Este domingo tendrán lugar las elecciones presidenciales de Brasil, de gran impacto en el continente, por el tamaño del país y por lo que representa simbólicamente Luiz Inácio Lula Da Silva.
Las generalizaciones que ponen en un mismo bolso a presidentes y dirigentes de “izquierda” o de “derecha” son erradas y llevan a graves errores de interpretación. Suponer que Boric, Petro, Lula y AMLO son frutos del castrochavismo es disparatado. Castro y Chávez murieron hace rato, Venezuela y Cuba carecen de la importancia que tenían hace años, los campos de concentración para homosexuales que armó el Che Guevara serían vistos ahora como una aberración. El tiempo ha pasado, son los fenómenos sociales de los países los que explican lo que ocurre con su política.
Lula no tiene decenas de miles de votos porque lo apoye Maduro, sino por lo que ha sido y representa. Fracasó tres veces como candidato presidencial, transitando desde un discurso agresivo inicial, hasta una comunicación plena de optimismo. Cuando finalmente llegó al Planalto presidió un gobierno que, en vez de dedicarse a criticar a su predecesor, Fernando Henrique Cardoso, supo aprovechar sus logros para dar un salto adelante.
Según el Banco Mundial, durante su gobierno, el país triplicó el PBI per cápita, al mismo tiempo que veinte millones de brasileños salieron de la pobreza. La política en tasas de interés, cargas tributarias, responsabilidad fiscal, relación del gobierno con el Banco Central y la relación con el Fondo Monetario Internacional siguieron el rumbo que había impuesto el gobierno de Cardoso. El gobierno obtuvo notables resultados económicos como la baja inflación, el crecimiento de PBI, y la reducción del desempleo. Brasil se situó entre los países democráticos más desarrollados del mundo.
Esto no se produjo solamente porque había subido el precio de las commodities, algo hizo Lula para lograrlo. En esos mismos años de prosperidad, los militares venezolanos quebraron a uno de los países más ricos del continente, inundado de petrodólares; en Argentina los problemas sociales se agudizaron mientras una familia, sus choferes, jardineros, secretarios, oficiales de cuenta en el banco y amigos se convertían en potentados.
Si durante el actual gobierno de Cristina Fernández se hubiese triplicado el PIB argentino y se hubiesen incorporado a la economía formal veinte millones de pobres, no solo habría de-saparecido la pobreza sino que estaríamos caminando hacia una reelección inevitable en 2023. Habiendo logrado lo contrario, su destino es el inverso, aunque sus dirigentes hagan campaña con un Lula de cartón.
En Brasil los logros reales estuvieron acompañados de la extraordinaria capacidad de comunicación de Lula, que le permitió mantener una enorme popularidad en el país y en el resto del mundo. Desde 1982 había trabajado para desvirtuar la imagen que montaron sus adversarios, que era un líder violento y peligroso. Inició en ese entonces la difusión de su canción emblemática Lula La (Lula allá), plena de positivismo, en la que se repite una y otra vez que no hay que tener “miedo de ser feliz”.
En la mayoría de sus apariciones Lula comunica optimismo en un formato muy personal. Si alguien quiere ver un ejemplo de comunicación empática, puede buscar en Youtube la escena de cuando jura por primera vez como presidente, y dice entre lágrimas “yo, que durante tantas veces fui acusado de no tener un título, consigo mi primer diploma, el de presidente de la República de mí país”.
Cuando terminaba su mandato en 2010, aplicamos algunas encuestas para ayudar a la candidatura de Marina Silva para la Presidencia. Lula era el presidente más popular que habíamos conocido en el continente en los últimos 40 años. La aprobación a su tarea estaba sobre el 80%. En una pregunta que realizamos seis semanas antes de las elecciones, más del 60% de los electores dijo que estaba dispuesto a votar por cualquier candidato que estuviese apoyado por Lula.
La formación de un sindicalista es distinta de la propia de militares que se convirtieron a la izquierda por un acto de fe en estos años, formados para imponer y reprimir. Las huelgas de los metalúrgicos en el ABC paulista forjaron a Lula y su forma de hacer política. Allí aprendió que lo que importaba en la dirección sindical era la presencia física en las puertas de las fábricas, y saber dialogar con la otra parte para encontrar soluciones. Según lo ha afirmado en varias entrevistas, fue allí en donde se forjó su temperamento político negociador.
El PT fue una experiencia política peculiar. En América Latina hemos tenido bastantes partidos socialdemócratas que no tenían relación con las organizaciones obreras. En la mayoría de los casos. los sindicatos se identificaron más con partidos de izquierda marxista o con terceras opciones nacionales como el PRI, el APRA, o el peronismo. El PT en cambio, como los partidos socialdemócratas europeos, ha sido un partido controlado por los sindicatos y liderado por un obrero metalúrgico.
La comunicación de los políticos
No todos los dirigentes de izquierda son santos, ni tampoco corruptos. Son claros los casos de dos gobiernos de Piratas del Caribe en los que abundan los generales millonarios y algún otro caso sudamericano de dirigentes a los que, por el momento, ha condenado la historia. La acusación en contra de Lula, que lo condujo a prisión por casi dos años y le inhabilitó para ser candidato en las elecciones presidenciales del 2019, fue un atropello. Acusado de que una compañía pretendía regalarle un departamento, fue condenado por “actos de ofício indeterminados” (en español “actos oficiales indeterminados”), figura jurídica que sirve en ese país, para perseguir a alguien, sin contar con pruebas en su contra.
Condujo la persecución de Lula el juez Sérgio Moro, cuyas actuaciones y presiones ilegales sobre otros miembros del Poder Judicial fueron conocidas después. Después del triunfo de Bolsonaro, Moro fue nombrado ministro, lo que puso sobre la mesa sus intereses: iniciaba una carrera política que felizmente quedó trunca.
Después de un traumático juicio político en contra de su sucesora, Dilma Rousseff, a propósito de la investigación anticorrupción del Lava Jato, algunos pensaron que Lula estaba acabado. No se pudo demostrar ni su relación, ni la de Dilma en el delito y la presidenta fue destituida por un tecnicismo sin sentido. Quien era, hasta entonces, un oscuro diputado, el capitán Jair Bolsonaro votó en contra de la presidenta, “en homenaje al Coronel Carlos Alberto Brilhante Ustra”, uno de los torturadores más crueles de la dictadura militar, quien había martirizado a la propia Dilma.
Llegamos a las elecciones del día de hoy con dos candidatos claramente posicionados: Lula y Bolsonaro.
Lula se encuentra cada vez más lejos de posiciones extremistas. Nombró como binomio al centrista Geraldo Alckmin, del Partido Socialista Democrático. Ha conseguido el apoyo de muchos de sus antiguos opositores como: Fernando Henrique Cardoso, Marina Silva y una abrumadora mayoría de intelectuales y artistas del país.
En estas elecciones, anómalas en la democracia contemporánea, los brasileños eligen entre dos ex presidentes cuando la norma ha sido la eleccion de líderes nuevos y el rechazo a los dirigentes del pasado.
Bolsonaro busca la reelección, usando una canción en la que se presenta como el Capitán del pueblo y defiende valores que parecían superados en Occidente hace pocas décadas. Sus ideas se resumen en Vaca, bala y virgen aludiendo a la importancia del campo, a que la sociedad debe estar armada y a la religión. Son los pilares de su propuesta.
En su criterio los propietarios rurales deben armarse para defenderse por sí mismos de los invasores de tierras, presentó un proyecto de ley que establece la castración química para los condenados por violación. Condena públicamente la homosexualidad y rechaza las leyes que otorgan derechos a las personas Lgbtq+. Ha defendido la pena de muerte para casos de crímenes premeditados porque, según él, “el bandido, sólo respeta lo que él teme”. También ha defendido la utilización de la tortura en casos de tráfico de droga y secuestro y la ejecución sumaria en casos de crimen premeditado.
En Brasil, como en el resto del continente, la mayoría de los electores está angustiada
Lula, como la mayoría de líderes progresistas del mundo, busca integrar Brasil al mundo, promover un acuerdo entre el Mercosur y la Unión Europea, y habla de una Sudamérica unida, mientras Bolsonaro coincide con las nuevas derechas en mantener un Brasil con los ojos puestos en sí mismo.
Oficialmente dice ser católico, pero está casado con una evangelista y asiste semanalmente a los servicios religiosos de una
Iglesia Evangélica. El logro democrático del laicismo se ve a amenazado por un dirigente que confunde sus creencias religiosas con el Estado. Reiteradamente ha demostrado sus débiles posiciones democráticas, pidiendo a los militares que tomen el poder.
En realidad representa a un nuevo autoritarismo que cobra fuerza con el triunfo de Giorgia Meloni en Italia, el ascenso de Trump en Estados Unidos y el de algunos líderes del nuevo autoritarismo en varios países europeos y en América.
Las encuestas más creíbles dicen que Lula está cerca de ganar en una sola vuelta. Habrá que ver si se cumplen sus pronósticos en una sociedad que se ha vuelto imprevisible. De darse una segunda vuelta, podría pasar cualquier cosa, como ocurrió en Ecuador cuando se creía que Lasso estaba irremediablemente derrotado.
Los estudios registran que en Brasil, como en el resto del continente, la mayoría de los electores está angustiada, querría encontrar una nueva alternativa. Eso explica que, con todos sus antecedentes, no sea clara la victoria de Lula en una sola vuelta.
Lo probable es que un tercer candidato pudo tener buenas posibilidades, si era nuevo. No cumple con esa condición Ciro Gomes quien aparece como tercero, ni el ex gobernador de Sao Paulo João Doria, quien bajó su candidatura. De haberse presentado otro personaje que no tenga en su curriculum tanta política, pudo ser el nuevo presidente.
*Profesor de la GWU. Miembro del Club Político Argentino.