La pregunta central que la política le hace a la economía en estos días es: ¿cómo va a estar la Argentina económica cuando se vote el año que viene? El oficialismo parece haber adoptado el eslogan de campaña que, implícitamente, sugirió la Presidenta: “No voten con el corazón, voten con el bolsillo”.
Los opositores, por su parte, también parecen considerar que sus chances aumentan o disminuyen en función de cómo esté la economía en el entorno del período electoral o, en todo caso, sienten que en el resto de los temas están en mejor posición para competir en el debate preelectoral.
Pero el oficialismo va mucho más allá. Al aconsejar que se vote pensando en el bolsillo, no sólo aspira a mantener el buen momento económico actual y a “vender” como mérito propio la recuperación de la situación económica desde la crisis de 2002. También pretende poner un manto de duda sobre la capacidad de las fuerzas opositoras para manejar la política económica con eficacia hacia adelante.
En otras palabras, el énfasis oficial será puesto no sólo en la eventual favorable situación económica del momento de la elección, sino que les pedirán a los electores que evalúen la capacidad de los candidatos para conducir el futuro.
Y es cierto, al momento de votar, no sólo importa la situación económica presente, sino la percepción que tengan los ciudadanos de la calidad de la oferta de futuro que se les presenta.
Un buen ejemplo de lo que trato de comunicar fue la elección presidencial del ’95, que le dio a Menem la reelección. La situación económica de aquel presente no era muy auspiciosa ni mucho menos. La crisis financiera del Tequila de finales del ’94 se manifestaba con fuerza. El desempleo aumentaba y la economía luchaba en medio de una recesión importante de la que se salió recién al año siguiente. Por lo tanto, el paisaje económico de mayo del ’95 no era favorable al oficialismo, ni mucho menos. Pero, en cambio, la oposición de ese momento, al menos en materia económica, no logró convencer a los votantes de tener mejores cualidades para sacar al país de las condiciones en que se encontraba. Por el contrario, el electorado, en su mayoría, le ratificó la confianza de conducción al menemismo, pese a ese presente problemático.
Toda esta larga perorata no intenta eludir la respuesta sobre cuál será el estado de la economía en el tercer trimestre del próximo año, aunque habrá tiempo para las especulaciones. Lo que trato de manifestar es que, si bien es genuina dicha preocupación, los opositores deberían plantearse qué futuro les van a ofrecer a los votantes y qué garantías de eficiencia de gestión respaldarán ese futuro, más allá de las condiciones económicas del momento. Y lo sugiero porque los problemas y desafíos económicos que, bajo esta alfombra de bonanza, está barriendo el kirchnerismo no son menores.
Ahora sí, paso a mirar la situación económica propiamente dicha. A esta altura, ya todos sabemos, aunque a algunos les cueste admitirlo, que la recuperación económica de este año se basa en un escenario internacional muy favorable, como lo pueden atestiguar la mayoría de los países de la región que están creciendo a tasas similares que se resumen, en nuestro caso, en buenos precios de las commodities, un muy buen Brasil y una extraordinaria recuperación de la producción agrícola, clima mediante. El ingrediente exclusivamente local de esta recuperación ha sido el uso intensivo del impuesto inflacionario para financiar el gasto público y la presión sindical-Gobierno para “indexar” el salario a la verdadera tasa de inflación, logrando –por ahora– mantener los ingresos reales de los asalariados formales.
Con este marco, no resulta difícil pronosticar que lo mejor de este ciclo kirchnerista está quedando atrás. La economía se irá desacelerando y la inflación se mantendrá alta, dado que el BCRA seguirá siendo una fuente importante de financiamiento del gasto y del pago de la deuda. La rentabilidad empresaria se seguirá erosionando y el tipo de cambio real seguirá cayendo, haciendo perder competitividad cambiaria, que no será reemplazada por competitividad sistémica. A menos que las monedas que nos interesan se sigan revaluando, cuestión difícil de pronosticar.
Por lo tanto, si el “voten con el bolsillo” será importante en 2011, el “bolsillo presente” no será mejor que el actual, y la clave estará, entonces, en la capacidad que tengan los candidatos de ofrecer “bolsillo futuro”.