El cambio de metas de inflación y de manejo de la tasa de política monetaria del BCRA, la continuidad del desmantelamiento del atraso tarifario, la inflación en alza y la suba del tipo de cambio, sumados a la mayor volatilidad de los mercados financieros internacionales y la mala suerte de la sequía, sin dudas configuraron un arranque de año con más ruido del que se esperaba a fines de 2017, donde todo parecía viento en popa.
Fue indefectible el impacto negativo sobre las expectativas, mientras que se suscitaron algunas dudas sobre la evolución de corto plazo de la economía argentina.
El paso de una situación de elevado optimismo hacia octubre/noviembre del año pasado a otra de mayor cautela/pesimismo actualmente, si bien tiene condimentos que pueden justificarlo, luce tal vez algo exagerado.
La realidad es que hay que mirar en detalle todas las variables ya que hay elementos positivos que no deben pasar desapercibidos y que actúan como contrapeso frente al exagerado pesimismo, y creo importante destacarlos.
En primer lugar, las novedades provenientes del frente fiscal (eje clave de la política económica y uno de los ejes claves de la macro) son positivas.
El buen desempeño de la recaudación viene creciendo fuerte en términos reales (6,6% en el primer trimestre) y ayuda a cimentar la perspectiva de cumplimiento de la meta de déficit fiscal primario para este año (3,2%).
El gasto primario creció 18,9% interanual en el primer bimestre, casi 6 puntos por debajo de la inflación (o sea, cae en términos reales). Esto significa que el Gobierno no está gastando el incremento de los recursos reales, o sea que la política fiscal no está siendo pro cíclica –como siempre lo fue en Argentina– sino contracíclica, lo que sin dudas es una señal muy favorable que alimenta la expectativa de que el Gobierno está dispuesto a avanzar seriamente en el proceso de convergencia fiscal que se trazó.
Aunque en forma demorada, arrancó la normalización del precio del transporte (que venía retrasada) y que era el “gran precio relativo” que quedaba por tocar.
Todo lo anterior llevó a que quienes hasta hace poco tiempo dudaban de la posibilidad de lograr el target fiscal de 2018 ahora concuerden en que cumplir la meta será factible (de no mediar imponderables).
A las noticias favorables en el frente fiscal se les suma que los datos, recientemente publicados, en materia de actividad sorprendieron al alza, lo que en medio de un clima de mayores dudas e incertidumbre siempre es una buena noticia porque puede ayudar a apuntalar las expectativas. En efecto, el PBI del cuarto trimestre, que acaba de publicarse, mostró que la economía creció contra el tercer trimestre 1,0% (y 3,9% ia), sin mostrar la desaceleración que preanunciaba el propio Estimador Mensual de Actividad Económica (EMAE) oficial.
La inversión, por su parte, mostró un fuerte dinamismo en el último trimestre del año (7,4% t/t y 20,7% ia), mientras que el consumo privado se mantuvo firme al crecer 1,3% t/t y 4,8% ia. Con todo, el año cerró con una suba de 2,9% (vs. el 2,8% que se esperaba oficialmente).
A este escenario, se suman los datos alentadores que mostró en febrero la actividad industrial (que podría mostrar subas entre 6% y 8% interanual). Los buenos guarismos de la construcción y la infraestructura, de las importaciones de bienes de capital y de la actividad industrial nos llevan a pensar que el primer bimestre del año la economía habría crecido 4,6% en la comparación interanual. Si bien el 4,6% está incidido por la baja base de comparación, lo importante es que no se avizoran, a hoy, señales de desaceleración significativa en el margen respecto al cierre de 2017.
Y si bien la suba del tipo de cambio nominal generó cierta incertidumbre y presiona sobre los índices de inflación ya elevados, lo cierto es que permitió una mejora del tipo de cambio real de casi 15% desde diciembre a la fecha, lo cual es una buena noticia para una economía con un déficit externo de casi cinco puntos del producto, en un contexto de condiciones financieras internacionales más inciertas.
En definitiva, no hay dudas de que en el camino gradualista se suscitan tensiones con las que las autoridades deben lidiar y que exigen redoblar los esfuerzos en materia de calidad y coordinación de políticas públicas. Sin embargo, balancear lo negativo y lo positivo y ponerlo en perspectiva resulta importante para evitar mayores distorsiones en el proceso de toma de decisiones tanto del inversor como del consumidor.