La célebre “the economy, stupid” fue una jugada perfecta que el Duran Barba de Clinton (James Carville) le propuso para vencer a Bush padre. El republicano venía con una alta imagen positiva producto de su política exterior y parecía invencible si el demócrata no conseguía correr de allí el foco de la opinión pública. Lo logró con aquella frase contundente e instalando la dicotomía entre “el cambio vs. lo viejo”, otra de las patas estratégicas de la campaña de Carville.
Los estadounidenses lo interpretaron como la promesa de mejorar sus condiciones económicas cotidianas, más allá de los grandes relatos políticos, y le dieron su voto.
Para los economistas, la frase remite a que, detrás de todo, se esconde el interés, la lógica y la necesidad económica. Entienden, con razón, que la economía es la estructura de una sociedad sobre la que se montan luego superestructuras legales, jurídicas y hasta culturales y religiosas.
Eso es cierto, solo que los que mueven las teclas de la economía son los dedos de la política. Esa misma ductilidad que usaron Clinton y Carville para llegar a la presidencia de la primera potencia mundial. La economía es la estructura, pero la política es la que determina qué estructura se elige.
La economía. Esta semana la Argentina terminó conmovida por lo que más la suele conmover: la disparada del dólar. Se la asocia de inmediato a tres problemas serios: 1) corrida financiera, 2) inflación y 3) recesión. Como si le faltara alguna dosis de dramatismo a un dólar de 23,30; el jueves pasado se cerraba con Carrió transmitiendo en vivo desde la Casa Rosada para “llevarle tranquilidad” a los argentinos.
En el Gobierno sostienen que ninguno de esos tres fantasmas existe. Creen que sobre hechos reales, otros debatibles y muchos falsos, la oposición y cierto establishment “juegan con fuego”.
Explican en privado lo mismo que en público: hay un reacomodamiento de la divisa tras la suba de tasas en los Estados Unidos y cambios de cartera en el mercado local, y que el Central tiene el poder de fuego para controlarlo: “Corrida es otra cosa y, más allá de la incertidumbre que se genera, el mercado financiero está tranquilo”.
El problema incuestionable es el de la inflación y el temor a que el nuevo aumento del dólar vaya a los precios. Algo que, pese a lo que digan los funcionarios, va a suceder. Y no solo por la porción de productos total o parcialmente importados que se consumen aquí y que ahora habrá que pagar más al convertirlos en pesos. O por los bienes dolarizados, como las propiedades y el combustible. También por las empresas extranjeras cuyas casas centrales seguirán pidiendo los mismos resultados en dólares que tenían previsto, más allá de la cotización en pesos de la divisa.
En cualquier caso, será inevitable que el incremento del dólar se traslade, en mayor o menor porcentaje, a los precios.
Abril rondaría 2,5% de inflación y, con el nuevo dólar, mayo difícilmente baje del 2%.
Las mismas cifras que los Kirchner escondían y subestimaban, son un grave problema para un Presidente que llegó prometiendo que no solo bajaría la inflación sino que hacerlo sería fácil. No es fácil, pero sí imprescindible para cualquier gobierno que pretenda ordenar cuentas y darle previsibilidad a la sociedad.
El otro desafío que Macri se autoimpuso es el de terminar con el déficit fiscal. El viernes Dujovne y Caputo celebraron que este año incluso se superará la meta prevista, bajándolo del 3,2 al 2,7% del PBI.
Es el resultado de un ajuste en la administración pública y de la quita de subsidios. Y la reducción de subsidios es el origen del incremento de las tarifas de luz (560% en promedio), agua (416%) y gas (290%) aplicado desde la asunción de Macri. Solo en este primer semestre, las subas en el transporte le agregarán un 62% a los boletos de tren y otro 67% a los de colectivo y subte.
Estos aumentos achican el déficit, pero retroalimentan mes a mes el proceso inflacionario y dejan en manos del Banco Central la difícil responsabilidad de, aun así, frenar la espiral. Lo intenta, acotando la flotación libre del dólar y sin mucha suerte. Debió vender US$ 7.500 millones de reservas en dos meses y llevar las tasas al 40%, con el consiguiente enfriamiento de la economía. El primer trimestre terminó con una caída del consumo del 1% con respecto al mismo trimestre de 2017, que ya había sido frío.
El déficit y la inflación son dos problemas que los gobiernos deben afrontar. La diferencia es que el primero afecta a casi todos los países y el segundo a casi ninguno.
De 186 estados, hay 147 que están en rojo con sus cuentas fiscales. Casi el 80% del total. De ellos, algo más de un tercio está igual o peor que la Argentina.
Con la inflación, el ranking es distinto. Hay solo seis países con más inflación que el nuestro: Venezuela, Sudán del Sur, Congo, Siria, Libia y Sudán. Naciones cruzadas por miserias y guerras internas.
La política. La definición de que la política es el arte de lo posible, indica como contrapartida que el arte de alcanzar objetivos imposibles no se llama política. Puede ser magia u otra ciencia social, pero política no es.
El objetivo de Cambiemos de ordenar la economía es meritorio. La cuestión es cómo hacerlo. ¿Será posible reducir el déficit con shock de incrementos en tarifas y servicios, bajar la inflación a pesar de eso y aplicando tasas del 40% y lograr, con todo, que ni la economía ni la sociedad se enfríen?
Si una Nación se manejara como una empresa todo sería más sencillo. Lo que se gasta nunca podría ser más de lo que ingresa, no al menos por mucho tiempo. No habría más empleados que los necesarios ni obligación de donar dinero para que el vecino viva mejor. Manejar un Estado es tan distinto que, por ejemplo, para salir de las crisis recurrentes del capitalismo (y solo para eso) Keynes recomendaba profundizar el endeudamiento y la impresión de billetes. Imagínense si un CEO tuviera esa posibilidad.
Sería un error decir que Macri no entiende de política, por algo llegó donde llegó, pero su especialidad es la administración privada, la elaboración de estrategias electorales y la voluntad para estar preparado cuando la historia lo necesitó.
Los economistas tienen que saber sumar, restar y alguna otra operación compleja. Pero los políticos son los filósofos de la economía, los que estudian las causas y efectos de esas sumas y restas.
Que Macri sea un ingeniero no significa que no pueda desarrollar una mayor sensibilidad para entender que en la conducción de un país no hay física sin metafísica ni matemática sin cierta épica. Y que no habrá eficiencia económica sin eficiencia política.
Un poeta español, Antonio Machado, decía que en política solo triunfa quien pone la vela donde sopla el aire, no quien pretende que sople el aire donde pone la vela. Macri ganó porque supo representar a una mayoría social que soplaba en esa dirección. Su desafío ahora es tener la sensibilidad suficiente para hacer de la política el arte de obtener los resultados económicos que pretende a través de un camino posible y en los tiempos posibles.
No es algo que puedan resolver sus múltiples ministros de Economía. Es algo que solo pueden resolver los políticos.