Las últimas declaraciones de la Sra. Cristina Kirchner ratificaron que es la política más importante de América Latina en el siglo XXI. Cristina se limitó a subrayar un par de hechos históricos indiscutibles: los bombardeos a Plaza de Mayo y los fusilamientos de José León Suárez como datos inequívocos de un odio visceral que no ha cesado en los últimos setenta años.
No hace falta ser peronista (yo no lo soy) para ser consciente de la atrocidad que esos dos acontecimientos representan y que, sumados a la represión de la dictadura, constituyen la trinidad de la ferocidad imperdonable. Me limito solo a las “heridas abiertas”, porque a esa nómina del fracaso como país habría que sumar también la Patagonia Trágica, la Campaña del Desierto y el genocidio Selknam. Ante semejantes acontecimientos, los griteríos actuales de la derecha triunfante parecen meros cacareos de gallinaceos en celo. Y sin embargo... Las señales televisivas han dado muestras de un goce ante la condena de la Sra. Kirchner que hielan la sangre.
Yo soy de los que piensan que la Sra. Kirchner se equivocó: en algunos casos con sus políticas desencaminadas (en educación, me toca muy de cerca); en otros, con sus decisiones caprichosas (la unción del Sr. Fernández como candidato a presidente) e incluso en no haber sabido desbaratar el sistema de corrupción que heredó de su marido (“vas a ir preso”, parece que le gritó alguna vez, sin imaginar que ella ocuparía ese lugar terrible).
Pero nada de eso es comparable con las salvajadas cometidas por el liberalismo (cuando fue gobierno constitucional o de facto). El día que los responsables de tanta aniquilación estén dispuestos a declarar que han asesinado, y que lo han hecho con ferocidad, se podrán discutir con calma los futuros posibles de este país que hoy parece imposible. En cuanto a la Sra. de Kirchner, soy de los que respetan a quien cae después de haber peleado con uñas y dientes. Vivo a una cuadra de donde está el departamento que será su prisión domiciliaria. Pero vivo también en el Conurbano, donde su prédica irá perdiendo influencia poco a poco.
No me preocupan tanto ni el barro en el que vivo en uno de esos domicilios ni el escándalo festivo de un acompañamiento que no ha disminuido con los días, en el otro.
Incluso, creo que habría que crear el movimiento de artistas Salvemos a Cristina para evitarle la condena adicional de tener que mirar televisión sin pausa. Hay que llevarle el cine, el arte, la poesía, la música y el teatro a la esquina de su casa, para que desde su palco penitenciario pueda descansar de las miserias de este mundo en el que ella no acertó a intervenir en la medida de sus posibilidades, pero que otros arruinaron y arruinarán definitivamente.
La destrucción irreversible de la red de ferrocarriles que llevó adelante el Sr. Menem en su momento y la destrucción actual del sistema de investigación en Argentina son apenas dos muestras de políticas cuyo daño excede las generaciones. Seamos conscientes, salvemos lo que se pueda.