Este Gobierno no podrá hacer en el futuro lo que hizo y hace. Por la ley que aprobó la Cámara de Diputados, ya no tendrá la posibilidad de llevar a cabo su metódica política de apriete a los medios. La nueva Ley de Radiodifusión pretende limitar la intervención del Poder Ejecutivo e impedir en el futuro a los Kirchner financiar a medios que le son favorables, extorsionar sin enviar pautas oficiales a los que no se le subordinan y usar el canal estatal para hacer propaganda oficial.
La nueva ley no permitirá actos como los que este gobierno hizo hace tres años al entregar la señal de cable a un solo grupo porque le era adicto, y transgredir después el derecho adquirido al romper el contrato cuando no cumplió con la orden política de marzo de 2008.
Chau, Clarín. Nadie llorará sobre su tumba. Chau, Fontanarrosa, Caloi, Tabaré, Guinzburg, Sabat, Miguel Angel Merlo, Najdorf y todos los que hicieron que fuera el diario más vendido de la Argentina. Nadie llorará sobre su tumba, y menos quien aquí suscribe que ha decidido que el mejor modo de leer las noticias es mezclar las diferentes fuentes ya sea en Internet, kioscos o bares.
Existe el poder, Clarín es poder, también la bodega Catena Zapata, Petrobras y Boca Juniors. Aquel que se le enfrenta sufre. Por eso vienen bien las leyes que limitan este poder.
Ahora bien, este gobierno jamás ha estado muy preocupado por limitar el poder. Si lo ha hecho, fue para acaparar más poder él mismo. Y lo hizo usando dos herramientas claves para concentrarlo: la mentira y el dinero.
Si pudo afianzarse en el poder, es porque además de aprovechar circunstancias favorables supo usar a su favor el estado de bronca y resentimiento de 2001. Kirchner evaluó bien el estado de ánimo colectivo de hace ocho años. Si comparamos astucias, vale la referencia del historiador Halperín Donghi, que elogió la inteligencia política de Rosas al tomar nota de la insubordinación de las masas campesinas y resolvió que no había que ir contra ellas. Fue mucho más hábil que los pregoneros del Dogma Socialista, que creían que el pueblo era una materia prima a la que sembrarían con virtudes gracias a la educación de los ilustrados.
Kirchner supo interpretar lo que quería la calle. Primero fue la guerra contra el FMI, luego la guerra contra los noventa, luego la guerra contra los militares del Proceso, luego la guerra contra los dueños de los supermercados, la guerra contra los oligarcas del campo, la guerra contra Clarín. Cada vez que perdían terreno, inventaban un nuevo odio.
Este contador suizo vestido de muchacho peronista –como llama el nombrado historiador al ex presidente– ha llevado a cabo una gran batalla contra el poder a favor de... ése es el problema, a favor de... ¿la libertad?
Pobreza y desigualdad social están igual que al comienzo de su mandato. Las perspectivas son inciertas. El apoyo popular al matrimonio presidencial llega a un tercio. Es la mitad que Tabaré Vázquez, algo más de la mitad que Bachelet, menos de la mitad que Lula, bastante menos que Evo y que Chávez. Por ahora no tiene apoyo ciudadano y por eso debe aprovechar lo que le queda de un congreso con fecha próxima de vencimiento para liberarnos de nuevas “opresiones”.
Hay mucha gente contenta porque ahora se viene una democracia auténtica con el cuarto poder en manos de pueblos originarios, sindicatos, cooperativas, organizaciones sociales, las ONG, la buena gente, y sin los malos de la película, esos frívolos que nos han llenado de culos y caños como Tinelli, sin esa cara de Peter Pan que tiene Suar, sin la inocencia fraguada de Susana y la vajilla de Mirtha. Ahora sí, nos enseñarán buenas costumbres con la siempre anhelada televisión pedagógica con su pericón de fondo y sus enlatados didácticos sobre el principio de Arquímedes.
Que esta ley es mejor que la de la dictadura, que nadie lo dude. Sin embargo, de preguntarnos si la medusa mediática en la que viviremos será mejor que la que hemos tenido, eso sí podemos dudarlo.
Es notorio que no tenemos tiempo para recordar a Julio Nudler, el brillante y honesto periodista silenciado por su propio medio informativo y marginado por la misma corporación periodística que hoy festeja sin pudor esta ley. Se atrevió a denunciar la corrupción desde un lugar progresista que sabía bastardeado. Pero somos muchos los que recordamos lo que decía y de quiénes hablaba.
¿Qué le espera a un lector, oyente y televidente con esta nueva ley? El cable ha sido la gran revolución doméstica de estos últimos años aparte de los celulares y las play stations, los Facebook, los blogs, los skype y todas palabras de este nuevo vocabulario del mundo byte. Si TN se va, lo extrañaré porque es el mejor noticioso de la TV. Si Telenoche se va, lo ignoraré porque es el peor noticioso de la TV. Two and a half men, la única serie que veo, si es que se va, no me importa, vi toda la serie varias veces. Así que la ley me es neutra respecto de ciertos temas. Me duele mucho más el ajuste de Prisa que me priva de voces entrañables como las de Mactas y Cánepa.
Si hasta ahora el zapping me demoraba un par de segundos en una señal, podré adaptarme a la nanotecnología y circular por la red de canales en centésimas de segundos. Personalmente, esta ley no me trae problemas. Sólo me llama la atención que en un mundo en el que la tecnología cambia nuestra percepción con gadgets, softwares inusitados y “ductos” permanentemente renovados, nosotros estemos tan contentos con el mismo tipo de felicidad que hace cincuenta años.
Si nos damos una vuelta por la Cámara de Diputados, vemos cosas extrañas. Miguel Bonasso se baña en republicanismo. Fue el único que dijo algo sensato respecto de los medios. Fue al hueso. Si queremos algo nuevo, sostuvo, un ente comunicacional en serio, competente, honesto, independiente, entonces debe pensarse en una autarquía controlada por el Congreso o por una autoridad plural. Es lo que decía el diputado en su aislamiento. Ponía como ejemplos a la BBC o a la RAI, y subrayó lo que verdaderamente importa: garantizar la independencia de los entes que administran el funcionamiento y concesión de los medios de los intereses de los gobiernos de turno.
Había muchos que no querían ser confundidos con la derecha. Los socialistas dicen ser coherentes con su tradición, pero puede suceder que a veces ser tan tradicional se convierta en un problema. El amor a lo público no es todo. Cuando se es tan exigente con la transparencia, no hay por qué ser tan comprensivo con un gobierno que hace la ley y la trampa al mismo tiempo.
En fin, el auténtico triple play confundió a muchos: una ley elaborada por los Kirchner que “supuestamente” no permitirá a los Kirchner hacer lo que siempre hicieron si la autoridad de aplicación no está en manos de los Kirchner. Supongo que eso es lo que se votó en Diputados.
*Filósofo (www.tomasabraham.com.ar).