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El triunfo del masismo

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Después de un malhadado viaje y una internación campestre, volvemos a Buenos Aires después de casi un mes de ausencia para cumplir con las últimas obligaciones laborales del año. La ciudad parece asediada: en muchas esquinas veo rastros de fogatas, señal indiscutible de que hubo allí piquetes de protesta por la falta de suministro eléctrico por parte de las empresas socias del gobierno (que tiene representantes en sus directorios desde hace años). No hay bancos, y la administración pública fue despachada.

Lo que más me sorprende es que, desde que ejecutó la Danza de la Muerte, nada se sabe de la Sra. Fernández, y temo que nadie nos esté diciendo la verdad: que ha habido un golpe destituyente (¿no nos habían sostenido en vilo con esa amenaza durante la “década ganada”?) y que el peronismo opositor impuso a un primer ministro como cabezota de gobierno (el mismo que había utilizado el Sr. Duhalde en su paso fugaz por Casa Rosada) y el exilio interior a la Sra. Fernández.

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¿Quién ejerce la Presidencia, en estos días aciagos? Tal vez nadie, como tantas otras veces, lo que demuestra la entereza del pueblo argentino para seguir existiendo en el límite de la inteligibilidad. O tal vez no se trate de eso, sino de algo mucho más perturbador por sus alcances: el triunfo del “¡ma sí!”, que vuelve fútil toda forma de acción, de resistencia, de imaginación política. El “ma-sísmo” que domina el horizonte de este gobierno: para sostener un modelo de desarrollo ligado al consumo enloquecido (un modelo aberrante de desarrollo), se subsidiaron las tarifas de los servicios públicos, entre otras cosas. Por eso hoy es difícil discutir con quien dice a media voz “¡ma sí!, yo enchufo el aire”, el mismo que, previamente, lo estimularon a comprar en comodísimas cuotas que iban a parar a una ensambladora berreta en Tierra del Fuego y, por esa vía, a no sé qué arcas patagónicas. ¡Ma si! Me vuelvo al campo...