Vivimos en el mejor de los mundos posibles: el Sr. Macri ya no gobierna y el Sr. Fernández (en quien depositamos todas nuestras expectativas) todavía no se ha equivocado. Además ya es casi verano y podemos dedicarnos a los preparativos navideños (que son siempre más satisfactorios que la reunión, siempre opacada por rencores, cansancio y malos entendidos).
La semana pasada nos dedicamos a diagnosticar las luminarias del jardín de la casa de campo donde vamos a juntarnos. Hay que cambiar un par de “arturitos” (llamamos así a unos faroles bajos que se parecen bastante al famoso robot de La guerra de las galaxias), así que llamamos a un electricista. Nos fuimos a comprar los materiales que, como nos habían advertido nuestros amigos, están baratísimos. Es la mejor época para encarar refacciones.
Mientras avanza ese arreglo que escapa a nuestras competencias, nos dedicamos a armar un armarito en un galponcito que estaba en desuso para poder acumular ahí todas las herramientas que, justo es decirlo, tampoco usaremos demasiado.
El fin de semana que viene atacaremos las latas almacenadas en la pinturería, para ver qué sirve (tenemos que pintar un cuarto, un pasillo, y algunas paredes exteriores) y qué se puede tirar. Pero antes hay que sellar unas grietas ominosas. Para que no vuelvan, aplicaremos unas llaves de acero que sirvan de juntura.
Con suerte, el 10 de diciembre nos encontrará con la casa tan renovada como nuestras esperanzas: ¿nos llegarán el asfalto, el gas, el agua corriente?.