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Panorama // cuotas de mercado

El secreto de Campanella

Al mismo tiempo que su película, El secreto de tus ojos, batía récords de recaudación en las boleterías de los cines de Buenos Aires, Juan José Campanella testimoniaba en audiencia pública en el Congreso, en defensa del proyecto oficial de Ley de Medios, abogando a favor de cuotas de emisión y producción de películas nacionales, como establece el proyecto que tiene hoy media sanción de la Cámara de Diputados.

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Al mismo tiempo que su película, El secreto de tus ojos, batía récords de recaudación en las boleterías de los cines de Buenos Aires, Juan José Campanella testimoniaba en audiencia pública en el Congreso, en defensa del proyecto oficial de Ley de Medios, abogando a favor de cuotas de emisión y producción de películas nacionales, como establece el proyecto que tiene hoy media sanción de la Cámara de Diputados.
El argumento central de esta defensa es que “contra los monstruos de Hollywood no se puede competir”. “Ellos tienen un aparato de marketing gigantesco”.
Hubiera sido interesante que algún diputado le preguntara al talentoso director argentino, cómo había hecho él para filmar y exhibir una película argentina, que lleva seis semanas consecutivas en la primera ubicación de ventas de entradas con más de 1.400.000 espectadores, y con una increíble participación de más del 30% de la taquilla total.
Quizás, en ese contexto, Campanella hubiera tenido que reconocer que su película resulta exitosa, aún frente a los monstruos de Hollywood, porque es un producto de altísima calidad y el público y la crítica han sabido apreciarlo.
Que el marketing más estruendoso es el “boca a boca” de la recomendación y que, como la gente no es estúpida, cuando se le ofrece un producto local de alto nivel lo demanda.
Pero claro, eso hubiera sido ir en contra de su ideología y de su prejuicio. Campanella es un éxito, sin cuota de mercado.

Fondos. Con subsidio de fondos públicos, opacamente administrados, es cierto, pero sin la necesidad de que una ley obligue a los argentinos a ver por televisión las películas que el Estado considera que el público tiene que ver.
Si el producto es bueno la gente lo va a ver igual. Si el producto es un bodrio, ya resulta suficiente que lo filmen y produzcan con el dinero de los que pagamos impuestos.
Y que esos fondos sean otorgados con mucha discrecionalidad y poca transparencia, como para que, encima, intenten obligarnos a verlo.
Dinero que, por supuesto, podría tener fines más “progres” que el engrosar los bolsillos, no sólo de grandes talentos, sino también de mediocres de diverso origen que, con el pretexto de “lo nacional y popular” lucran con fondos públicos.
Campanella es el mejor ejemplo de que no hay que tener “cuotas de mercado” para defender un producto cultural argentino y que el talento, la calidad, y el buen trabajo se imponen sin protecciones absurdas.
Es más, si se aplicaran de forma estricta los coeficientes y porcentajes que establece el proyecto hasta a Campanella lo considerarían “monopólico”.

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Publicidad. Está claro que, muchas veces, hacer conocer una película argentina puede resultar muy difícil en medio del gran esfuerzo publicitario de las películas extranjeras pero, en todo caso, que la ayuda estatal, de ser necesaria, se dedique, precisamente, a cubrir costos de publicidad, en lugar de bombardearnos, durante la emisión del “gran negocio del fútbol”, con el “notisocial”, los dibujitos del agro o con un conjunto de hombres y mujeres de la “cultura” que nos quieren vender las bondades de una ley que no leyeron, con guiones que les escribieron.
Cuando los veo, asocio libremente y recuerdo a “los artistas de Hitler” o a los que defendían lo indefendible en los años de la dictadura.
Y que la televisión pública estatal, no gubernamental, en lugar de partidos de fútbol muestre películas y otras manifestaciones locales de arte no comercial y que, en todo caso, dedique los $ 600 millones anuales que nos cuestan dichas transmisiones a financiar cultura argentina de todo tipo y promoverla.
El “proteccionismo comercial” encarece los bienes que demandan los consumidores y, en muchos casos, limita la variedad y calidad de los mismos.
El “proteccionismo cultural”, por su parte, termina beneficiando a mediocres y corruptos.
Los talentosos, como lo prueban Campanella y sus actores, no lo necesitan.
¿Qué tiene esto que ver?, se preguntará el amable lector o la gentil lectora, con el panorama económico de la semana?
Tiene que ver porque en la Ley de Medios, respecto de los contenidos, el Gobierno subestima a la gente.
Considera necesario “protegerlos” y decirle lo que hay que ver, en qué proporción y de qué forma.
Mientras que en la economía hace lo mismo.
Miente en los datos del INDEC y supone que la gente, como es estúpida, no se da cuenta.
Usa a la inflación como medio de cerrar el bache fiscal y supone que los pobres la van a pagar contentos porque, además, nos cuenta que son cada vez menos.
Maneja discrecionalmente subsidios, prohibiciones, controles, autorizaciones, cuotas, etc y después viaja a Nueva York para “atraer inversiones” y “bajar el riesgo argentino”.
Como Campanella, el Gobierno mira la realidad desde la ideología, los prejuicios y los negocios y no desde los hechos. Y eso ratifica un escenario de crecimiento mediocre y poca inversión.
En síntesis, como diría mi Marx favorito (Groucho), “bienaventurados los sedientos de cultura porque es señal que ya comieron”.