A diferencia de otros países, la relación de los empresarios argentinos con el máximo “poder político” no fue fácil en las últimas décadas. El intercambio llegó a una extrema tensión con la ausencia de hombres de negocios en la presentación del informe sobre Papel Prensa. A veteranos dirigentes empresarios les recordó otros tiempos desconcertantes.
Que los empresarios inclinen sus adhesiones a determinados sectores políticos no es pecado. No hay códigos escritos. En estos días, en los EE.UU., el movimiento del Tea Party, xenófobo, intolerante, adversario del presidente Barack Obama es mantenido por petroleros; en la última invasión a Irak, CEOs de empresas firmaron contra las decisiones de la Casa Blanca. Allí muchos se juegan porque las reglas son claras, no se conocen represalias desde el máximo poder y las estrategias económicas no son atadas a carritos de una montaña rusa. En Brasil el empresariado industrial respaldó la expansión del país desde los 30, tanto con los militares como con los civiles.
En 1945 la Unión Industrial Argentina (UIA) se manifestó antiperonista y recibió el escarmiento: fue ignorada. La Casa Rosada se apoyó en José Ber Gelbard, quien pergeñó la Confederación General Económica, que creía en un Estado fuerte y planificador. En 1958, Arturo Frondizi contó con el respaldo de empresarios, industrias decisivas, economías regionales y de los petroleros. Después de su caída, los vaivenes de la economía, incluyendo las devaluaciones y las desorientaciones convirtieron a los empresarios en seductores de funcionarios y lobbistas, manipulando los mejores negocios a expensas del Estado. Muchos se enriquecieron y no por “milagros”.
En los 70, los ejecutivos se vieron expuestos al terrorismo y al desconcierto, en un país sin brújula que llegó a su punto máximo con el Rodrigazo, en 1975. Fue el Consejo Empresario el que preparó un nuevo Plan Económico, que llevó adelante José Martínez de Hoz con los militares. Sólo en 1979, tres años después del golpe de Estado, la UIA cuestionaría la feroz apertura y la euforia financiera a ultranza, que terminó con multitud de quebrantos.
Alfonsín recibió una gigantesca inflación y multiplicada deuda externa. En esas condiciones, del Plan Austral al Plan Primavera, hizo participar a los empresarios en importantes decisiones. Los “capitanes de la industria” no le negaron ayuda por lo menos hasta los meses previos a los saqueos.
Con Carlos Menem, gran parte del empresariado quedó prendado. La convertibilidad facilitó muchos beneficios, se frenó la inflación algunos años y no dejaron de respaldar irrealidades presidenciales hasta la depresión de 1998.
Si bien los márgenes de ganancia crecieron entre 2003 y 2007, vinieron también con desconsideraciones hacia los empresarios y multiplicados maltratos y caprichos que promovieron desencantos. En algún momento los resquemores se evidenciarían, como lo dijo Cristiano Ratazzi: “No somos felpudo del gobierno”.
Pero esta historia todavía no termina.