“¿Que adónde se ha ido Dios? Se lo diré. Lo matamos. ¡Vosotros y yo! Todos somos sus asesinos. Pero, ¿cómo hemos podido hacerlo? ¿Cómo hemos podido bebernos el mar?”
Friedrich Nietzsche (1844-1900), de “El Loco”, La Gaya Ciencia.
Están pasando cosas extrañas en estos últimos tiempos y no me refiero a detalles menores como que un negro llegue a la Casa Blanca, que la nieta del otro candidato venga a estudiar periodismo acá, que Bush gire un poquito a la izquierda para salvar a sus banqueros amigos o que Islandia nos imite el corralito. Tampoco a que, aquí mismo, don Cleto Cobos haya abandonado la gris opacidad de los vices para embadurnarse con el sagrado fuego de los elegidos gracias a un solo voto, el suyo. Para narcisistas, nosotros.
Los periodistas somos gente rara, lo admito. Esta semana vimos a Jorge Lanata –elegante, canchero, cigarrillo en la boca onda Bogart–, compartiendo el escenario del Maipo con la escultural Ximena Capristo, riguroso conchero, finas plumas, sonrisa a lo Nélida Roca. Idolo. Otro destacado colega, Luis Ventura, gran divulgador de la antropología farandulera, asumió, eufórico, como entrenador de El Porvenir, modesto club de Gerli que sueña con volver a Primera B de su mano. Por el momento, se ignoran los planes de Orestes Katorosz.
¿Será cierto, entonces, que a Fontevecchia le han ofrecido la butaca de Heikki Kovalainen en McLaren? Estoy en condiciones de desmentir eso. También lo de Joaquín Morales Solá, que ni siquiera tiene renovada su súper licencia de F1; y lo de Pettinato, que hace poco aprendió a manejar. El que quizás agarre es Ari Paluch, que jura que con fe, todo se puede. Todavía no pude confirmar que Charly García, ahora con dientes, vaya a Utilísima para conducir un programa mañanero, ni que Juan José Sebreli sea el reemplazante de Macaya en Fútbol de Primera. Cualquier novedad les aviso.
Ah; Grondona le dio a Maradona la Selección Argentina, ¿Vieron? Eso sí es increíble.
Si fuese suizo, todo me parecería lógico: Maradona fue un jugador único, se lo ve recuperado, ¿quién mejor que él? Si fuese ruso y con un contrato firmado con la AFA, celebraría con vodka. Con él en el banco, el nuevo geniecillo módico, su yerno de 9 y el enganche melancólico como estandarte de la lucha maradoniana contra la incomprensión del mundo, la Argentina ¡duplicará su cachet por amistoso! Si fuese Don Julio dormiría muy tranquilo, con toda la responsabilidad estacionada sobre las baqueteadas espaldas del todopoderoso de Fiorito y ya neutralizado el balbuceante Bilardo, –potencial competidor por la herencia del papado de Viamonte–, en su flamante papel de mánager rehén. Capo. ¿Y si fuese Maradona? Estallaría de felicidad. Porque el riesgo insensato es lo que me mantiene vivo; mi alimento es la confrontación, el desafío furioso a cualquier poder, la ruptura del límite.
Pero soy periodista –lo que no dice mucho–, y para colmo argentino. Uf. Entonces veo que lo que está en juego es bastante más de lo que parece. A ver, sartreanamente hablando, Maradona es lo que ha podido ser con lo que antes hicieron de él. Su mérito no deja de ser enorme. La irrefrenable adicción que la gente tiene con él supera por mucho a la suya con la cocaína; y esta patología no está para nada curada. Fascina, duele, da placer, dolor, molesta; pero se lo necesita cada vez más. Y ahí está él. ¿Cómo no va a saber de fútbol quién lo jugó como nadie? Obvio que sabe y puede. Su santa palabra es tan poderosa que hasta podría despertar del profundo letargo-Play a chicos tan herméticos como Messi. Lo potenciará o lo inhibirá fatalmente, eso sí. Veremos.
Sólo hay un problemita: Maradona reina, no conduce. Va al frente, con ese mentón suyo levantadito a lo Duce; se deja seguir. No convence. Ordena, con esa dulce elocuencia del que se sabe inmortal. No es su culpa, repito; vaya a saber cómo ha sobrevivido a tanta locura.
Maradona es más que un ídolo. Es un mito viviente. Gardel, Evita, el Che, no están en juego; ellos son la infinita virtud quebrada sin piedad por un destino cruel que no comprende nuestro destino de grandeza. Maradona, a falta de una muerte heroica y joven, podía mantenerse eterno y a salvo de la impureza de los tiempos si mutaba en ausencia. Pero, no; Maradona no es la Garbo. Maradona es un tsunami, un excesivo. Su pasión lo devora todo y seguirá fiel a su inevitable destino trágico de mito argentino: será héroe, o mártir. Nada más.
Si le va mal, será un shock. Nos derrumbaremos, nos sentiremos una vez más quebrados, huérfanos de ese realismo mágico que tan bien nos protege de la verdad. Solos.
Si gana, se producirá un efecto inversamente proporcional; igualmente dramático, si me permiten. Confirmaremos su divinidad –Maradona vengó las Malvinas, nos llevó a la cima, partió en dos a Italia, desafió al Papa y a los Estados Unidos, venció a la droga, a la muerte; en fin, todo lo puede– y si gana otro Mundial bien podrá pensar en la Casa Rosada, o en una dinastía monárquica con Dalma y Giannina como infantas herederas, vaya uno a saber. No se rían; esto es Argentina.
Con Maradona me pasa lo que me pasa con el país. Lo amo, pero sobre todo, cuanto más lejos lo tengo. Lo detesto también, pero vuelvo y le pido más. Maradona no es mi espejo, al contrario: es mi Dorian Gray. Pero sí representa la Gran Metáfora del extraño lugar en donde nací y para el cual escribo. Nunca más argentina que ahora, esta Argentina, muchachos.
Esperen lo mejor y lo peor; como, casi siempre, acá.