La crisis en la que está sumergido nuestro país no se resuelve con las medidas de parche que se vienen aplicando para llegar a diciembre. Después de esa fecha, los problemas de fondo ya no podrán ser ignorados y deberá comenzar una transición obligada hacia una nueva realidad.
Un escenario posible de esa transición está dado por la llegada al poder de la oposición, intentando introducir cambios profundos que requerirán tanto de decisión política como de conocimientos técnicos para remover los múltiples obstáculos existentes. Sus medidas de gobierno comprenderán tanto la puesta en vigencia de los valores republicanos con el funcionamiento pleno de las instituciones como la recuperación de una dinámica económica que ofrezca empleos genuinos y buenos salarios para sustituir el asistencialismo clientelista vigente por una vida digna e
independiente.
Pero el desafío mayor será lograr el acompañamiento de una sociedad que no parece dispuesta a ceder en lo que considera logros no negociables. Un desafío para el cual no hay manuales técnicos que provean recetas apropiadas, y un acompañamiento que es imprescindible para encarar las transformaciones de fondo. Deberá enfrentarse a una cultura proclive a manejos populistas, con expectativas en constante crecimiento y sin una toma de conciencia de las exigencias que impone un sistema productivo sustentable en el largo plazo, capaz de atender genuinamente aquellas expectativas. Un gobierno que no logre un cambio de la sociedad en esta dimensión cultural no puede contar con una gobernabilidad segura.
Otro escenario estará dado por el posible triunfo del oficialismo en diciembre. Las características de éste dependerán de los grados de libertad con que cuente Daniel Scioli para gobernar, lo que obliga a considerar al menos dos contenidos diferentes de este escenario. Uno es el que imaginaban algunos sectores de la sociedad antes de la designación de Zannini; escenario que ilusionaba con una transición menos turbulenta hacia un modelo económico más sustentable en el largo plazo, abandonando poco a poco el populismo.
Las menores turbulencias se darían por una menor resistencia a los cambios por parte de los sectores sociales beneficiados en estos años, quienes considerarían a Scioli un representante de la continuidad del modelo. Sus características personales hacen pensar también en un menor grado de confrontación, aproximándonos de a poco a un republicanismo precario, pero aceptable.
Esto se puso en duda con las últimas medidas impuestas por el núcleo duro del kirchnerismo. Según cómo se interpreten, tendremos características diferentes del escenario oficialista. Si la designación de Zannini y el control de las listas destinadas a hacerse fuerte en el Congreso fueran más bien una estrategia defensiva en busca de impunidad y de la conservación de prebendas como los puestos en la administración pública, entonces aquel escenario, aunque más complejo y con mayor recurrencia a los usuales mecanismos de compra de lealtades, podría volver a plantearse.
En cambio, si esas medidas apuntan a garantizar la continuidad del modelo, con sus banderas intactas y los mismos procedimientos para alcanzar sus objetivos, tendremos un escenario radicalizado con final tormentoso. Dados los límites de la actual situación económica, iniciaríamos un período de mayor confrontación aun, con conflictos laborales y sociales más severos, que pondrían punto final a este frustrado experimento populista y clausurarían definitivamente el ciclo kirchnerista para retrotraernos al escenario de 2001. Sería el costo a pagar por aprender que improvisaciones como éstas no son viables, y para comprender que es necesario buscar salidas más sólidas aunque resulten más exigentes. La sociedad argentina archivaría, por un tiempo al menos, sus fantasías de que la realidad debe someterse a nuestros caprichos adolescentes sin pagar un alto precio por ello.
*Sociólogo.