COLUMNISTAS

Epoca de sinvergüenzas

¿Se les ha ocurrido proponerle a Internet que realice la búsqueda “pide perdón”? Hay un millón quinientas noventa mil páginas (pidiendo perdón), y entre las primeras encuentro: la Iglesia pide perdón por los curas pederastas; Gwyneth Paltrow pide perdón a los animalistas; el periodista Giampiero Mughini pide perdón al futbolista Alex Del Piero; la iglesia anglicana pide perdón a Darwin; el estado de Virginia pide perdón por la esclavitud.

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¿Se les ha ocurrido proponerle a Internet que realice la búsqueda “pide perdón”? Hay un millón quinientas noventa mil páginas (pidiendo perdón), y entre las primeras encuentro: la Iglesia pide perdón por los curas pederastas; Gwyneth Paltrow pide perdón a los animalistas; el periodista Giampiero Mughini pide perdón al futbolista Alex Del Piero; la iglesia anglicana pide perdón a Darwin; el estado de Virginia pide perdón por la esclavitud; Ronaldo pide perdón, pero asegura que no es gay; otro futbolista, Kaladze, se retracta y pide perdón; la Warner Bros pide perdón a los fans de Harry Potter; Apple pide perdón por los problemas del servicio (al igual que la compañía ferroviaria italiana); uno de los jóvenes agresores de Tong Hong-Shen (el obrero textil chino apaleado en Roma) ha ido a ver al alcalde para pedir perdón; el gobierno canadiense ha pedido perdón oficialmente a los indios por la violencia de la que han sido víctimas por lo menos 150 mil niños indígenas; el alcalde de Zagreb ha pedido perdón al de Udine; Matilde Pugliaro, abogada del Estado, ha pedido perdón por lo que sucedió en el cuartel de Bolzaneto en los días del G-8 de Génova, en nombre del Estado; Rahm Emanuel, futuro jefe de Gabinete de Barack Obama, ha pedido perdón por algunos comentarios antiárabes proferidos por su padre Benjamin; el presidente del Senado italiano, Renato Schifani, pide perdón al líder de la oposición, Walter Veltroni; la Fiat pide perdón a Pekín por la publicidad de los Delta; el gobierno australiano ha pedido perdón a los aborígenes.
Puesto que, en este millón y medio de peticiones de perdón, Internet registra también las de años pasados, acordémonos de que Silvio Belusconi pidió perdón a su mujer, Verónica; que Benedicto XVI pidió perdón a Mahoma; que Juan Pablo II pidió perdón a Galileo (con lo cual la Tierra se puso gozosa de dar vueltas alrededor del Sol).
Claro que la noticia más fresca es la siguiente: en una entrevista del canal de televisión ABC, Bush ha pedido perdón al pueblo americano por haber emprendido –sin razón alguna– la campaña en Irak (donde han muerto más de cuatro mil soldados norteamericanos, algunos centenares de aliados, algunos centenares de miles de iraquíes y civiles varios, y así en adelante, sin contar a los heridos). Ha pedido perdón por esta matanza, porque se ha dado cuenta de que los terroristas no vivían en ese país y Saddam no preparaba armas atómicas. Era culpa de la Intelligence (que no debe traducirse como “inteligencia”).
No he entendido si este entusiasmo en pedir perdón indica un arrebato de humildad cristiana o más bien de desfachatez: haces algo que no deberías hacer, luego pides perdón, y te lavas las manos. Se me ocurre el chiste del vaquero que cabalga por la llanura y oye una voz del cielo que le impone que vaya a Abilene; cuando llega, la voz le dice que entre en el saloon, que apueste todo su dinero a la ruleta –al número 5– y el vaquero, aún vacilando, seducido por la voz celestial, obedece; sale el 18, y la voz susurra: “Lo siento, hemos perdido”.
De todas formas, hay cosas peores; hay quienes tienen la desvergüenza de no pedir ni siquiera perdón. Estamos en una época de sinvergüenzas en la que los individuos acusados de fraude se dejan ver tranquilamente en los locales más famosos, o en la tele, y firman autógrafos; los que han arruinado a padres de familia y a madres viudas siguen circulando impertérritos con sus aviones privados; los que han sido elegidos arteramente para un cargo en el que nadie los quiere siguen sin levantar el trasero de un sillón tan duramente conquistado e incluso se afeitan todos los días para mostrar su cara en la televisión.
Y están los impunes históricos. Quizá se acuerden ustedes de que cuando Bush empezó el ataque a Irak muchos protestaron, y los franceses incluso negaron su apoyo. Entonces, no digo ya en los Estados Unidos, donde todos aún estaban sobrecogidos por el 11 de septiembre y reaccionaban cambiándoles de nombre en los restaurantes a las papas fritas (que en ese lado del océano se llaman “french fries”), sino aquí, en Italia, voces súper virtuosas se levantaron tachando de terroristas y de quintacolumnistas de Bin Laden a todos los que veían con preocupación el ataque norteamericano.
Y no sólo esto, sino que, cuando tiempo después Bush anunció triunfalmente que la guerra en Irak había acabado y se había ganado (otra patética mentira, además evidente para cualquier persona dotada de sentido común), sus acólitos italianos escribieron artículos irónicos dirigiéndose a los que habían albergado dudas, diciéndoles: “¿Veis que teníamos razón nosotros?”. Argumento totalmente delirante, puesto que, aun admitiendo que se haya ganado una guerra, eso no significa en absoluto que hubiera buenos motivos para hacerla. Al principio, Hitler ganaba siempre, y aun así no tenía razón alguna. Hoy, me gustaría saber y ver cómo reaccionarán los sinvergüenzas de mis tierras ahora que Bush pide perdón por sus errores.

*2008 Umberto Eco/L’Espresso.
Distribuido por The New York Times Syndicate.

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