Transcurría la Asamblea General de Naciones Unidas de 2004; el avezado embajador acercó su cabeza a la del ministro de Relaciones Exteriores. Por delante de ellos desfilaba parte de la delegación de un exótico país del Indico. “¿Ve al segundo, al que camina detrás del presidente? Fíjese cómo mira a su jefe; ése está haciendo sumas y restas…”, le dijo, en un murmullo. El ministro se fijó en el detalle. “Bueno”, completó el embajador, “el año que viene el actual presidente estará asilado en París, y el calculador será quien encabece la delegación a la Asamblea”.
Como el de los hijos mayores y homónimos de las celebridades y el de las personas con antecedentes de suicidas en la familia, el tema de los segundos en la política ha dado miga desde a la crónica costumbrista hasta al ensayo psicológico, pasando por las portadas de los periódicos.
En agosto de 2008, el número 127 de Upper Street, Islington, Londres, es un restaurante tex-mex llamado “Desperados”, pero en 1994 era el “Granita”, ofrecía comida mediterránea, y albergó la cena y la sobremesa que determinaron la vida política británica de los últimos quince años.
A fines de mayo de 1994, entre los ministros en las sombras de Interior y del Tesoro del laborismo, Tony Blair y Gordon Brown, celebraron lo que se denominó el “Acuerdo Blair–Brown”, que hasta llegó a inspirar una película titulada The Deal (La transacción, 2003) –dirigida por Stephen Frears y protagonizada por Michael Sheen y David Morrissey–, que comenzaba con una leyenda sibilina: “Mucho de lo que continúa es verdad”.
El folclore de Westminster prescribe que Brown le cedió a Blair la candidatura para presidir el laborismo (en la práctica, para ser primer ministro si se ganaban las elecciones) a cambio de amplios poderes en política doméstica y de una cláusula restrictiva, consistente en devolverle la gentileza tras dos períodos de mandato. La parte escrita del “acuerdo” fue publicada en junio de 2003 por The Guardian. A lo largo de seis párrafos, se detalla una versión “browniana” de lo que en términos generales se llamó “el Nuevo Laborismo”, respecto de la que Blair manifestó estar “totalmente de acuerdo” en el original. La maciza mano de Brown tachó esa parte y escribió de su puño y letra las palabras “ha garantizado que ello será apoyado”. Blair siempre negó la existencia de un calendario para dejar el poder y Brown nunca habló en público de ello.
Anthony Blair fue primer ministro desde 1997 hasta el 27 de junio del 2007, poniendo fin a 18 años de gobierno conservador; Gordon Brown fue su ministro de Hacienda, acaso el más poderoso que pueda recordarse y sucedió a Blair en el cargo de primer ministro, luego de que éste se presentara para el primer período, para el segundo... y para un tercero.
El escritor Christopher Hitchens recuerda que cuando en el reluciente 1999 el dirigente del Partido Democrático Liberal de Gran Bretaña Paddy Ashdown fue pillado con una mujer que no era la ortodoxa, se vio obligado a renunciar y lo llamó a Blair, quien le dijo que marcharse era lo más difícil en política. Y añadió: “Yo preferiría dejarla cuando la gente diga: ‘¿Por qué se va?’, y no cuando diga: ‘¿Por qué no se va?’, o, lo que es peor aún: ‘¿Cuándo se irá’?”. No practicó lo que predicaba, a diferencia de Lenin luego de la Revolución de Octubre de 1917, quien vivía “sentado en su maleta”. Recién apiñó sus efectos personales en el momento en el que las circunstancias lo obligaron; ya desde el 2004 muchos analistas venían preguntándose, con o sin pacto, cuándo Brown sustituiría a Blair, no si lo haría.
Recién tres años más tarde, James Gordon Brown, “austero hijo de un pastor presbiteriano” escocés, rector de la Universidad de Edimburgo a los 21, quien a los 17 perdió su ojo izquierdo durante un partido de rugby y en el 2002 a su primera hija Jennifer de 10 días, llegó a primer ministro, por lo que tanto habría rezado. Pero dijo Santa Teresa de Avila: “Se derraman más lágrimas por las plegarias atendidas que por aquellas que permanecen desatendidas”.
Desde el campamento de Brown se hizo circular que Blair había obrado de mala fe en el “Pacto del Granita”, que el poder lo había vuelto mesiánico, que creía que con su carisma alcanzaba para ser “su mayoría”. Según Robert Preston, cuando en septiembre de 2004 Blair se recuperó de su tropiezo cardíaco y anunció que serviría durante “un tercer período completo”, Brown le espetó: “No hay nada que puedas decirme en el futuro que te crea”. Desde los fortines de Blair, que Brown tenía “desperfectos” psicológicos –como si se tratase del encendido de un caloventor–, que era obsesivo hasta el puntillismo, que no había que permitir que sitiara a Blair. Un periodista de Bloomberg reportó en 2006 haber oído a la esposa de Blair enfatizar –mientras, durante una conferencia del laborismo en Manchester, Brown sostenía tener con su marido una fuerte relación laboral–: “Bueno, eso es una mentira...”. Fastidioso por los antagonismos, el laborista John Prescott dijo en 2003 que era necesario terminar con las rivalidades: “... este partido sabe, todo el país sabe que esos dos obtendrían más a través de un compromiso conjunto que cada uno por su lado”. Británicamente, en mayo de 2007 Blair dijo que estaba encantado de apoyar a Gordon como próximo líder del Partido Laborista y primer ministro, y Brown que su jefe había dirigido el país durante diez años con distinción, coraje, pasión y perspicacia.
Un año más tarde, Gordon Brown se ha desplomado en las encuestas. Según un sondeo de BPIX realizado para The Mail on Sunday, Brown es el peor jefe de gobierno que ha tenido Gran Bretaña desde el final de la Segunda Guerra Mundial, por delante de John Major; su popularidad araña el 15%. Apenas asumir el cargo, Brown buscó distanciarse de Blair en varios asuntos clave. El diario Mail Sunday publicó que Blair sostuvo en un memorando que el gobierno evidencia una “lamentable confusión de tácticas y estrategias”, y que no aprende las lecciones.
Entretanto, el editor político Andrew Porter entrevistó a David Cameron, 41 años, y a George Osborne, 36, en Beijing. Considerados irrelevantes seis meses atrás, los dos políticos conservadores podrían ser respectivamente el próximo primer ministro y el siguiente ministro de Hacienda. ¿Otro “Pacto del Granita”? ¡Ni hablar!, proclaman al unísono; el Partido Conservador tiene sus propios modos de elegir a sus líderes. No soy indispensable, dice uno. Ni remotamente mi mente piensa en liderazgos, añade el otro. Solemos tener conversaciones imperecederas pedaleando a través de Hady Park, revelan ambos. Un rayo de luz ultravioleta ilumina las tablas: en política, los enemigos son verdaderos y los amigos son falsos.
*Ex canciller.