amigos y palos a los periodistas enemigos. Hay cambios pero todavía no alcanzan. Van en el buen sentido pero a poca velocidad. Son correcciones necesarias pero no suficientes. Falta ver si ese rostro humano del kirchnerismo quiere recuperar la ética o es pura estética