COLUMNISTAS
EL CLUB DE LOS NO TAN GRANDES

Esa rancia estirpe venida a menos

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Uno jamás pierde la capacidad de asombro. Sin embargo, hay momentos en los que siento que llegué al techo de esa capacidad. Tal cosa creí que me había pasado cuando escuché la historia de un ex funcionario nacional que “alquilaba” madres. En una más de mis infinitas deformaciones profesionales, les advierto que no voy a dar nombres. Más que por cobardía –rasgo que miserablemente también me caracteriza–, no lo haré porque, en realidad, el hecho es mucho más trascendente que los protagonistas. Escuche por primera vez esta historia hace no menos de 15 años. Usted ya puede ubicarse en tiempo y espacio. Parece ser que aquel funcionario, de más notoriedad mediática que relevancia de cargo, no estaba conforme con su vida social. Tenía una pareja joven y llamativa, aparecía en Gente y en Caras y su patrimonio había crecido tanto como difícil era justificar su origen. Pero le faltaba “una madre”. Y no porque fuera huérfano. Para nada. Sólo que su madre biológica era una honorable y adorable señora de barrio, pero sin el glamour necesario como para presentarla ante celebridades, empresarios o delegaciones extranjeras. Eso creía él, al menos.

Advertido de su preocupación por el asunto, un asesor suyo le sugirió esto de “alquilar una madre”. ¿De qué se trataba el asunto? Fácil. Existían –supongo que existen– señoras nacidas en cuna de oro, elegantes, cultas, políglotas y de modales tan refinados que dejaban a la Condesa de Chikoff al nivel de La Chona. Señoras a las que la vida les había jugado una mala pasada y les había dejado todo, hasta un triple apellido, menos dinero. Un billete bastaría para convencerlas de reverdecer laureles y aceptar hacer de madre en determinadas ocasiones. Sólo fueron necesarias dos cosas: pagar por adelantado y tener la precaución de “repetir” la misma madre. Jamás confirme la historia, pero un guachito que conoció al menos a dos de aquellas “madres” inyectó el asunto hasta convertirlo casi en una leyenda urbana de su tiempo.
El fútbol argentino tiene algo de esas familias de rancia estirpe venidas a menos que no se enteran de la decadencia, quizás porque, resguardando los viejos trapos, se olvidan de que, para sobrevivir, hace rato vendieron las últimas joyas de la abuela. Hasta hace algunos años, el escarnio de los grandes caídos en desgracia remitía a San Lorenzo y a Racing por sus descensos en los años 80. Y padecieron aquello que hoy amenaza seriamente a sus otros camaradas del Club de los No Tan Grandes.

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De River y su promedio se viene hablando hace rato. Puede decirse que, aun cuando todavía se debate en la dualidad de luchar simultáneamente abajo en una tabla y arriba en la otra –y juega más para la primera que para la segunda–, River se hizo cargo del asunto y encaró la crisis con humildad. Distinto es el asunto con los otros inmaculados de la historia del profesionalismo. Boca está muy cerca de padecer la temporada próxima las urgencias que los de Núñez vienen soportando desde hace más de nueve meses. La historia de la crisis boquense es paradójica. Porque hasta hace poco lapidaba a La Volpe por no lograr el tricampeonato, dejaba ir a Russo después de haber ganado la Libertadores de América y echaba a Ischia, último técnico campeón local, pensando en un horizonte distinto para ganar copas internacionales. Hoy ya ni juega esas copas. Y puede empezar la 2011-2012 muy complicado con los promedios. Boca no se enteró de su crisis. Y se asoma a cierta decadencia.

El otro es Independiente. La euforia por la casa propia escondió bajo la alfombra la necesidad de hacer cuentas y explicarse a sí mismo cuánto costó aquello que, finalmente, nadie sabe cuánto costó. Poco después, la euforia por el triunfo en la Copa Sudamericana y la vuelta a la Libertadores escondió bajo la alfombra la realidad de un promedio que hoy lo deja más en manos de All Boys, Olimpo y Tigre que en las propias, si de pasar un invierno relajado se trata. Entre una copa y otra, pareció que Independiente había rebotado después de tocar fondo. Error. La Libertadores se convirtió rápidamente en una pesadilla y el recuerdo de la Sudamericana terminó siendo un laurel relativamente reverdecido: para equipos de estirpe copera como el Rojo o Boca, una Sudamericana es tan legítima como de relativa importancia.
Nuestros grandes históricos están para atrás y el camino correcto en lo deportivo y lo institucional lo marcan Vélez, Estudiantes y Lanús. Basta pensar que, entre deudas y pasivos, los cinco históricos deben estar sumando entre todos un rojo cercano a los 500 millones de pesos.

De todos modos, imagino que pronto levantarán la puntería. El nombre propio, el arraigo y su tremendo poder de convocatoria deben generar una energía lo suficientemente poderosa como para revertir el asunto. Mientras tanto, se parecen bastante a aquellas damas con varios apellidos y poco dinero. Aunque sin un piojo resucitado que las contrate como “madre de alquiler”.