El mensaje de las urnas el domingo 11 de agosto fue un golpe duro para el gobierno nacional. Así lo definen hasta algunos dirigentes cercanos al Gobierno. Es cierto que en términos de la distribución de votos el oficialismo continúa siendo la primera minoría; pero en términos de votos perdidos el resultado es fuerte, como lo es en términos de muchos distritos –provincias, municipios– donde candidatos de grupos opositores obtuvieron más votos que los oficialismos locales. La verdad se conocerá en octubre; ahora, más allá de las palabras, cuentan las campañas electorales. El primer paso de la campaña del oficialismo nacional parece una receta para seguir perdiendo votos.
Una buena parte del voto que en las urnas terminó siendo adverso al Gobierno se definió bastante a último momento, en un clima volátil signado por las dudas de millones de ciudadanos. Nada más conducente a disipar sus dudas a favor de los opositores que descalificar a los exitosos del 11 de agosto y menospreciar la decisión de los votantes.
La Presidenta encaró esta elección protagonizando una ola de moderación, en visible contraste con sectores no moderados de su gobierno. Desde el vuelco a favor del papa Francisco hasta el acuerdo con Chevron y el apoyo al cuestionado general Milani, la Presidenta avanzó por ese camino y desautorizó ostensiblemente a quienes dentro de su gobierno se oponían a esas medidas. Ya entrando a la campaña electoral, consagró a Daniel Scioli como principal referente en la decisiva provincia de Buenos Aires, eligió como cabeza de lista a Insaurralde –cortado a la medida de Scioli– y respaldó en la Capital a Daniel Filmus, últimamente notorio moderado.
Con ese enfoque, el Gobierno obtuvo el domingo casi el 30 por ciento de los votos en todo el país. Ahora caben dos interpretaciones: la de los “jacobinos” dirá que por moderarse cayeron al 30 por ciento en lugar de acercarse al 40 esperado, y bregará para retomar la línea dura; la de los blandos dirá que gracias a la moderación se mantuvieron en el 30 por ciento, porque sin ella hubieran caído hasta cerca del 20. La Presidenta, hasta ahora, parece volcarse a la interpretación “jacobina”. Un resultado en octubre peor del registrado este domingo puede dejar al gobierno nacional débil para los dos arduos años de gestión que tiene por delante. Acentuaría la propensión centrífuga de intendentes y gobernadores y la disposición a acuerdos en el Congreso.
El hecho muy significativo de que sea Sergio Massa quien encarna hoy la opción alternativa más fuerte, y el hecho simultáneo de que quien encarnó la opción oficialista fue una propuesta teñida por la presencia de Daniel Scioli, sugiere que la sociedad está más preparada para la moderación que para las propuestas de vivir en tren de guerra permanente. Pero “jacobinos” de distintos colores acechan no sólo desde el Gobierno, también desde la oposición. Tal vez la apuesta de la Presidenta sea llevar a todos los contrincantes a pelear con herramientas de combate feroz; en esas lides se siente más fuerte que en las respetuosas competencias con espíritu deportivo. Su problema es que la sociedad prefiere estas últimas, y que la mercadería que ella le propone a cambio de seguir peleando ya no está dando buenos rindes: una economía esencialmente motorizada por el gasto público y el consumo interno no da para más.
Hay dos buenas noticias que produce este proceso electoral. Por un lado existe, tanto en la sociedad como en un amplísimo espectro de la dirigencia política, un consenso fundamental: no tocar la Constitución, no reformar la Justicia, no avanzar contra un régimen de prensa plural.
Por otro lado, la sociedad parece convencida de que el voto es un instrumento posible para generar cambios de gobierno; ya no espera que eso suceda mediante intervenciones militares, “impeachments” legislativos o cacerolazos en la calle. Es claro que una gran parte de la sociedad argentina quiere “convivencia pacífica” y actitudes constructivas frente a los disensos.
*Sociólogo.