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Laberintos

En el laberinto

Resulta que allá adentro del oído hay una cosa llamada laberinto porque es un laberinto, en medio del cual flotan unas cositas chiquitas llamadas otolitos porque son piedritas (lito) y están en el oído (oto).

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Resulta que allá adentro del oído hay una cosa llamada laberinto porque es un laberinto, en medio del cual flotan unas cositas chiquitas llamadas otolitos porque son piedritas (lito) y están en el oído (oto). Muy bien: qué bella y perfecta máquina es el cuerpo. Ah, sí, pero si los otolitos se mueven, al cuerpo le agarran los mareos, los médicos se agarran la cabeza y el paciente no se la agarra porque si se la agarra se marea más. Dramático, y las cosas dramáticas suelen ser sencillas: el cuerpo no es una máquina, es un lío infernal. ¿Y eso que llamamos el cuerpo social? También, mi estimado señor, mi querida señora, también es un lío infernal y para colmo no sabemos en dónde ni qué ni cómo son los otolitos del cuerpo social. Miro hacia atrás en la semana y veo que los otolitos estén donde estén y sean lo que sean se han movido para el lado de la ilegalidad y la irrealidad. Casi podríamos decir que no ha pasado nada porque han pasado tantas cosas que los otolitos del laberinto del cuerpo social compuesto (?) por todos nosotros bailan la zarabanda sin que sea posible disciplinarlos. El miedo los mueve. A los otolitos, digo. Concluimos, en la mesa del café, en la televisión, los diarios, en donde fuere, que tenemos miedo y con razón. Todo se resume en unas pocas frases de entre las que extraigo: los políticos no hacen nada; la Policía es cómplice de los delincuentes; los jueces dejan libres a los asesinos; hay que bajar la edad de la imputabilidad; no hay cárceles, hay pudrideros de donde salen peor de lo que entraron; hay que hacer justicia por mano propia; no podemos hacer nada; etcétera, un desesperanzado etcétera. Se nos ha dislocado la pretendida máquina perfecta y no hay por dónde empezar. Nos hace falta el remedio para que los otolitos dejen de moverse y floten en paz. Y quienes deberían recetárnoslo se reclinan cómodamente en sus sillones de pana granate, fletan aviones para su comodidad personal, no toman medidas para nada que no sea la seguridad de que van a seguir agarrados al poder y dejan que el gran cuerpo se tambalee enfermo y desdichado: nada flota en este laberinto y la esperanza parece lejana e irreal.