Cacheteado por Cristina Kirchner y vapuleado en dos turnos electorales por Mauricio Macri, el peronismo retoma su utopía posderrota clásica: rearmarse con la ilusión de volver al poder. Sin poder, el peronismo no es peronismo.
Conscientes de que es mejor disimular esa voracidad (cual abstinencia) y de su crisis de representación, los peronistas educaditos y presentables que se mostraron juntos el jueves 8 en la UMET plantearon la conformación de una oposición sólida.
Supongamos que les creemos. Con algunos convocantes cuesta, como el eterno saltimbanqui de Alberto Fernández. El ex cavallista, nestorista, cristinista, sciolista, massista y siempre demócrata con quienes no lo cuestionan, reaparece con su relato atildado y como vocero autoproclamado. El derrotado serial Filmus, el investigado Santa María, el rejuvenecido Rossi y el lisérgico Rodríguez Saá (sí, el de los ovnis) también se subieron a la promesa.
Resultan al menos curiosos los casos de Solá y Arroyo. Integrantes del espacio del Frente Renovador del ahora escurridizo Sergio Massa, ambos trataron de aclarar todo el tiempo que participaron de la tertulia a título personal y no en representación de. Después el gorilaje dice que los peronistas no tienen vergüenza.
Más allá de que se trata de un primer paso, pudieron detectarse tres ausencias notorias. Las de algún gobernador con peso o proyección (Urtubey, Uñac, Bordet, Schiaretti, Manzur…). Las de algún jefe sindical presentable e influyente (Schmid, y…, y…, sigo buscando). Y pegó el faltazo cualquier atisbo de autocrítica real, imprescindible como señal hacia la sociedad de que ciertas lecciones fueron aprendidas.
Tal vez un peronista de ley como el Papa nos dé la fe necesaria para esperar algo mejor de lo que se vio y escuchó en este primer encuentro. En especial si el peronismo pretende erigir una opción superadora a Cambiemos. Y no simplemente un indeseable beneficiado de los errores y desgastes del oficialismo. Para que el sueño peronista pueda ser algo distinto al bostezo o la pesadilla.