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El DT Y SANTIAGO DE LINIERS: DE LA IDOLATRIA POPULAR, A LA CONDENA

El virrey, al paredón

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“Vaya usted, Castelli, y espero que no incurrirá en la misma debilidad que nuestro general; si todavía no cumpliese la orden, irá Larrea, y por último iré yo mismo si fuese necesario”.
Mariano Moreno, furioso porque Ortiz de Ocampo prefirió no fusilar al ex virrey Liniers; de su carta a Chiclana del 17/8/1810.

 
A los 53 años, Carlos Bianchi comenzó su segundo ciclo en Boca, donde ya había ganado seis títulos. Sumó tres más: uno local, la tercera Libertadores y la segunda Intercontinental. Se fue idolatrado; convertido en mito.  
Santiago de Liniers alcanzó la gloria a la misma edad cuando, heroico, venció al ejército inglés durante las invasiones de 1806 y 1807. El pueblo lo amaba y fue nombrado virrey. Una de las mujeres más bellas e influyentes de la ciudad, Ana María Périchon de Vandeuil, “La Perichona”, también lo amó. Disfrutó de tres años soñados. Hasta que empezaron los problemas.
Sucede que Liniers era francés, y los Bonaparte, sus compatriotas, ocuparon España y apresaron al rey Fernando VII. La desconfianza ganó terreno y fue peor cuando acusaron a su amante de ser espía británica. En 1809 le dejó su sillón a Baltazar Cisneros y se instaló en Córdoba. En 1810, para reafirmar su lealtad a la Corona, se negó a aceptar el poder de la Junta de Mayo porteña. Mariano Moreno, el jacobino de la revolución, no tuvo duda ni piedad. Liniers era popular, pro español y podía resistir. Había que fusilarlo.
Con esa orden partió a Córdoba el general Ortiz de Ocampo. No la cumplió. Prudente, lo hizo prisionero, consciente de su prestigio y luego de ver cómo los soldados, espantados, se negaban a disparar contra su héroe. Moreno, furioso, mandó a Castelli, con otro grupo. Lo mataron el 26 de agosto, en el Monte de los Papagayos. Como sobrevivió a la primera descarga, el tiro de gracia se lo pegó Domingo French, el simpático señor que los manuales de historia muestran repartiendo cintitas, con Beruti.
Bianchi ya no tiene 53 años y su momento de gloria parece hundido en el tiempo. Su cuerpo, su gestualidad, su expresión frente a cada tropiezo es de perplejidad, sin rastros de esa voluntad de poder nietzscheneneana que lo impulsaba a la victoria. Se lo nota resignado, quejoso, abrumado por la impotencia.
Esta vez no hubo Schiavis, Cascinis ni Iarleys. Cero magia. Sólo errores que se repitieron, jugara quien jugara. Sus equipos fueron una lágrima gorda, como de Botero. Hinchas, dirigentes, periodistas y hasta el mismo Bianchi hablaron de “falta de actitud”. Absurdo. ¡Como si cualquiera de estos muchachos pudiera darse el lujo de dejar pasar la chance de jugar en Boca, un sueño que acaso pensaron irrealizable! Lo que veo es un plantel sobrevaluado; inhibido, abrumado por la duda, con pavor. La respuesta al lenguaje corporal del técnico.
La crisis de Ramón Díaz no es tan profunda, pero él también está lejos de su propia leyenda. Sin embargo, se muestra inconmovible; como en sus inicios, cuando las burlas de sus dirigidos eran la comidilla del ambiente: desafiante, impermeable a las críticas, negador. Bianchi parece gastado. Más que al Larry de Los Tres Chiflados, hoy me recuerda a este Woody Allen otoñal, frágil por la edad, intacto en su genio. Bianchi, un técnico pragmático, nada sofisticado, ganador serial al estilo Carlos Monzón, conserva intacta, estoy seguro, su virtud. Es él quien parece perdido; por dentro.
Como le sucedió a Liniers, su situación política es compleja. Intolerable. No quiero imaginarme el clima en el que debe trabajar. Caminar sobre un campo minado todo el tiempo no es lo más aconsejable si uno busca armar un grupo sólido, eficiente, animado; ganador.  
Bianchi era el último entrenador que el presidente Angelici y Macri, su jefe político, querían. Mucho menos con Riquelme. El jefe de Gobierno necesita un Boca ganador porque sabe que ése fue y sigue siendo el trampolín que potenció su carrera política. Fuera de la Capital, su partido “es” Boca. Pero la gente exigía a Bianchi y al inmanejable Riquelme, sí o sí. Y se resignaron a convivir con el enemigo.
Este inesperado desastre que suma pésimo juego, lesiones, malos resultados, papelones, y una caótica construcción y destrucción de planteles, es la gran oportunidad para sacarse de encima a ambos. Al que humilló a Mauricio dejándolo solo en plena conferencia de prensa; y al creador del Topo Gigio que, desafiante, le dedicó frente a su palco, en la Bombonera.
Un par de semanas atrás, sumando nafta al fuego, alguien con poder entregó una copia del contrato de Bianchi a la prensa. Angelici, fastidiado, dijo que podía tener “un enemigo” interno. No dijo quién, pero intuyo que deben ser varios. Incluyéndolo. Antes de la derrota contra Rafaela, con la sutileza política de un rinoceronte que hace tap en una cristalería, dijo: “No me va a temblar el pulso si creo que lo mejor es que el técnico dé un paso al costado”. Y que con Riquelme será igual, en junio, cuando decida si sigue o no. Muy oportuno, todo. La charla grupal del viernes, ay, fue un capítulo más de la tragicomedia.
Una interna así, a lo bestia, perturba a cualquiera. También a este Bianchi terrenal, lejos del Olimpo, estresado, solo, otra vez chapoteando en el barro de la historia. No es el caso del imperturbable Riquelme, a quien suelen rebotarle las balas. Su reaparición tal vez ordene al equipo, y libere a algunos colegas del pánico que los paraliza. Pero verlo como “la” solución sería insensato. Su genio, hoy, es rehén de su decadencia física.
“Si hay que sufrir, sufriremos juntos”, dijo, incondicional de Bianchi, cuando decidió volver después de sentirse “vacío”. Bueh, parece que en Boca sobran los que no quieren privarlos de ese gusto.
La cosa está mal, y no parece que pueda cambiar a corto plazo. O sí, pero para peor. Tal vez ésta termine siendo una de esas guerras devastadoras, necias, sin vencedores; donde pierden los unos y los otros.