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El todo abstracto

Como compensación, le dedica algunos adjetivos positivos y termina con una extraña comparación entre Ashbery y Berdiaev.

06-11-2021-logo-perfil
. | Cedoc Perfil

Leyendo el ensayo de Matías Serra Bradford sobre John Ashbery, incluido en el recientemente publicado Animales tímidos. 23 poetas perdidos (Ediciones Seré Breve, Buenos Aires, 2021), se me ocurrió que tal vez se podría hacer una breve e incompleta historia de la recepción crítica de Ashbery entre nosotros, un poco así, al azar, a vuelo de pájaro (Can You Hear, Bird). Seguramente debería emprender por los 90, años en los que un grupo de poetas comenzó a leer, citar y traducir abundantemente a Ashbery, al punto que yo mismo lo conocí gracias a la recomendación de una de ellas (Andi Nachón, en la horrible librería de El Corte Inglés, de Sevilla, donde compré Autorretrato en espejo convexo, traducido por Javier Marías, en la editorial Visor, traducción que todavía me parece la mejor de las que leí). Pero no, mejor remontarse a 1969, en la que aparece 15 poetas norteamericanos, con traducción e introducción a cada poeta a cargo de Alberto Girri (Editorial Bibliográfica, colección Omega, Buenos Aires). Girri traduce casi a desgano cuatro poemas (entre ellos algunos cruciales en Ashbery, como El pintor y El manual de instrucciones, que ya había sido traducido antes por Ernesto Cardenal) y escribe una introducción aún más desganada, en la que, primero, transcribe algunas definiciones de Ashbery (“Trato de utilizar las palabras abstractamente, como un pintor abstracto usaría la pintura”) para luego definir ese programa como “más petulante que preciso”. Finalmente, como compensación, le dedica algunos adjetivos positivos y termina con una extraña comparación entre Ashbery y Berdiaev. Evidentemente, cuando a Girri no le gustaba algún autor que debía traducir, lo dejaba bien claro.

   Ahora sí llegamos a los 90, al número 19 de Diario de Poesía (agosto de 1991) en el que se incluye un excelente dossier sobre Ashbery –con impecables traducciones de poemas, entrevistas y una conferencia que bien funciona como ars poética, llamada “La vanguardia invisible”–. En la introducción al dossier, Carlos Basualdo escribe: “Ashbery ha construido una poesía conjetural, espléndida, que a menudo logra sus más altos tonos mientras bordea una deliberada grisura, una exasperante consciousness que no concede nada ni a la desesperanza ni a la desesperación. El peligro de esta postura –ética, estética– era la complacencia consigo mismo, con su propia sagacidad; Ashbery la conjura la mayor parte de las veces (…) contra el poeta heroico, construye Ashbery esta imagen de antihéroe que no trae su ‘interior’ sino su mero extrañamiento como don (…) el poeta no es profeta ni adivino, no devela el futuro ni el significado secreto del universo, pues posiblemente no haya tal significado secreto, no haya nada tras el velo”.

Ya en el presente, en La nariz luminosa de un travieso: Ashbery, el ensayo incluido en el libro antes mencionado, Serra Bradford repara con razón en una frase de Ashbery en la que, “al comentar sobre otro poeta”, en realidad está hablando sobre sí mismo: “Pocas veces sabemos exactamente qué sucede, pero obtenemos una fuerte impresión de cómo sucede”. Un poco antes, Serra Bradford había dado en el clavo: “No es que el poeta sea desparejo; es que sus poemas se deslizan sobre lo irregular. No busca dar con ideas; estas son el resultado de lo accidental (…) Cada frase de Ashbery es precisa pero el todo permanece algo abstracto”.

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