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Exodo silencioso

"Emigren": el peor final

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| Cedoc

Se hace cada vez más difícil encontrar en la clase media personas que no conozcan emigrantes o que no hayan pensado ellas mismas en emigrar. Y aunque la emigración no es un fenómeno nuevo, la crisis actual parece peor que cualquier otra. Se empiezan a ver no ya personas sin calificación sino jóvenes profesionales que dejan buenos trabajos para empezar de cero en el exterior, y acaso lo más desgarrador sea que sus padres no intentan retenerlos sino que, por el contrario, los impulsan a irse: concluyen que incluso una vida privilegiada en Argentina es peor que una vida sacrificada fuera del país.

La desesperanza por la situación política es, en este sentido, un punto no menor: si uno pregunta a los emigrantes de 2020 cuándo tomaron la decisión de irse, muchos señalarán a las PASO de 2019 como el detonante. Interpretaron desde el principio que la vuelta del kirchnerismo al poder no podía traer nada bueno. ¿La respuesta? “Emigren”.

Es difícil culparlos. En términos económicos, los salarios en dólares se pulverizan a medida que crece la desconfianza hacia el peso; el pésimo manejo de la pandemia golpea al sector privado de una forma desproporcionalmente dura; y, más generalmente, se agrava la tendencia estructural de que cada vez menos personas mantienen a cada vez más a través del Estado.

En términos no económicos, la creciente inseguridad vuelve a ser vista como un fenómeno culposo en vez de reprimible y la impunidad para la corrupción ha vuelto para quedarse. En todos los casos, si para los nuevos emigrantes el macrismo falló en resolver los grandes problemas del país, del kirchnerismo no esperan siquiera un intento.

El futuro es, precisamente, el problema que evidencia la emigración, que es uno de expectativas: expulsar población es el fenómeno más grave que puede sufrir un país porque implica desesperanza en el largo plazo, lo cual a su vez activa un círculo vicioso de pérdida de valor e intensificación de malas políticas que pretenden cavar para salir del pozo. Es más difícil de ejecutar que la venta de acciones o el retiro masivo de dólares del sistema bancario, ambos fenómenos que cobraron extraordinaria fuerza después del 11 de agosto de 2019: pero su realización es justamente la peor noticia posible porque implica que los que se van han tirado la toalla definitivamente.

La emigración es, en este momento, un fenómeno reprimido por un gobierno que desde el comienzo de la pandemia ha tratado al país como una cárcel. Y dado que no tiene incentivos para reconocer un nuevo problema, es imposible saber a ciencia cierta cuántas personas se están yendo: pero es evidente que la cuestión es cada vez más grave en la medida en que incluso el presidente ha tenido que expresarse sobre el tema recientemente.

Todavía, sin embargo, no se dimensiona la gravedad del problema. En las redes sociales, por ejemplo, las burlas a los emigrantes por parte de los simpatizantes del gobierno (“vayan a lavar copas”) evidencian un total desconocimiento acerca de los obstáculos al progreso en el país y perpetúan un círculo vicioso que podría terminar mal no solo para los que se van, sino también para los que se queden pero ya no tengan el aporte de muchos de los miembros más productivos de la sociedad.

Algunos creen que Argentina sigue los pasos de Venezuela, que ha forzado a millones al exilio. El tiempo dirá si tienen o no razón, aunque una nota de optimismo cabe en que la sociedad civil ha resistido exitosamente los embates autoritarios del kirchnerismo a lo largo de los años. El problema, sin embargo, es que eso no es suficiente: para evitar el peor final, hay que tomar conciencia ya mismo de la gravedad de este éxodo silencioso y lograr que, si no existen expectativas positivas sobre el presente, al menos se generen sobre el futuro. Antes de que sea demasiado tarde.

* Magíster en Ciencias Sociales, Universidad de Chicago.