COLUMNISTAS
ARDEN LAS ARENAS MEDIORIENTALES

El vértigo de la libertad sin para qué...

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El universo musulmán no supo o no quiso crear su modernidad, su “iluminismo”, como el de los occidentales europeos. Tampoco una democracia organizada, laica, jeffersoniana. La religión propendía a la mística, a la dimensión espiritual y a la organización social regida por el Corán. El islamismo y otras religiones orientales no creen mucho ni en el progreso ni en el cambio de los fundamentos permanentes de la condición humana. La quietud y la majestad del desierto se reflejan o producen el estilo islámico. La vida moderna fue algo occidental, a veces una borrachera activista, intelectualmente una arrogancia y religiosamente una hipocresía que pierde validez en las almas, aunque persiste en ritos desgarrados y catecismos. Hoy, el islam tiene la fuerza de convicción que los cristianos tuvieron para luchar por el Santo Sepulcro, vencer y conquistar con trescientos cincuenta hombres a los imperios precolombinos y, durante un par de siglos, unir la Biblia con el muestrario comercial y la tecnología, dominando al resto del mundo.

Después de las locomotoras, los autos, televisores y aviones, Occidente difunde Internet, la computadora, un océano de infinita información y comunicación. Y el islam, que desde Lepanto hasta ahora había resistido a todo, cae finalmente herido por un dios banal, Google. Yo que admiré la paz de los narguiles, el té de menta, la cadencia de los camellos que convergen hacia la mezquita donde giran los derviches, los iniciados sufís como trompos alocados, sentí que el convento de arena que va desde el Sahara atlántico hasta los confines de Indonesia y de Turkestán, se había sacudido ante un insolente ritmo de rock juvenil.
Primero en Túnez, enseguida en Egipto, Libia, Jordania, Yemen. Muchos jóvenes no quieren más el claustro de arena ni, sobre todo, la inmovilidad de los tiranos. Mubarak gobernó tres décadas. Fue el gran artesano de la paz después de las guerras nasseristas, controló las ambiciones soviéticas y para Israel y Estados Unidos era la pieza clave, el país más poderoso militarmente entre los árabes. Occidente, de mala gana, tuvo que aceptar su caída. La impaciencia Google pudo más que la razón estratégica internacional y la misma seguridad de paz, y económicamente, las claves del poder petrolero (incluido el Canal de Suez).

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Lo más importante de Mubarak fue haber podido controlar la fuerza religiosa dominante, la Hermandad Musulmana. Pero ahora venció la calle, digamos cinco millones de jóvenes que quieren otra cosa pero no saben qué, en un país de casi otros setenta millones en pobreza material, pero con paz religiosa. Mubarak fue el chivo expiatorio de esta descarga. Quieren ser modernos, pero no tienen ideología ni existe democracia al estilo occidental. El segundo ejército más poderoso de Medio Oriente (también pagado por Estados Unidos, como el israelí, para mantener un exitoso equilibrio de fuerzas) es quien asegura el orden, pero sin libreto de salida para los jóvenes protestatarios de la plaza Al Tahrir.
Internacionalmente, crece la inquietud. Las aguas revueltas en la habitual paz de los desiertos pueden presagiar un nuevo califato: la creación de una forma socio-político-religiosa nueva en un mundo que hasta hoy prefiere la paz de los narguiles y el té de menta.
Occidente no puede dormir en paz. Un mundo árabe unificado por su religión viva y espiritualmente tan poderosa podría unirse en la tradicional demonización de Israel y en la creación de un lenguaje político que concilie al poderío dominante chiita con las otras formas del islamismo (¿Al Qaeda?).

Napoleón predijo que cuando despertase el dragón chino, el mundo temblaría. ¿Se despertará otro dragón? Hoy, las religiones son más fuertes que las envilecidas políticas surgidas de metafísicas indigentes o ya muertas.
O el dragón elegirá la pureza de su desierto que como dijo Lawrence “es siempre limpio como la eternidad, como el mar, como los cielos. Los jóvenes de Al Tahrir pretenden la modernidad en un universo que prefirió el feudalismo y su Edad Media a la dinámica del hombre del ser y del hacer. El musulmán, el árabe, es hombre del estar.
Lo que no pudo Napoleón o Rommel lo intenta Goggle. Estamos probablemente ante una nueva etapa muy problemática para el sistema dominante.

*Escritor y diplomático.