“El chiquito está en caída libre”, reconoce con preocupación alguien de estrecho vínculo con Axel Kicillof. El equipo económico terminó, a duras penas, una semana para el olvido. Una pregunta casi filosófica sirvió para aflojar la tensión de un hombre que conoce muy bien cómo está la relación del joven ministro con la señora Presidenta: “¿A qué le teme Kicillof de cara al 2015? Ni a los buitres ni al mercado cambiario ‘azul’: a Cristina”, fue la tajante respuesta. Veamos qué fue lo que sucedió para entender de qué hablaba la fuente.
En los festejos por el regreso de la democracia volvió a aparecer la furia presidencial con su carga de crítica desenfrenada, denunciando conspiraciones y pasando facturas a viva voz a propios y ajenos. Una vez más, el kirchnerismo tuvo que salir a vestir de éxito un fracaso estrepitoso. Cristina Fernández de Kirchner estuvo en la vanguardia de los que pretendieron hacer de un fiasco un triunfo. Al fin y al cabo, de eso se trata el cada vez más vapuleado “relato”. El canje adelantado de los Boden 15 y la salida al ruedo del Bonar 24, que permitiría refinanciar deuda, resultaron un severo revés para sus mentores y para el Gobierno. En los días previos al del festejo, Cristina le hizo saber a Kicillof su malestar de manera inequívoca: “Chiquito, vení a explicarme qué quisiste hacer y cómo salimos de esto”. Todas las fuentes coinciden en que ésa fue la primera vez que la relación entre ambos crujió desde sus cimientos. Con la habilidad discursiva que la caracteriza, la primera mandataria repitió el término al llamar al joven ministro en un pasaje del acto. Los medios oficialistas se esforzaron por destacar que el “vení, chiquito”, esta vez pronunciado en público, había sido una muestra de cariño casi maternal. No hace falta ser psicólogo para saber que sólo una madre puede desestabilizar a un hijo con tan poco como una palabra.
Lo que siguió fue aun peor. Las consecuencias de los errores técnicos y la falta de timing en el lanzamiento del canje no se hicieron esperar. El efecto que se quería generar en el frente externo, dando la imagen de una Argentina sólida y confiable, se diluyó inmediatamente. Y junto a ello se esfumó también el supuesto alivio que las arcas estatales podrían haber tenido de cara a 2015. En el frente interno, las consecuencias negativas de la equivocada iniciativa gubernamental las van a sufrir muchas provincias. Un operador político de diálogo fluido con los referentes del interior aseguró: “Las provincias que están ajustadas financieramente habían pensado seguir los pasos del gobierno nacional emitiendo deuda con el objetivo de refinanciarse y oxigenar su delicada situación fiscal. El error de cálculo de Kicillof las dejó sin chances, y muchos gobernadores están haciendo cola para putearlo (sic)”. Sin lugar a dudas, 2014 tendrá un cierre apretado y, lo que es peor aun, para los primeros meses de 2015 no se avizora nada que signifique un alivio para las esmirriadas arcas públicas.
El otro frente de preocupación creciente dentro del Gobierno es el judicial. Allí se ha abierto una verdadera caja de Pandora. Hay temor de lo que pueda suceder en ese ámbito. Para peor, la forma absolutamente desprolija en la que se han hecho los “negocios” en el mundo del kirchnerismo facilita enormemente la tarea de los jueces y los fiscales con voluntad de cumplirla como corresponde. En cuanto se rasga un poco aparecen datos y evidencias de una trama de corrupción indisimulable. La necesidad de poner freno a ese torbellino judicial ha sido el motor que impulsó los cambios que se operaron en el gabinete nacional. El nombramiento más importante en la Secretaría de Inteligencia (SI) no fue el de Oscar Parrilli –un verdadero mayordomo de los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner– sino el de Juan Martín Mena. Mena se venía desempeñando en la órbita del Ministerio de Justicia. Su ingreso a la SI tiene un objetivo primordial: poner un freno al accionar de los jueces y fiscales que investigan a Lázaro Báez, a la Presidenta y a su familia.
“Llega tarde, el proceso es imparable; las pruebas surgen a borbotones”, señaló cortante un funcionario judicial con despacho en los tribunales de la avenida Comodoro Py al 2000. Según lo que se vio en la semana que pasó, los hechos le han dado la razón. Las virulentas críticas y descalificaciones presidenciales pregonadas contra los jueces desde el atril durante el acto del 13 de diciembre pasado no hicieron mella en el ánimo de los magistrados que hurgan en las profundidades oscuras del poder. Sergio Berni, el poderoso secretario de Seguridad, fue procesado por supuesto enriquecimiento ilícito, la causa Hotesur avanza, y a Amado Boudou lo complicó aun más la declaración judicial de Carlos Fernández, último ministro de Economía de Néstor Kirchner. Fernández señaló que la participación de la firma The Old Fund –propiedad de Alejandro Vandenbroele– en la renegociación de la deuda pública de la provincia de Formosa fue absolutamente innecesaria.
Los cambios producidos en la Secretaría de Inteligencia habrán de tener, además, otra consecuencia concreta ya que, en la práctica, esa tarea ha quedado en las manos del teniente general César Milani, cuya situación también se habrá de complicar a partir del 10 de diciembre de 2015. El elogio y la defensa de su persona por parte del ex mayor Ernesto “Nabo” Barreiro en los reportajes radiales que concedió desde la cárcel de Córdoba, donde se halla detenido acusado por comisión de delitos de lesa humanidad, fueron un verdadero salvavidas de plomo para el comandante en jefe del Ejército.
Por lo demás, la autorización a Milani para realizar tareas de inteligencia interna representa una violación de la Ley de Defensa de la Democracia, que prohibe a las Fuerzas Armadas realizar tareas de inteligencia interior. Para el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner ha comenzado la cuenta regresiva. El llano despunta ya sobre el horizonte, y con él, la cruda realidad de la vida sin impunidad, las ventajas y los privilegios del poder