Exigidos por la necesidad de mostrar solvencia, los principales candidatos presidenciales se declaran desarrollistas y expresan admiración por el estadista que presidió la Argentina entre mayo de 1958 y marzo de 1962, cuando fue derrocado.
¿Revancha histórica para la figura de quien en su momento fue incomprendido y hostigado por presiones golpistas? Ciertamente. Y por lo tanto vale la pena interrogarse sobre los contenidos que provocan hoy esas tan entusiastas como superficiales adhesiones a las imágenes de Arturo Frondizi y de su álter ego, Rogelio Frigerio.
En estos tiempos resultaría ridículo oponerse al despliegue de las capacidades creativas tanto en la producción de bienes como en las diversas manifestaciones del arte y el conocimiento científico-tecnológico. Pero hace más de medio siglo la propuesta desarrollista despertaba profundas sospechas y resistencias por promover un “cambio de estructuras”.
A pesar de la retórica industrialista utilizada durante la década 1946-1955, el país seguía dependiendo de insumos básicos y energía, sometido a un intercambio desigual que le impedía capitalizarse. Esto no es considerado demasiado grave en la actualidad, aunque realmente lo sea, porque la ideología económica dominante pone más énfasis en la competitividad, obviamente necesaria, que en el despliegue de la producción en todas las dimensiones posibles. Esta es, sin embargo, la plataforma necesaria para que exista verdadera equidad. Abundan los ejemplos de países competitivos con enormes bolsones de pobreza en su seno.
La mayor diferencia actual con los desafíos que enfrentaron Frondizi y Frigerio es la aguda fragmentación social, puesto que desde hace al menos tres décadas se ha constituido un “núcleo duro” de pobreza e indigencia que ninguno de los principales aspirantes a la Presidencia asume como el principal problema de la Argentina. Los debates al respecto son bastante pueriles y elusivos de esta cuestión crucial: si se asumirá o no que se requieren profundos cambios económicos e institucionales para recuperar una vigorosa tendencia al pleno empleo, como se logró entonces, cuando existían tangibles oportunidades de progreso y se constataba una fuerte movilidad social ascendente.
Invocar a Frondizi y a Frigerio de cara a la realidad presente impone plantearse los problemas de la integración social junto con los de la expansión productiva, la articulación territorial, el cuidado ambiental y la necesidad de contar con una educación apta para desempeñarse en un contexto cultural de veloz innovación tecnológica.
La integración que planteaban los fundadores del desarrollismo argentino abarcaba la sociedad, la cultura y la “síntesis jurídico-política” que se expresa en el Estado nacional, combinando tanto la legitimidad en la representación como la necesidad de responder eficazmente a las aspiraciones del conjunto. Esto es: administrando positivamente las tensiones ineludibles del capitalismo en el marco de un proceso de multiplicación de los bienes materiales y fortalecimiento espiritual.
Hoy la integración plantea desafíos nuevos. No se trata sólo de identificar las “falsas antinomias”, la más equívoca de las cuales es peronismo-antiperonismo. Lo fundamental se plantea en el plano de un larvado y muy cruel conflicto social, muy diferente de la contradicción clasista clásica.
Por eso la exigencia sobre la calidad de las instituciones se incrementa notablemente. El Estado adquiere el rango de “nacional” cuando realmente combina su gestión con las prioridades que reclama el conjunto social. De otro modo es “centralista” o “clientelístico”, sin alcanzar siquiera la condición de “federal” puesto que manipula y subordina las soberanías provinciales que deberían florecer para fortalecer el todo.
No hay indicios de que estos asuntos les quiten el sueño a los candidatos, pero serán parte de los que determinen su éxito o su fracaso ante la historia.
*Politólogo y periodista, integrante del Club Político Argentino y la Fundación Frondizi.