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En casa

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En esta situación de inmovilidad total –la frase es de Horacio González– somos blanco fácil para la publicidad y el marketing. Nos hemos convertido en el hipopótamo de Pumper Nic, dispuesto a tragarnos toda la basura. Por supuesto que lo propio del capitalismo es el movimiento, el cambio –todo lo que es sólido se desvanece en el aire– y la circulación bajo el modo de la inversión de lo real. Por ejemplo, recuerdo ahora de hace añares, cuando aparecieron los teléfonos celulares, una publicidad musicalizada con El país de la libertad, de León Gieco. Los celulares, que no nos dejan un segundo de paz, nos tienen siempre conectados, ubicables, trazables, y sospechosos de ahora en más por tener fiebre, eran presentados como lo contrario, como una experiencia de la libertad. Pero en este momento, en la quietud de las casas, con las teles prendidas y las redes sociales al mango, somos aún más ubicables. Propagandas de bancos para entrar online, avisos institucionales de YPF, de Edesur y de no sé cuántas empresas más con un tono sensiblero parecido al de los spots durante los mundiales de fútbol, inmensos avisos de Mercado Libre diciéndonos que nos ama, mails que nos invitan consumir de todo, páginas de las prepagas presentándose como heroínas en la lucha despiadada contra el bichito microscópico. Por las redes y por mail nos llegan incluso publicidades de las editoriales ofreciéndonos sus e-books. Y no solo las editoriales, que de alguna manera viven –o intentan vivir sin casi nunca lograrlo– de la venta de libros, sino que también ahora lo hacen los propios autores. Verdaderas pymes de la escritura, ofrecen por Facebook y demás redes tratados de su autoría en versión digital editados por las más (y muchas veces las menos) prestigiosas editoriales argentinas. Para el bolsillo del caballero y la cartera de la dama, ahora en fabulosos ePub para que todos los lectores que no tienen en sus casas libros en papel –es decir, para los que no son lectores– puedan acceder a mi obra a buen precio.

Sobre este asunto, que incluye también a las editoriales que dejan bajar algunos de sus libros gratuitamente, pensaba decir algo más, pero me topé con un artículo de Matías Serra Bradford en Ñ de la semana pasada tan brillante y justo que prefiero transcribir algunos fragmentos: “Los fenómenos virtuales que pululan –libros ‘liberados’, derechos de autor cedidos o discutidos, cadenas de recomendaciones, listas clonadas– parecen haber olvidado un dato primordial: un lector ya tiene libros. De a decenas –que alcanzan y sobran para una larga cuarentena–, si no de a miles. Es, de hecho, la última o penúltima chance que tenemos de convertirnos en lectores apreciables (…). Se comprende la desesperación de editoriales y librerías por salir a paliar el parate, pero es menos comprensible la ofensiva autopromocional de ciertos escritores por imponer sus cosas –regalándolas, descontándolas, etc.–, que recuerda a padres desencajados que les acercan a sus niños, haciendo avioncito, un trozo de ananá oxidado en la punta de un tenedor. (…) Habría que disimular mejor, en todo caso, la perdonable emergencia por ser leídos. La literatura se rige por medio de un desinterés innato; es el que exige para ponerse en camino y, con suerte, maravillar. Y la escritura no tiene fin, no ruega finalidad. (…) En literatura, la gracia es gratuita”.