COLUMNISTAS
la ciudad imaginada

El umbral de la metrópoli

<p>Antes que nadie, Pío Collivadino construyó una mirada paisajística de la Buenos Aires moderna: la de las escenas portuarias, los rascacielos, las avenidas del centro, los edificios industriales y los barrios marginales de la metrópoli. La muestra del Museo Nacional de Bellas Artes testimonia el instante en que la ciudad se transforma, de una vez y para siempre, en la Reina del Plata.</p>

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Collivadino. Buenos Aires en construcción es una muestra sobre el pintor pero, al mismo tiempo, el ejercicio inteligente y certero de la puesta en imágenes de las hipótesis e investigaciones de Laura Malosetti Costa. Porque la investigadora deslumbra tanto con el discurso intelectual que está en el origen de las muestras que ha realizado (Primeros Modernos en Buenos Aires, del viaje a Europa a las exposiciones del Ateneo 1876 al 1896 fue otro ejemplo de lo mismo) como del resultado estético y seductor de la selección, el montaje y el guión curatorial. Piensa bien y lo muestra mejor. Por lo tanto, ver Collivadino es deleitarse con las notables obras y asistir a la propuesta de que fue inventor con sus imágenes de nuevas formas de belleza en la metrópolis moderna.
Se sabe que Sarmiento describió la pampa en el Facundo sin haberla transitado nunca y habiéndola leído siempre en los relatos de viajeros como Francis Bond Head. El inmenso territorio literario, vasto y semejante a un mar o un desierto, conformó el centro de preocupaciones del sanjuanino para desterrar la barbarie e instalar la civilización. En otra línea, los paisajes de cielos de horizontes bajos y carretas que circulaban por un territorio sin dificultades ni peligros que diseñaron los pintores viajeros, como Pellegrini y Emeric Essex Vidal, fueron fundacionales para “ver y representar” la pampa y sus extensiones. Para los viajeros y extranjeros que pasan tiempo en Buenos Aires, ésta forma parte del exotismo de un lugar lejano y sus ilustraciones y grabados están destinados a álbumes. No así la pampa que es un espacio potencial de negocios y desarrollo. Es que la ciudad necesitó modernizarse y empezar a tener interés para algunos, una vez que deja de ser la aldea y el barreal que se describe en El Matadero.
Este proceso que comienza en 1870 y alcanza a los años 30 del siguiente tuvo, en el arte, también sus promotores. Si la mirada de los viajeros fue una impronta definitiva, contundente y apreciada para la construcción de la identidad nacional argentina en el siglo XIX, la del inmigrante que se incorpora masivamente al final de esa misma centuria y comienzos de la siguiente estuvo signada por la desconfianza y el desprestigio. Sin embargo, Pío Collivadino (1969-1945) está en la encrucijada de estas formas de mirar. Por un lado, sus obras “necesitaron” de todas y cada una de las transformaciones técnicas y culturales que sufrió la ciudad en los años mencionados. Para que pudiera ser reconocido como “el pintor de los faroles”, el torbellino de la electrificación que analizan Liernur y Silvestre en El umbral de la metrópoli y que comienza en 1880, ya había pasado a una segunda etapa. La de las usinas al borde del río que se construyen entre 1907 y 1912 y están, también, entre los motivos de este gran pintor.
En Collivadino, cofundador del grupo Nexus, confluyen la visión del extranjero y la del inmigrante. Este último, claro está, en su versión prestigiosa. En 1890, viajó a Roma y estuvo 16 años que le sirvieron para estudiar y perfeccionarse en frescos y murales. Le dio tiempo a la ciudad para volver y encontrarla muy distinta a la que había dejado. Entonces, fue un extranjero en el mismo lugar donde había nacido: en La Boca, como hijo de inmigrantes lombardos, carpinteros y constructores.