No sólo se trata del negocio más grande del mundo, con una facturación estimada en más de cien billones de dólares anuales (superando, por ejemplo, a todas las compañías tecnológicas sumadas). Además, el porno se convirtió, en la última década, en objeto de reflexión teórica, en una de las materias preferidas de los llamados cultural studies, ya que la industria de la pornografía y su inserción en el núcleo de la sociedad contemporánea, sobre todo a través del desarrollo imparable de las nuevas tecnologías, puede ser abordada desde los puntos de vista más variados: desde la historia de las sociedades, pero también desde los estudios de género, la sociología, la antropología, la política y la economía.
¿Por qué ahora? Tal vez una de las razones sea que, con Internet, el porno sufrió el tercer gran salto hacia adelante de su corta historia. En los años 70 y principios de los 80, con la flexibilización de ciertas reglamentaciones y la apertura moral que había generado la llamada revolución sexual, el cine pornográfico llegó a las pantallas grandes, convirtiéndose en una poderosa industria (la “época dorada”, cuyo ambiente fue retratado en la película Boogie Nights, de P.T. Anderson).
Algunos años más tarde llegó el VHS, que lo cambió todo: las producciones se multiplicaron y al mismo tiempo se abarataron, el consumo se disparó y abandonó la escena pública (los cines) para trasladarse a la privacidad de los hogares, a través del videoclub. Y a fines del siglo XX Internet volvió a repartir las cartas una vez más: el acceso a las imágenes pornográficas se hizo global y, en la mayoría de los casos, incluso gratuito. Muchos consumidores se convirtieron, al mismo tiempo, en productores (sólo se necesita una pequeña cámara, un cuerpo y una conexión a la web) y el porno se especializó y diversificó, lo que dio lugar a la aparición de todo tipo de subgéneros (altporn, amateur, fetish, reality, voyeur).
Era cuestión de tiempo para que las universidades y los académicos de buena parte del mundo posaran sus ojos sobre la pornografía. Lo apasionante es que, como se trata de una materia que abre un campo nuevo sobre el que teorizar, de un tiempo a esta parte han aparecido diversos ensayos sobre el tema (a estas alturas, incluso, ya no se discute sobre pornografía, sino sobre el concepto de “postpornografía”). La ceremonia porno, de Andrés Barba y Javier Montes, por ejemplo, logró el XXXV Premio Anagrama de Ensayo apenas dos años atrás, en 2007. Y ahora la editorial uruguaya Hum, que está construyendo un catálogo tan excéntrico como llamativo, acaba de publicar una serie de artículos de Roberto Echavarren, Amir Hamed y Ercole Lissardi bajo el título Porno y postporno.
“Este volumen se inscribe en ese punto de inflexión y crítica cuando la esfera autónoma del porno es reexaminada y recreada de acuerdo a pulsiones minoritarias erráticas, tarea que se ha dado en llamar postporno”, declara en el prólogo del libro Echavarren. Y lo que sigue es una breve aunque detallada historia de los cuerpos, el sexo, el poder y la pornografía, desde la creación del propio término, en 1850, hasta la pornografía como presencia ubicua en el arte y la sociedad actual, pasando por las persecuciones de la época victoriana y las performances “postporno” de Annie Sprinkle. No hace falta más que abrir cualquiera de estos libros para adentrarse en un universo fascinante, que atraviesa, al mismo tiempo, a todas las cosas y a todos los individuos.