Hay autoras cuyos libros son más que libros. Son acontecimientos. Una de esas autoras para mí es Tuky Carboni, nacida y criada en Entre Ríos, en Gualeguay más precisamente, donde sigue viviendo y escribiendo para dicha de sus lectoras y lectores.
En la década del cuarenta, Estación Lazo era apenas un caserío a treinta leguas de Gualeguay. Tuky pasó su infancia repartida entre la pequeña ciudad de provincia que tuvo de vecinos a Juan L. Ortíz, Emma Barrandéguy, Carlos Mastronardi, Juan José Manauta, entre otros ilustres escritores; y Lazo, poblado por mestizos a los que recuerda de pómulos altos, cabellos azules de tan renegridos y cuerpo lampiño, conocedores de los secretos de los yuyos, de las tormentas y de los animales: “antiguos hijos de la tierra, hermanos del yaguareté y el aguará”. Allí trabajaba su padre algunos días a la semana y llevaba consigo a la familia.
Durante unas cuantas tardes, a los siete años, observó a uno de esos hombres, don Fermín Balbuena, amansar un potro. Lo hacía como los indios, desde abajo: sacándole las cosquillas, acariciándolo, dándole de comer pasto de su mano. Tuky lo veía hacer y pensaba: ¿para quién estará amansando ese caballo? Era para ella, un regalo de su padre. Lo llamó Inocente. Fue feliz montándolo. Loca por los atardeceres, “tenía la ilusión de alcanzar el horizonte, decía: si voy rápido lo voy a alcanzar… y una vez que ya regresaba, casi a oscuras el cielo, estaba tan contenta de haberme aproximado cada vez más al horizonte, que me salió una poesía y se la soplé al oído a mi caballo”. Ese fue su primer poema, no lo escribió ni lo guardó en la memoria. Pero décadas después iba a escribirle un poema (otro poema) al Inocente, recordando esa escena iniciática: “… al ritmo de tus cascos, sonoros cual timbales, / mi corazón cantaba; y el tuyo respondía”.
De esas pequeñas cosas (acontecimientos) está hecha su escritura. Los poemas de Bajo el signo del agua (Eduner), la memorable novela El tan deseado rostro y los cuentos que también reeditó la editorial Oyé Ndén, y la hermosa plaqueta Paisaje (casi haikus), que sacó hace poco la editorial Camalote. Las tres casas editoras que nos acercan su obra en estos últimos años, son entrerrianas como ella, como yo.
A los treinta y dos años, Tuky, que siempre había escrito, se animó a mandar tres sonetos a un programa de radio con una notita que decía: soy una simple ama de casa que de vez en cuando persigue el resplandor de la poesía.
En ese resplandor están suspendidos los casi haikus, como les llama, de Paisaje. Tuky mira y escribe versos breves, delicados, que parecen escritos con una brizna de pasto, con la pluma brillante de algún pájaro o con el ala tornasol de un insecto, a todo lo que se mueve y vibra a su alrededor. Ese paisaje que conoce desde niña y que la sigue maravillando a sus ochenta años. No a un paisaje que cuelga como el telón de fondo en un escenario escolar ni a uno enmarcado en algún Museo de Bellas Artes. Sino a uno que se forma en sus singularidades. A ese mainumbí que “es una alhaja alada/ una flor móvil”; a “El benteveo/ espía disfrazado/ de ladronzuelo”; o a esa “Pequeña sombra/ amenaza los campos/ el tacurú”. Celebra y agradece esas vidas tan próximas, en extática comunión con quien puede verlas: “Qué generosa/ ofrenda de los ríos/ el manduvá”. Digo yo ¡qué generosa poeta es Tuky escribiendo para nosotros esas minúsculas maravillas!