—Oh, Max, qué terrible…
—Se lo merecía, 99: ¡era un asesino de Kaos!
—A veces me pregunto si somos mucho mejores…
—¡Qué dices! ¡Nosotros debemos disparar, matar y destruir porque representamos todo lo que es sano y bueno en este mundo!
Don Adams y Barbara Feldon en “Superagente 86” (1965-1979), escrita y dirigida por Mel Brooks
Lo he visto a Brando en el Tigre, haciendo el coronel Kurtz de Apocalypse Now y al servicio de Grondona; recibí la visita del diabólico De Niro de Corazón satánico, fui convocado de madrugada en la oficina de Philip Marlowe para hablar del caso del asesino de técnicos… pero nunca me habían citado en una cabina de teléfono del microcentro. Wow. En cuanto cerré la puerta, el piso cedió hasta llegar a un misterioso subsuelo lleno de luces y muebles estilo pop. Entonces lo supe. Era él.
—Mi nombre es Smart, Maxwell Smart –dijo, imitando espantosamente al Bond de Sean Connery.
—¡El Superagente 86, temible operario del recontra espionaje! –recité de memoria: soy un fan. El se molestó.
—Caramba, será mejor que me explique cómo supo mi nomenclatura secreta, señor Sash. Y no pretenda engañarme. ¡Soy muy listo!
—No lo dudo. Pero no sólo conozco eso –me entusiasmé– ¿quiere que hable de lo suyo con la 99? ¡Son novios, como Luli y Mouche! Ah, es “Asch”.
—Maldición, usted sabe demasiado. Oiga: Control necesita información sobre el grupo paramilitar de su país que invadirá Sudáfrica. ¿Qué buscan?
—¡Un milagro, 86! Salir campeones. Pero la Armada Brancaleone no es un grupo paramilitar. Es sólo el cuerpo técnico de Maradona, que me recuerda mucho al ejército loco de Gassman en la película de Monicelli. ¡Un delirio!
—¡Ni que lo diga! Ahora dígame: ¿por qué diablos esa gente anda diciendo que es de mi generación, “los del 86”? ¡Ni siquiera los conozco, Wash!
—Asch. No, nada que ver con usted. Es por México. Ellos ganaron el Mundial y exigen una oportunidad para revivir ese gran espíritu de unión.
—¡Ahá…! Pero este documento secreto que me pasó el Jefe no dice lo mismo, querido amigo. ¡Se odian! Maradona aún desconfía de Batista y no lo soporta a Bilardo, que sueña con sillones más grandes. Valdano los critica desde Madrid, Ruggeri, que habló mal de cada uno, es capaz de besar a Chilavert con tal de anotarse en ésta y Grondona los quiere matar a todos. Habla Humbertito, habla Alfito… Veo la mano de Kaos en ese grupo desquiciado. ¿No estará el malvado Sigfried en esa lista, Larsh?
—Asch, si no le importa. No, no está Sigfried. Pero tampoco Zanetti ni Cambiasso, que la rompen en Inter. ¡Mourinho no lo podía creer! Dicen que el pobre Cuchu fue víctima de una brujería. ¿Podrá ser? Demasiados supersticiosos en el fútbol, ¿no? Y, mire: salvo Clemente, ¡no hay laterales!
—No me diga que Diego puso a un chino en esa lista.
—Sí. Al Chino Garcé.
—¡Le dije que no me lo dijera…! ¡Oiga! ¡Esa es la clave de la conspiración! Hablaré con el Jefe ya mismo. Discúlpeme.
Smart se agachó y se quitó el zapato izquierdo. El zapatófono todavía tenía aquel viejo discado circular de los teléfonos de los sesenta. Clic, clic, clic… Como se conectó al cono del silencio, no oí lo que hablaron. Cuando terminó, me miró con suficiencia. Tenía información.
—Sé por qué salieron a hablar Ribolzi y Alfito, con ese platinado que lo hace tan parecido a Sigfried. Todo concuerda. Los rusos odian a los chinos. ¡Y todos odian a los americanos! ¡Lo sabía, Nash!
—Asch. ¿también tenía eso? Al final tenía razón Dibos.
—¡Claro! Su jardinero también es hombre nuestro y lo sabía. Maradona trabaja para Kaos, eso es obvio. De otra forma no puede explicarse su conducta. ¡En el mundo libre actuamos de otra manera! Poner a un chino en la lista, no llamar al Pupi ni a Cambiasso… ¡Y seducir a Messi y a los otros niños del equipo con PlayStations, caramelos, ositos para dormir... ¡Es la perversa influencia de Sigfried, Dasch!
—¡¡Asch!! ¿De verdad cree en la versión que habla de una conspiración?
—Ehmm... ¿Qué tal “movida de piso”? ¿Aceptaría “meloneo”? Además, no es la primera vez. ¿Recuerda nuestro Mundial? ¡Hasta tenía mi bufanda celeste y blanca lista! Ese equipo de Basile jugaba muy bien sin él, pero después de Colombia, lo hicieron volver y arruinó todo. Una pena.
—Confiese Max. ¡A la enfermera aquella, la mandaron ustedes, ¿no? Fue por sus elogios a Fidel; no me mienta…
Smart se quedó callado. Frunció la boca y de pronto se dirigió hasta una de las columnas del sótano. Discutió un rato con ella. Un minuto después, volvió. Se lo había confirmado el agente 13, el de los escondites insólitos.
—La enfermera era la agente 17. ¿Cómo lo supo Asch?
¡Asch…! El 86 aprovechó mi sorpresa al oír bien mi nombre y dio por terminada la entrevista. Enseguida llegó la 99 y los dos, camuflados como buzo y paseadora de perros, fueron eyectados a la zona de bancos. Salí un rato después, bastante confundido. Es que hasta los villanos de la serie son tan queribles, divertidos e ingenuos… Ya me había desacostumbrado a tratar con
gente así.
De acá no son, eso está claro.