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Sesiones I

Entre el odio y el frío

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Discurso. “Careció de cualquier atisbo de propuesta para una visión común y convocante”. | Juan Obregón

Carente, como es habitual en él, de todo atributo de estadista, el presidente nominal de la Nación inauguró el miércoles pasado las sesiones ordinarias del Congreso con un discurso que, según su costumbre, fue pródigo en falacias, invectivas y distorsiones de la realidad que padece una masa crítica de la sociedad. Cabría preguntarse si algunos aspectos de ese discurso, y de los frecuentes arranques verborrágicos del mandatario formal, responden a lo que se conoce como discurso de odio. En su sitio oficial la Organización de las Naciones Unidas dice de este tipo de alocución que es “el uso como arma del discurso público para ganar el favor político”. Señala, además, que “no es, por desgracia, algo nuevo. Como la historia nos viene demostrando siempre, el discurso de odio unido a la desinformación puede llevar a la estigmatización, la discriminación y a la violencia a gran escala”. 

Hay una matriz que se repite en el comportamiento de Fernández. Sus impostadas convocatorias al diálogo van siempre seguidas de agresiones verbales contra adversarios políticos del propio campo o de la oposición y contra críticos de su gestión, al tiempo que niega los calvarios de la sociedad. Así, es capaz de decir que el único problema verificable hoy es que hay que hacer dos horas de cola en los restaurantes o puede organizar fiestas clandestinas en la residencia presidencial mientras miles de argentinos mueren o no pueden ver a seres queridos debido a una prohibición dispuesta por él. Estas y otras conductas que van en la misma línea negacionista son disparadoras de resentimiento en amplias capas de la ciudadanía. Los paupérrimos registros de su imagen pública son un reflejo de ello.

El discurso del miércoles, lejos de dar un fidedigno registro del “estado de la nación”, como hacen los verdaderos estadistas en los países con democracias más consolidadas que la argentina, careció de cualquier atisbo de propuesta para una visión común y convocante, no aludió a la situación social (40% de pobres de toda pobreza y más de un millón de indigentes merecían una mención y al menos una disculpa, aunque no fuera sincera) y devino en una diatriba de barricada contra la Justicia. En su libro Ser violento, un interesante estudio sobre los orígenes de la inseguridad, el politólogo neuquino Marcelo Moriconi Bezerra, investigador del Centro de Investigaciones y Estudios de Sociología del Instituto Universitario de Lisboa, entre otros desempeños, señala lo siguiente: “El problema elemental de numerosas sociedades contemporáneas es que la legalidad dejó de ser una idea rectora en muchos discursos institucionales informales y, por ende, en muchos estilos de vida. La norma legal, para una gran parte dejó de ser el camino para convertirse en obstáculo”. Pese a su autoproclamada condición de profesor de Derecho, disciplina de la que, de acuerdo con su decir y hacer, parece cada vez más alejado y opuesto, tanto el presidente nominal como el kirchnerismo en general dan veracidad a esta descripción de Moriconi Bezerra. Y no está de más agregar que este autor atribuye también a la indiferencia y la complicidad de la sociedad tal estado de cosas.

En Ser violento se lee también este párrafo significativo: “Un gran problema de las sociedades en crisis contemporáneas, donde la política se entiende como una guerra, son las secuelas, resignaciones, rencores y odios que se generan y que luego no se enseñan a gestionar”. La irresponsabilidad de los gobernantes y de los políticos en general, tanto opositores como los actuales oficialistas, es patente en esta cuestión. Y el problema puede llegar a calar tan hondo que no se soluciona con discursos “buenistas” y cándidas apelaciones a superar la grieta (confiando en voluntarismo, pases mágicos o una amnesia súbita y colectiva pero sin ofrecer un programa efectivo al respecto) como el emitido por el jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires en su gélida invocación al respecto. Gélida por el paisaje y el clima mostrados en el video y por la hipotermia que transmitían las palabras y la gestualidad del orador.

*Escritor y periodista.