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ficcion y realidad

‘En terapia’

Pandemia con elecciones dejan atrás el triunfo de mi club Vélez Sarsfield, un buen plantel de un alicaído fútbol local que algunos han calificado de equipo sólido para contrastarlo con los gaseosos Lanús y Huracán, adorados por el pseudomenottismo.

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Pandemia con elecciones dejan atrás el triunfo de mi club Vélez Sarsfield, un buen plantel de un alicaído fútbol local que algunos han calificado de equipo sólido para contrastarlo con los gaseosos Lanús y Huracán, adorados por el pseudomenottismo. Por eso discrepo, Vélez es más sólido, es cierto, y el mejor equipo también. Basta recorrer sus líneas y encontrar en cada una de ellas a jugadores de muy buen nivel. Tiene el mejor banco de suplentes que le permitió alternativas de calidad para reemplazar a los lesionados y mejorar los segundos tiempos con los cambios.

Así que gracias, y champán por el logro del Campeonato de Futbol Asociado Clausura 2009.

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Nuevamente pandemia y elecciones no permiten advertir que en la televisión por HBO, se ve el segundo año de una serie extraordinaria, me refiero a In Treatment, En terapia, una historia de un psicoanalista en sesión con cada uno de sus pacientes.

Se basa en su homóloga israelí Bitpul creada por Hagai Levi y escrita por Ori Sivan. Se dice que la versión norteamericana transcribe casi cada palabra de la original israelí. No hay tercera parte a la vista.

En Israel, más allá del éxito y de que los capítulos formaron parte de la conversación cotidiana, es material de la currícula de universidades y sus respectivas carreras de psicología.

Lo que llamaba la atención en la primera parte, la del año pasado, era la agresividad de los pacientes. Nada de Ideal del Yo encumbrado en el supuesto saber del analista, sino ataque masivo a la autoridad, apriete a la subjetividad del analista, campañas de seducción con todos los recursos disponibles de la histeria, billetes arrojados sobre la mesa después de la sesión.

Cada pueblo tiene su cultura y su idiosincracia, la clase media israelí no es la argentina y cabe imaginar, que la formación de los analistas también difiere. Pero no es una cuestión de calidad. En un país como el nuestro, famoso por la abundancia de su oferta analítica, prestigioso en una época por haber creado una escuela de profesionales respetada en todo el mundo freudiano, reconocido además por haber instalado una cultura lacaniana basada en cientos de grupos de estudio, por todo esto y otras cosas más, esta serie puede llegar a ser muy apreciada. A menos, claro, que nos creamos, en esto también, los campeones morales del inconsciente y despreciemos este psicoanálisis foráneo.

Todos los casos de los dos años vistos cada día de la semana es un mundo maravillosamente pintado. Es decir narrado y filmado. La producción norteamericana tiene actores de un nivel digno de las mejores escuelas de teatro. Gabriel Byrne, que hace del doctor Paul Weston, es el analista y Dianne Wiest, Gina, es su control terapéutico, para nombrar a ellos solos que son los más conocidos.

El guión israelí no restringe la vida de los pacientes a un color local que lo haría intraducible a otras áreas culturales. No por eso el análisis discurre por lo que Gilles Deleuze en su Antiedipo denomina la petite vie privée, el mezquino racconto doméstico de las vidas particulares. No porque no se hable de la vida privada, sino para mostrar que con talento artístico, la privacidad deja de ser una repetición obsesiva para abrirnos a un mundo común, a fantasmas comunes, a deseos y miedos que a pesar de su singularidad pueden llegar a concernirnos.

La abogada que adora a su padre y vive su soledad y la falta de amor; la joven con cáncer que se basta a sí misma; la familia que se divorcia con un hijo estrujado y estirado por las pasiones paternas; el ejecutivo en jefe que cae en picada y se siente inútil y el analista que se replantea la validez de su trabajo son los episodios de la historia de este año.

Hay quienes dicen que la serie yanqui no ahondó lo suficiente en ciertos rasgos de su propia sociedad como el alcoholismo o la drogadicción. Como tampoco hay una presencia manifiesta del clima de guerra que vive la gente en la serie israelí. Pero cada caso es un drama, y su tratamiento pone en juego las pasiones humanas. No hay indiferencia al mundo como tampoco se ponen en escena los pequeños golpes bajos de un supuesto interés colectivo en busca del rating habitual.

En el teclado de mi notebook, escribí el nombre de la serie israelí con un error: en lugar de Bitpul, que en hebreo quiere decir “en terapia”, lo leí en inglés y puse: be pitiful... en realidad un error también en inglés ya que la palabra es pitiful, que quiere decir lamentable y que yo creí comprender por digno de pena.

El doctor Weston se preocupa por sus pacientes. En su control con Gina le reprocha que ella no hace lo mismo en su terapia. La ve como una psicoanalista competente, segura de sí y de su saber, una profesional que nunca se cuestiona los alcances de una disciplina harto dudosa, y que no se involucra emocionalmente con sus pacientes.

Por otra parte, se pregunta a sí mismo qué es lo que en realidad hace con su trabajo, si no engaña, si no crea una ilusión en quienes acuden a él, si le falta el coraje de decirles que lo que ellos buscan no se los podrá dar si es que alguna vez lo llegan a obtener.

Creo que el psiconálisis es el invento occidental más acorde con nuestra civilización. Es su producto más sofisticado en lo relativo a la subjetividad, al tipo de conciencia de sí que tienen hombres y mujeres, al modo en que concebimos la vida y la muerte más allá de evidentes diferencias entre culturas. Como ya lo dijo Nietzsche, socratismo y cristianismo están en la base de nuestras creencias más profundas; es decir, la idea de que por un lado saber y poder van juntos, y por el otro que desear y padecer también pueden ir juntos. Estas grandes líneas de fuerza marcadas con brocha gorda aunque deriven en múltiples facetas permiten que el doctor Freud haya metido el ojo, y la lengua, en algo muy importante.

Es posible también que por las mutaciones tecnológicas que vivimos, el arte de la palabra pierda sus últimas conquistas, y que el inconsciente se incline más por el lado de la genética y la bioquímica que por los juegos del lenguaje. Pero aun así la palabra tiene su dominio.

La serie En terapia en la que dos personas sentadas están media hora hablando casi sin moverse, en la que las angustias, ansiedades, demandas y reproches le dan el tono a una relación en la que la palabra cura no llega a hacerla inteligible, ni la palabra enfermo, ni la de médico, ni la palabra amistad, ni siquiera la palabra dinero, nos dice, sin embargo, algo significativo de una palabra que sí ha tenido una trayectoria no sólo occidental sino universal, me refiero a “compasión”, una palabra que nunca llega a comprenderse del todo, pero que no se agota en sus significados religiosos.

Por algo cometí el lapsus de lectura que me hizo leer pitiful como penoso, con una referencia a quien nos da pena, alguien que tiene una presencia lamentable, pero que en lugar de despertar en nosotros nuestra superioridad, nos hace pensar en nuestra propias debilidades.


*Filósofo. (www.tomasabraham.com.ar)